Cuatro décadas de pasión
Así lo confiesa Ignacio Sancho Caparrini (Zaragoza, 1966). Cuatro décadas volcado en el arte de hacer esculturas, de sacar relieves imposibles y llenar las calles de Jerez, Sevilla o Badajoz de esa obra prolífica, fruto de toda una vida dedicada a la profesión de esculpir.
Nacido en la capital aragonesa, pasó su niñez en Huesca, Orense, Lugo, El Puerto de Santa María y Sevilla. Allí estudió en la Escuela de Artes y Oficios, en la especialidad de talla, madera y piedra, y después vaciado. Posteriormente, en la Facultad de Bellas Artes (también en Sevilla) en la especialidad de escultura.
Actualmente tiene la plaza como profesor de Volumen en la Escuela de Arte de Jerez. Cuando se jubile quiere aprender a diseñar joyas y a soplar vidrio. Un hombre inquieto.
No, no. Lo que pasa es que para todo hay que tener preparación. No es que seas bruto. Para todo en esta vida hay que saber. Es muy difícil entender, y seguramente cada uno saca un concepto diferente. Para eso está la escultura: para que cada uno pueda ver algo distinto.
Totalmente de acuerdo. Los escultores somos unos tocones, estamos todo el día palpando. Este fin de semana he estado en Madrid viendo exposiciones y he tocado todo lo que he podido. El tacto es muy importante porque notas la textura, la temperatura.

"El tacto en escultura es muy importante porque notas temperatura, textura..."
Muchísimo. La mano es una forma de reflexionar, de sentir.
No, no. Me parece una aberración. Lo que pasa es que después el pueblo hace suya la escultura. Tampoco es malo eso. Una vez que la escultura se ha asentado y coge peso, el pueblo la hace suya. Es verdad que no estoy por la labor de que se le ponga una camiseta de fútbol o alguna otra cosa reinvindicativa, pero también es una forma de decir: la queremos, la hemos aceptado, es parte de nosotros. Tampoco es grave.
Es que está uno tan acostumbrado al destrozo de lo público... No solo esculturas, sino un banco, un macetón, un arriate... Es tanto lo que cuesta esa falta de educación; lo que le cuesta a un Ayuntamiento, y por lo tanto a nosotros, el estar limpiando, cambiando y modificando constantamente. Y nosotros también, los escultores, nos vemos obligados a diseñar nuestros trabajos para que sean lo más duraderos posible.
(Risas). De forma constructiva hay que decir: mira, esto es lo que no hay que hacer. Pero es verdad que la escultura, como todo lo que tiene un proceso de estudio, contiene también una serie de cánones, de equilibrios, de ritmos. Pero hay veces que ves cosas que te están dando tortazos y estás diciendo: eso no se puede hacer así. Pero de eso muchas veces tiene culpa el que encarga la escultura.
"Hay veces que ves esculturas y te están dando tortazos"
Claro. Ni se lo encargan a la persona adecuada. Hay gente que se la cuela al que sea. En Jerez, por ponerte un ejemplo, pero hay muchos más sitios, que ves cosas y dices: tierra trágame. Pero es culpa de quien lo encarga. Porque no sabe qué capacidad tiene ese autor, qué estilo. No todo se puede poner en la calle.
Cuando tienes que llevar la escultura a la fundición, hay un proceso intermedio que es el de los moldes, la parte de reproducción. Hay que hacer un molde a ese barro, para luego pasarlo a cera, etcétera. Ese proceso es muy tedioso. Es la parte más de taller. Es un proceso mecánico, pero es tedioso. No tiene nada de creativo.
Es un no parar. Yo, además como docente, aprendo del alumnado, de las energías que me están marcando. Al estar trabajando con gente joven no te puedes hacer una idea de las cosas que te están aportando. Y aunque yo soy escultor de la vieja escuela, con técnicas muy arcaicas, del XIX, me encanta la tecnología de ahora, aprender programas informáticos. Tienes que estar en continua evolución y me choca cuando hay artistas que llevan toda la vida haciendo lo mismo.


