La jerezana Silvia Vega es taxista desde 2005, una profesión copada por hombres que le obliga a enfrentarse al machismo a diario a través de improperios que recibe por parte de compañeros y clientes. 

Si bien Aurora Van Echelpoel y Patricia de la Calle resaltaron la personalidad de su abuela y su progenitora, Silvia Vega (Jerez, 1974) tiene bien presente el vínculo tan estrecho que tuvo con su padre, ya fallecido. Su familia le inculcó ante todo "respeto, educación y mucho amor hacia la familia. Somos de estar muy unidos". Las protagonistas de los dos primeros capítulos con motivo del Día Internacional de la Mujer, no llegaron a tener una figura paterna cercana y comprensiva con la que sentirse apoyadas a lo largo de sus vidas. Pero esta tercera mujer luchadora, que cierra la serie de reportajes, resalta que su padre era su mayor confidente.

"Él no era para nada machista. Es más, recuerdo en mi época más jovencita, que mi padre se metía en la cocina a fregar, y mi madre le decía: Ni se te ocurra, que aquí hay dos mujeres". "¿Cómo? Déjalo que quiere fregar", le decía su hija. "Mi madre, para ese tipo de cosas, sí que era machista. Ahora ha cambiado muchísimo. Pero en esos pequeños detalles cotidianos ella era peor que mi padre. No se parecían en nada". Cuando Silvia salía de fiesta, su madre siempre esperaba en casa preocupada, mientras su padre aguardaba tranquilo y la despedía con un: "¡Diviértete hija!". “Yo no tenía un horario con él, pero con mi madre sí. Incluso mi padre en alguna que otra ocasión le decía a ella que llegaba a mi hora cuando quizá no era verdad”, recuerda.

"Si hubiese nacido mucho más atrás, hubiese sido la típica rebelde. Yo lo digo, yo estaría en la cárcel"

Silvia entró en el colegio Jesús María El Cuco cuando entonces este centro religioso era únicamente para mujeres. "Cuando terminé la EGB fue cuando empezaron a entrar los niños". Dice que al estar en un colegio de monjas la intentaron educar bajo la concepción de la típica niña de la época: delicada, buena, amable, callada... "Te meten eso en la cabeza y tú te lo tragas todo y punto. Pero yo siempre digo lo mismo, si hubiese nacido mucho más atrás, hubiese sido la típica rebelde. Yo lo digo, yo estaría en la cárcel. Lo tengo clarísimo. En esta época no, porque de lo que me han enseñado he cogido lo que me ha apetecido, y lo que no ahí se quedó". 

Una vez que terminó sus estudios obligatorios, se planteó hacer una carrera universitaria. "Desde un principio sabía que quería estudiar algo relacionado con los idiomas. Quizá turismo, traducción e interpretación o filología", expresa. Pero Silvia, extrovertida y dicharachera, se inclinó más hacia una profesión que estuviera en contacto permanente con el público. “Yo quiero calle, y dije: Turismo es lo mío”. Antes de terminar la carrera “tenía un trabajo esperándome en Palma de Mallorca”. Finalizó su grado y viajó hacia las Baleares. Allí, semanas antes de que acabara su contrato, buscó un trabajo relacionado con sus estudios con la suerte de que a los pocos días la llamaron. “Empecé y... ¡buah!, disfruté como una enana”, menciona sobre su paso como relaciones públicas en una cadena hotelera británica. “Conocí a muchísima gente con la que todavía guardo contacto, clientes encantadores…”. Ejerció solo durante casi dos años porque quiso entrar en la recepción para ir escalando puestos en el hotel. “No quería quedarme estancada en el departamento de Relaciones Públicas”. Y lo consiguió. Ingresó en la recepción de otro establecimiento de la misma cadena hotelera, pero por desgracia, al cuarto día tuvo que volver de emergencia a Jerez: "Me llamaron para decirme que mi padre estaba muriéndose”. Desgraciadamente, su padre fallece a los pocos días. Decide entonces quedarse en Jerez con su madre durante varios meses, no quiere dejarla sola. A partir de ahí pasa un tiempo sin trabajar. Guarda luto y le dedica todo su apoyo a su madre. Por entonces también se queda embarazada, y al año de alumbrar a su hijo se anima, o la animan, a regresar al mundo laboral. "Un amigo taxista me dijo que yo tenía que probar su oficio, que me iba a encantar. Te gusta conducir; conduces súper bien; te encanta el trato con el público y aquí -en Baleares- no cogerás a un español; aquí hay muchas rutas turísticas; vas a lo tuyo..., me comentó. Yo le dije que me dejara. Y me soltó que era una miedica”.

