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Uno de los 6 grupos de Alcohólicos Anónimos de Jerez permite a lavozdelsur.es asistir a una de sus reuniones. Allí se encuentran unas 8 personas, algunas de las cuales no faltan a la cita desde hace más de una década.

“Un fin de semana a saco en un hotel con una chica, bebiendo y drogándonos a destajo. Éramos asquerosos. Ya no pude más y pedí ayuda a mi hermana; me daba vergüenza presentarme así ante mi padre, aunque ya sabía que estaba enganchado”. Este fue su punto de inflexión, o al menos un punto y aparte. Se llama Pedro, tiene 40 años y es alcohólico.  “Al confesarlo me empezó a chorrear sangre por la nariz, pero me abrazaron, no me rechazaron. Para ellos fue una alegría y para mí un alivio porque podía dejar de mentir y de esconderme”, narra recordando el día que puso fin a su particular Leaving las Vegas, hasta ahora con final feliz, evitando segundas partes que lo nublen.

Ese fue el comienzo de su nueva vida. Primero un ir y venir de psicólogos y psiquiatras, organizaciones dedicadas al tratamiento y prevención de las toxicomanías. Ninguna de estas opciones funcionó. El remedio para paliar su enfermedad porque –insiste- “el alcoholismo es una enfermedad que no tiene cura, pero se para”, lo halló en Alcohólicos Anónimos, donde no le interrogan. Simplemente se trata de un punto de encuentro entre iguales donde comparten sus experiencias, miedos e inquietudes sin ser juzgados. “Aquí se habla de lo que en la calle llaman mariconerías: amor, honestidad…”, sintetiza uno de los compañeros de reunión de Pedro.

Según postula Alcohólicos Anónimos, la crisis, un divorcio o cualquier otra circunstancia no son las responsables de que una persona caiga en el alcoholismo. “El problema está en la cabeza de cada uno, en la falta de autoestima, de personalidad, la timidez...”. En su caso, Pedro fue arrastrado al círculo vicioso del alcohol y las drogas a los 13 años por el deseo de parecer más hombre bebiendo y fumando porros. A los 16 abandonó los estudios. Empezó a trabajar algunos días hasta 20 horas sin descanso. “Una cosa me llevó a la otra. Tenía dinero, bebía y consumía para dar el callo trabajando. Si bebía, me drogaba”, explica. Entonces estaba solo, no tenía a nadie, gozaba de la única compañía de los falsos amigos de copas.

A día de hoy, ignora el sabor y los efectos de las sustancias desde que a sus 27 años asistió a la primera reunión de Alcohólicos Anónimos, a pesar de haber pasado por circunstancias personales adversas que le podrían haber abierto de nuevo las puertas del libertinaje y el desenfreno. “Sobrio conocí el amor de verdad, sereno. Luego ella me dejó y también conocí el desamor de verdad, pero aquí sigo”, reconoce dignamente.

“Sobrio conocí el amor de verdad, sereno. Luego ella me dejó y también conocí el desamor de verdad, pero aquí sigo”

Es posible ser alcohólico sin tomar una gota de cerveza o bebida espirituosa, sin haber estado nunca borracho. Lo es. Andrea, una de las pocas mujeres de la ciudad –aunque cada vez son más- que asiste a las reuniones de Alcohólicos Anónimos, antes sólo había bebido tinto con casera y tan sólo los fines de semana. Uno de sus vecinos con esta problemática le advirtió de que era alcohólica. “Me dijo que bebía con mucha ansiedad y me recomendó asistir a las reuniones. Me quise morir de la vergüenza y caí en una depresión. Yo jamás he bebido fino, ni rioja solo”.

Tras el consejo de su conocido, uno de sus hijos se informó en los grupos de familia Alateen compuesta por miembros jóvenes, por lo regular adolescentes, entre 12 y 18 años aproximadamente, cuyas vidas han sido afectadas por la manera de beber de otra persona. Y efectivamente, le corroboraron que lo era, aunque con la suerte de haber sido detectado a tiempo. Desde entonces, tras superar una profunda depresión "por la vergüenza que sentía", no ha faltado a ninguna de las citas y hace ya muchos años. Ellos prefieren decir que llevan 24 horas sin beber porque en cualquier momento de debilidad pueden volver a caer, como si el tiempo de abstinencia no hubiera pasado.

“Si todas las personas de Jerez que padecen esta enfermedad lo reconocieran no cabríamos en la plaza del Arenal”, profiere Andrea orgullosa de continuar en el grupo. Cualquier persona puede asistir y será bien recibida en Alcohólicos Anónimos la única asociación que no acepta dinero ajeno, ni donativos, ni subvenciones. Los gastos de los locales, el agua, todo lo necesario lo costean con las aportaciones de sus miembros, cómo no, de forma anónima, sin cantidades establecidas. “Una de las razones que me llevan a seguir aquí es el agradecimiento. Creo que debo ayudar a los demás como a mí me ayudan”. Los componentes del grupo son como una familia. Entre ella y su marido no hay lugar para los celos. “Respeta y quiere a mis compañeros. Yo le digo que ni me los toque, somos hermanos de lucha”, asegura Andrea. 

Manuel, uno de los más veteranos, cuenta cómo todos comienzan bebiendo el fin de semana. Más tarde buscan todo tipo de pretextos para tomar una copa cualquier día. Dejó un buen trabajo antes de que lo despidiesen y a punto estuvo de perder a su familia. “Cuando bebes te conviertes en una máquina de excusas. Yo no me daba cuenta hasta que una mañana me quedé dormido al volante”. En base a la experiencia de estos guerreros no les cabe la menor duda: si dejan de asistir, recaen. “Y como nosotros decimos –sentencia Manuel- el alcohol sólo conduce a tres caminos: al hospital, la prisión o al cementerio”.

Sobre el autor:

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María Luisa Parra

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