imagen_de_la_manifa_transexuales_sevilla
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Entrevistar a un activista del periodismo no resulta fácil, sobre todo, porque no estoy segura de que él se identifique con esta definición de activista. Pero cuando Raúl Solís Galván (Mérida, 1985) se sienta al ordenador, las teclas son como pistolas y sus artículos verdaderas bombas de opinión que reflejan sin cortapisas el clasismo, la pobreza y la desigualdad del que el discurso hegemónico instaurado por los medios de comunicación tradicionales no se hace eco. A éstos, sobre todo, a los andaluces también se dirigen sus críticas razonadas y valientes por construir un relato de Andalucía que nada tiene que ver con la realidad de sus gentes.

Europeísta convencido, este periodista es uno de los extremeños que no mira hacia el norte sino que vuelve su mirada a una tierra hermana de la que es un auténtico apasionado. “Andalucía me ha regalado las mejores oportunidades de mi vida”, dice, mientras toma un café a la sombra de una terraza en la Plaza Mina de Cádiz. Acaba de entrevistar a Salvaora, y más tarde, a la Petróleo, dos transexuales gaditanas protagonistas junto a otras seis de su primer libro, La doble transición, un libro homenaje a las mujeres transexuales de España que lucharon por la libertad en los años del franquismo y en la transición y que ha puesto en marcha con la editorial libros.com , a través, de un proyecto de crowfounding con el que lleva recaudados casi el 70% del coste.

Un proyecto que nace de su gran pasión dentro del periodismo, dar voz a la gente sencilla. “Cuando me multaron por la Ley Mordaza, una amiga me propuso escribir un libro sobre el periodismo y la censura pero después de pensarlo le dije que no: odio el periodismo ombliguista. A mí me gusta contar historias de la gente”. Gente de la que se enamora y sabe retratar de una manera sublime.

Imagen de una manifestación por los derechos sexuales en España.

Como lo hizo con su madre en su artículo Hijo de una limpiasuelos, un relato real que Raúl escribió desde las entrañas cuando un concejal del PP dijo que la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, “tendría que estar limpiando suelos”. “Cuando lo leí quise escribir algo al respecto pero aquel día tuve mucho trabajo. Llegué a casa a las diez de la noche pero no podía resistirme”. En una hora lo tenía listo y al día siguiente, cuando despertó, el artículo había sido visto por 40.000 personas. Hoy acumula más de 300.000 visitas y ha abierto un debate sobre el clasismo imperante en la sociedad española. En lo personal, “ha establecido una relación especial con mi madre. Por primera vez se sintió orgullosa, no de nosotros, sino de sí misma y vio que su vida había tenido sentido”.

Y es que la historia familiar marca de arriba abajo a Raúl y a su forma de hacer periodismo. El pequeño de cinco hermanos, “nunca nos faltó nada pero no tuvimos lujos”. Su familia es un ejemplo del desarrollismo español: una familia sencilla que con mucho esfuerzo estaba prosperando y  logrando salir de la clase baja para ocupar la media pero que la crisis los ha vuelto para atrás.

Él, que no conoció la playa hasta los catorce años, pasaba todos los veranos en el campo recogiendo tomates y berenjenas pero siempre supo que quería ser periodista. Su pasión por esta profesión le hacía ir por la noche al bar de debajo de su casa para coger el periódico usado y leer las noticias. Se levantaba con Iñaki Gabilondo y cuando podía, veía Informe Semanal. “Yo quería estudiar para defender a mi madre”, por la que siente adoración. “Ella es analfabeta pero de cuentas, sí sabe. A pesar de todo, ella era la que llevaba el control de la casa y yo le le leía las cartas que llegaban. Cada diez o quince días, siempre en domingo, me sentaba con ella a leerle las cartas y a las que valían, les ponía una cruz”.

"El periodismo andaluz es cortesano, poco valiente y dependiente de las ayudas institucionales"

La cultura del trabajo es otra de las herencias que el periodista debe a su familia y al periodismo llegó con un mandil de cocinero y de pescadero. “Lo peor que te podían decir que en nuestro familia es que eras un vago”. Así que con 19 añitos llegó a Cádiz para estudiar en la Escuela de Hostelería de Cádiz y hacerse cocinero. Esa fue su primera profesión que ejerció en Mérida, adonde volvió desde Cádiz, y luego en Asturias. Hizo luego un curso de pescadero y marchó a Sevilla para cumplir su verdadero sueño: estudiar periodismo. “Trabajaba por la mañana de pescadero y por la tarde, estudiaba”. Así estuvo durante un año porque a partir del segundo curso consiguió una beca de fondos europeos. “Me quité el mandil y me dediqué al periodismo”. De ahí a Bruselas durante unos meses y de vuelta a Sevilla a escribir en Paralelo 36, un espacio de pensamiento y cooperación política donde conoció a su amada Concha Caballero. Más que una madrina, una referencia, una amiga. A ella le debe mucho de sí mismo. Para empezar, su conocimiento profundo de la historia y realidad andaluza. “Fue la mejor conversadora de la historia de Andalucía y de su lucha por la autonomía” y para terminar, su profesión. “Tú defiendes las causas, Raúl, nunca las siglas”, recuerda mientras se le ilumina la cara. “Es que el enamoramiento fue mutuo”. “Y escribe, escribe mucho”, le dijo.

