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Sonó el móvil, no suelo contestar, incluso lo llevo en posición de silencio, tan solo con el vibrador puesto para que no incordie. Ese día me encontraba en un bar de la calle gaditana llamada Detrás del Pópulo o Fabio Rufino, haciendo un alto en el camino mientras me dirigía al Casino de Cádiz a recoger unas notas y datos que hacían falta. No sé a santo de qué, respondí al número anónimo de llamada nacional. Cuando ya me disponía oír a alguien ofreciéndome algo, a la par que me arrepentía de haber respondido a la llamada, escuché una voz de varón extraña, presentándose como Pedro Ramírez Olmo. Un total desconocido para mí del que en principio su nombre no me decía nada de nada.

-Tengo especial interés de hablar con usted sobre su experiencia en el Tajo de las Figuras  y lo que ahí ha vivido–me dijo. Boquiabierto me quedé sin saber que responderle. Estaba totalmente sorprendido, nadie conocía de ello, solo mi mochila, las botas y yo, menos aun un extraño.

- ¿Y usted cómo los sabe?—le interpelé.

- Con mucho gusto le aclararé su pregunta, podríamos vernos hoy en el Ventorrillo el Chato, a las dos y media para comer —agregó—. Muy bien, acerté a contestar, para inmediatamente demandar cómo nos reconoceremos.

- En el servicio de caballeros estaré lavándome las manos, hasta entonces por favor sea usted puntual —y colgó—.

Realicé ese día mis gestiones que me llevaron todo el resto de la mañana, sacando buen provecho al tiempo aunque no podía quitarme de la cabeza la inquietud que había sembrado en mí el tal Pedro Ramírez Olmo. Qué bobería la mía, me decía a mi mismo, no solamente aceptar una cita con alguien con el que a duras penas había intercambiado dos palabras telefónicas. Pero en fin ahí me encaminé dando por hecho que lo máximo que me podría pasar es que comiera solo.

Una vez llegado al restaurante, me preguntó el metre: cuántos éramos, le contesté dos, a la par quise saber dónde estaba el servicio de caballeros. Debo anotar aquí que con antelación a esta cita, no había estado en el Ventorrillo el Chato. Efectivamente, encontré en los servicios a una persona con aspecto de comercial o visitador médico, con traje oscuro y corbata, de unos cuarenta y pico de años, complexión gruesa, no era muy gordo pero tampoco delgado. Lo primero que me dijo, dejándome totalmente descuadrado, es que lo que yo estaba viendo, escuchando y percibiendo de él, los demás no lo harían y, pasaría a explicarlo después una vez estuviéramos sentados a la mesa.

Evidentemente los camareros y el metre no le veían. Aclaró él con una agradable sonrisa, añadiendo que esa era la única manera de darme cuenta de que lo que me estaba sucediendo es real. Era una proyección en mi mente, un simple y muy útil sistema de comunicación del que en mi actualidad, carecemos. A ojos de los demás debería parecer un desquiciado que hablaba solo, algo que resultaba incómodo, no soy persona a quien le agrada llamar la atención. Dijo que lo que estaba recibiendo era una proyección (empleó otra terminología) dentro de mi cabeza. Me dio mucha información referente a mi trabajo e insinuó unas líneas del mismo para llevar a término y que podían ser de utilidad. Expuso o propuso trasvasar información directamente en mi cerebro, cosa que claramente me negué en rotundo. Prefería tener  la conversación en línea, nada de descargarme algo desconocido en mi. Cualquiera se fiaba de vaya a saber usted quién.

Como soy un tauro muy pegado a lo terreno, me cuestioné si estaba soñando u otra cosa. Para ser consciente de ello hice un par de fotos que me sirvieran mas adelante de puntos de referencia, fotografiando aquello que estaba comiendo, también el entorno y a la persona que me atendía. Curiosamente, mi extraño interlocutor no salió en ninguna de las fotos.

Manifiestamente esta persona no se llamaba como me había dicho por teléfono, ni su figura de apariencia era como la que yo estaba observando, ni nada parecido y que era tan solo una proyección de comunicación que a lo largo del desarrollo tecnológico de nuestra humanidad, la podríamos tener o no tener. A pesar de lo aparentemente irreal e incómodo para mi, el encuentro fue fructífero, me transmitió la inquietud de no haber interlocutores viables y válidos en la clases dirigentes, se quejó de nuestra tendencia a ver dioses por todos los lados, de creernos los únicos en el infinito universo, y pensar ser la exclusiva humanidad de seres que ha existido en el Planeta. A las anteriores palabras sumó que la gran mayoría del legado de lo que llamamos pasado, son de segunda mano o reutilizado (dólmenes, megalíticos, pirámides, cuevas rupestres...) y, recalcó la existencia entre nosotros de robots biológicos difíciles de detectar por nuestros medios aunque no imposible. También agregó que en el Planeta interactúan múltiples seres ajenos al mismo.

Terminó su exposición con que deberíamos de ser cuidadosos con lo que creemos y a la par intentar mirar más allá. Todo tiene que ser reconsiderado y mantener una mente abierta. Hizo especial hincapié con “ojo al loro” con los miedos (Tenía humor en su manera de expresarse). Esto es una de las distintas “demostraciones” que he tenido con un ser ajeno a nuestra humanidad. Fue la interacción de mi plano de realidades con un plano paralelo. Debo decir, por último, que no me atrae el fenómeno “extraterrestre” en sí, aunque le encuentro allá donde vaya. Lo sucedido no fue más que una extraña cita que dejaremos aparcada… A todos los efectos, posiblemente no se dio o existió, aunque no me resista a contarlo.

Sobre el autor:

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Eduardo Arboleda Ballén

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