Silvia se toma el desplante como si fuese un desafío y en el más absoluto silencio aprueba el examen que la acredita como taxista, en Baleares, con 29 años. “Quedé con ellos una tarde y les mostré el carnet. Alucinaron, y ese mismo día me encontraron trabajo”. Está durante dos años trabajando por cuenta ajena y asegura que se sintió de lo más realizada, se quedó prendada del oficio. De 213 taxis que circulaban en Calviá, en Palma de Mallorca, 70 eran mujeres. "No éramos pocas, pero muchas se iniciaron a cuenta de sus maridos para que ellas no se quedaran en casa sin trabajar". 

Estando al volante en Jerez “no he tenido ningún problema, pero sí notas al compañero que no le gustas. Son unos cobardes, porque no lo dicen a la cara”. Con sus compañeras el panorama es muy distinto, existe la sororidad, (la alianza entre mujeres). Pero cuando trata con hombres... “A mí me dicen muchas veces: Tú no irás a hacer el servicio fuera en carretera, ¿no? Y le digo: A ver si no qué hago, ¿me limito a ir del centro al centro de salud?”. Habla sobre ese paternalismo del hombre a cuidar de la mujer como si esta fuese débil, delicada y estuviese indefensa en situaciones "aparentemente difíciles". Silvia también recuerda alguna que otra situación en la que sus propios compañeros han intentado ningunearla por ser la nueva, tomándola por tonta. "Hice un servicio con el mismo destino que un compañero que estaba en la directiva. No íbamos juntos, pero coincidimos. Resulta que él metió la pata y los clientes le llamaron la atención. Y él, para quitarse el problema de en medio, me señaló a mí”. Dice que cuando se enteró, enseguida replicó. “¿Cómo?, dije. Me fui para él y lo puse…”. “Es siempre lo mismo, la mujer siempre cuestionada”, espeta Patricia. “Uno, del que no me esperaba ese tipo de comentarios, me dijo una vez: Vosotras nos estáis quitando el puesto de trabajo”. "Usted no está bien de la cabeza", pensó ella. Patricia y Aurora suspiran y emiten onomatopeyas de manera inconsciente. “Pero en general, con los compañeros, como son unos cobardes, no te dicen nada”. En cuanto a los clientes, dice que el trato es muy distinto y que se ha llegado a encontrar de todo. “A uno no lo bajé del coche porque iba con la mujer. Ella estaba avergonzada por todo lo que estaba diciendo su marido, y los lleve a la parada por respeto a ella. Me tocó un día en el que habían cambiado el disco de dirección de una calle. No me di cuenta, metí el morro del coche y me gritó: Da igual, sigue hacia delante, eres mujer, tú tienes permiso para todo. Me lo dijo con una mala hostia…”. Silvia compadeció a su esposa y refunfuñando los acercó a su destino.

"Uno me dijo una vez: Vosotras nos estáis quitando el puesto de trabajo

Peor lo pasó cuando tuvo que recoger a un chico joven. Cuenta que se la armó nada más montarse en el taxi. “No había otro taxi, las mujeres sois unas hijas de puta…, empezó a soltar de todo por la boca”. Le comentó al chico que no lo iba a llevar, que se bajara. A él no se le ocurrió otra cosa que volver a insultarla, incluso de una manera violenta. Ella, con el miedo en el cuerpo, salió pitando de allí y lo dejó lo antes posible. "Yo el machismo de las personas mayores lo puedo llegar a entender, porque han vivido una época difícil, un momento en el que la mujer ha estado recluida ejerciendo unas tareas limitadas. Pero el machismo del niñatillo de 17 años, violento al máximo, ese es el que a mí me da miedo".  No obstante, destaca que hasta ahora ha recibido comentarios más positivos que negativos durante su servicio. “Qué alegría, prefiero ir con una chica que con un hombre, me han llegado a decir muchos jóvenes”.  

Silvia, al volante, reivindica la destrucción de los géneros. "Da igual que seamos hombres o mujeres. Para mí no existe el género. Y las mujeres, que siempre hemos sido apartadas, en una fecha tan simbólica como es el 8 de marzo, exigimos ser una persona más en la sociedad”. Busca el desvanecimiento de etiquetas, de convencionalismos impuestos por el patriarcado y la normalización de la mujer en los espacios dominados habitualmente por hombres. Ellas: Aurora, Patricia y Silvia, exigen libertad. Las tres desearían que la figura de la mujer se reconociera en todas sus versiones, porque no existe un único modelo. "Cada mujer tiene su forma de sentirse, de expresarse", sentencia una, mientras las demás asienten. 

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Claudia González Romero

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