Su muerte le pilló en Bruselas, adonde volvió a aprender francés, mientras subsistía cocinando para una familia. Su experiencia fue “de lo más dura”, sobre todo, porque “sentí la injusticia todo el día. La meritocracia es mentira. Yo jamás puedo llegar tan lejos como una persona que ha nacido con más oportunidades”. De vuelta en España, recaló en Madrid con el equipo de Luis García Montero, candidato por Izquierda Unida a la Comunidad de Madrid. Un trabajo del que disfrutó enormemente junto con el poeta granadino pero que se acabó cuando IU perdió la representación en la Asamblea de Madrid.

Sevilla le esperaba otra vez con los brazos abiertos pero sin un empleo a la vista. Al menos, no en el periodismo. A punto de entrar a trabajar como pescadero en un gran almacén, se lo pensó y se dio de alta de autónomo para ejercer su profesión. “Cuando me hice autónomo tenía menos 745 euros en la cuenta”.

“Teatralizaron sus vidas para poder sobrevivir”

Desde entonces, trabaja como periodista freelance para diferentes entidades culturales y sociales de Andalucía y colabora con distintos medios como eldiario.es/andalucia o el huffingtonpost.es. Y escribe, y mucho. Sin cortapisas, sin filtros, a bocajarro pero “siempre desde el respeto”. Las redes sociales han sido sus grandes aliadas para “colarme” en el discurso hegemónico y para “saber que tengo talento porque no me lo había dicho nadie”. Sus artículos sobre el socialismo andaluz, Susana Díaz o la cobertura de Canal Sur del desastre de Doñana lo han situado en el punto de mira “del comisionado político del PSOE”, dice. Pero no se calla. Al contrario, insiste en que el “periodismo andaluz es cortesano, poco valiente y dependiente de las ayudas institucionales”. Y avisa: “si algún día me viera yo como esos compañeros que sus puestos dependen del político de turno, aceptaría las críticas que nos hicieran por el caso de Doñana, por ejemplo, pero encima no saldría a defender esa cobertura”. En todo caso, “yo estoy dispuesto a trabajar de pescadero pero no a tragar carros y carretas.

Está feliz en su mes de vacaciones –las que puede tener un autónomo- retratando a Petróleo, Salvaora, Silvia, Candela, Mar, María José o Manolita, ocho mujeres que se rieron de la dictadura y que, sobre todo, fueron pioneras en la lucha por los derechos sexuales. Tanto es así, que en 2018 se cumplen 40 años de la primera manifestación del orgullo en Andalucía en la que participaron 600 personas. “La lucha moderna la organizaron las mujeres transexuales no los gays pero el franquismo fue tan miope y tan imbécil que no supo distinguir entre orientación sexual e identidad de género: tú puedes esconder lo que te gusta (tu orientación sexual) pero no lo que eres (tu identidad de género) y ellas eran mujeres”. Con su libro quiere restablecer la aportación de todas ellas porque “se ha contado la historia del mundo gay pero ellas, con la mercantilización del orgullo, han sido invisibilizadas cuando han tenido una vida muy dura”. “Es un testimonio vivo que tenemos que contar y darles protagonismo a ellas porque han sufrido doble discriminación; muchashan sido pobres, tuvieron que abandonar la escuela con 12 o 13 años y han tenido todas las papeletas para ser las grandes perdedoras de esta historia”.

Y a medida que va avanzando, lo tiene más claro: “Teatralizaron sus vidas para poder sobrevivir y su sentido del humor no ha sido otra cosa que una forma de subsistencia. Muchas de estas niñas fueron expulsadas de sus casas, obligadas a prostituirse o a bailar en un tablao para cuatro señoritos”. Y la defensa de la causa crece con cada historia personal. “Yo me enamoro de la gente”, mientras se despide camino al barrio de la Viña. Le espera Petróleo. “Qué ganas tengo de escucharla”.

 

Sobre el autor:

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Vanessa Perondi

Periodista.

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