Sonreid siempre y recordad que sonriendo seréis muuuucho más dulces.

Las gominolas rojas estaban muy enfadadas. Venían observando desde hacía unas semanas que las gominolas rosas y las verdes eran las más demandadas por los niños cuando salían de clase. Tan demandadas que diariamente, Juan, el kiosquero, tenía que reponer mercancía. Pero eso sí, solo se acababan las gominolas rosas y las verdes. Cada mediodía ocurría lo mismo, llegaban los niños, cogían su bolsita del dispensador y empezaba a seleccionar gominolas. Siempre las rosas y las verdes, dejando en el fondo del bote de cristal a las azules, a las naranjas y a las amarillas. Y a las rojas, claro está, que estaban muy enfadadas.

—Oye —le dijo una gominola roja a otra azul— ¿no os habéis dado cuenta de que los niños solo se llevan a las rosas y a las verdes?

—No —contestó la gominola azul muerta de sueño— no me había fijado… Llevo tanto tiempo en este bote de cristal, viendo siempre las mismas caras…

—¿Vosotras tampoco? —les gritó a las amarillas y a las naranjas que estaban mirando embobadas la tapadera del bote por si se movía— ¡Tampoco os habéis dado cuenta! Es inadmisible. Convivimos en un bote de gominolas absolutamente alienadas y estúpidas. 

Las gominolas naranjas, amarillas y azules comenzaron a lloriquear.

—Dale, ya están las lloronas estas. Seguid, seguid llorando… —dijo la gominola roja tan enfadada que casi se había vuelto morada—. Está visto y comprobado que hay que tomar una determinación. Y hay que tomarla, ya.

Aquella tarde, después de soportar el bochornoso espectáculo de cada día y después de despedir con la mejor de las sonrisas falsas a las gominolas rosas y verdes que se iban muy contentas en las bolsitas de los niños, la gominola roja convocó una asamblea en el fondo del bote de cristal. 

—A ver, a ver —dijo con voz seria. Cada una de vosotras tendrá que buscar una explicación lógica a este problema. Luego, entre todas, y por votación, decidiremos cuál es la mejor forma de solucionarlo.

—Yo sé por qué no nos quieren —dijo una gominola azul—. Nadie nos lleva porque estamos duras.

Entonces, las gominolas se mordieron unas a otras y dijeron “no, no estamos duras”. Y dijo otra, “ya lo sé, ya lo sé, es que no tenemos colores bonitos”. Pero la gominola roja sentenció “el rojo, el azul, el naranja y el amarillo son colores tan bonitos como el rosa y el verde”. Y todas asintieron, pensativas. En ese momento, las naranjas comenzaron a llorar y a llorar y a llorar. Y todas las demás las siguieron…

La gominola roja iba a estallar, cuando de pronto se dio cuenta de algo: con las lágrimas el azúcar se iba cayendo de sus pequeños cuerpos y se quedaba en el fondo del bote de cristal. Se fue fijando en cada una de sus compañeras y efectivamente, ninguna tenía tanto azúcar como las gominolas rosas y verdes, que siempre estaban contentas. Los niños se las llevaban porque eran las más dulces.

—Atención, atención… a partir de este momento queda prohibido llorar y lamentarse. Haremos el baile de las gominolas por turnos en el fondo del recipiente y procuraremos que el azúcar nos cubra por completo ¿Habéis entendido?

Al día siguiente, volvieron las risas de los niños al salir del cole, y volvieron a agitar las bolsitas delante del bote de cristal repleto de gominolas brillantes y azucaradas.

—Son nuevas, hay chuches nuevas —dijeron los niños—.

Y empezaron a llenar sus bolsas con gominolas rojas, y azules y rosas y verdes y amarillas y naranjas.

—Adiós, adiós —se decían alegres las gominolas cuando iban saliendo del gigantesco bote de cristal—. Sonreid siempre y recordad que sonriendo seréis muuuucho más dulces.

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Claudia González Romero

Periodista.

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