Helios Gómez durante la Guerra Civil. FOTO: BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA.
Helios Gómez durante la Guerra Civil. FOTO: BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA.

Un dolor de rebeldía es lo que son los dibujos de Helios Gómez, a quien Rodríguez de León, llorando por Bagaría, describía “vestido de negro, con su faz pálida y sus ojos que penden del dolor de la vida”. No había otro camino para el ilustrador, no podría haber ni un solo color más en las pupilas de un hijo de la luz del cielo que da Triana, la más conocida de todas las sevillas.

Unos ojos los de Helios de donde saldrían sus turbas de miserables y también nuestros encogimientos de corazón. En todo rompía moldes Helios Gómez a modo del sombrío y distorsionado expresionismo de Wiene. El lápiz gitano que trazaba con la visceralidad de una España mal construida esquinaba en blanco y negro la incertidumbre terrorífica del Dolor Social, por ejemplo, o serpenteaba en blanco y negro las marabuntas de obreros catalanes en sus 24 de Viva octubre, una carpeta publicada en Bruselas allá por el 35.

Como buen artista, Helios Gómez dibujaba con la costumbre de la mundología, es decir, con la camisa que viste la experiencia de vivir el trágico mundo. Porque su visión fue pesimista, sí, pero haciendo cuajar en los rostros ojerosos y arrugados –que son los típicos rostros que deja la perversidad– la desesperanza y el salvajismo de una perspectiva de cielos despejados e ilusionantes.

Helios no podía vivir sin revolución y la revolución perseguía

Cuentan de la veteranía. Porque el ilustrador del instante tuvo las alas de un libertario bastante peculiar, aunque en el 36 hubiese sido ya detenido 71 veces por las autoridades de distintos países y sometido a 42 procesos judiciales. Al menos, así lo contaban en Crónica.

Helios no podía vivir sin revolución y a la revolución perseguía. Por Francia, por Bélgica, por Alemania, por Rusia. En España. Le pisaba los talones mientras dibujaba en su cartón los submundos que recorren las tierras sometidas a las vicisitudes caprichosas de unos cuantos. Y así sucedió la evolución de su arte, al unísono con la entonces actualidad europea. Helios, el expulsado, marchó de lo social a lo políticosubversivo con la misma velocidad con la que pasaba del anarquismo al comunismo o de las manifestaciones por los polémicos asesinatos de Sacco y Vanzetti a las huelgas mineras del Borinange.

Unas alas de libertad que le permitieron volar sobre la bala un día 18 de 1931 cuando burló la ley de fugas, ya en el PCE y colaborando con Mundo obrero. Siguió corriendo, relataba en La tierra, cuando fue detenido a las puertas del Hospital Militar. Quería ver los cadáveres de Parra, Olivar, Navarro –que era el “cojo de los pestiños”– y el de Rivera Barbecho, a los que sí se le aplicó la citada ley en el Parque de María Luisa. A los cuatro obreros de las Juventudes Comunistas los mató la Guardia Civil mientras hacían huelga para coger un salario digno, que es lo que nos merecemos todas aunque el neoliberalismo nos diga que estamos bien así. La tonta costumbre de alegrarse por comer pan.

Las mismas alas que le llevaron por las barricadas de Aragón, Madrid, Barcelona y Andújar –desde donde en 1937 sería expulsado del Partido Comunista–; por la Bayo, rumbo a Ibiza y Mallorca; por la Ramón Casanellas. Las alas sobre las que cayeron chuzos de punta en los campos de Djelfa, Argelés-sur-mer y Vernet d'Ariège para después volver a tocar cielo. Esas alas.

En el Puerto Camaronero

Si Helios Gómez hubiese nacido en nuestra época habría puesto la cara colorada al ultraderechista Salvini, habría encendido algo más que las redes sociales después de la vergonzosa lista racial del colega de Le Pen y de Wilders. Porque Helios trajo de Rusia al gitano como sinónimo de igualdad, una visión que quedó materializada para él en los koljós agrícolas y en el Tzigane Teatro. Por eso Helios, el gitano, quería la igualdad de sus gitanos, de todos; por eso se balanceaba en el columpio de la inclusión y ansiaba que se reconociesen las virtudes raciales de la gitanería y no ese perfil de sainete que aún hoy persigue a la etnia del cante jondo: “No se quiere reconocer que los gitanos tienen la categoría de una raza conservada casi en su pureza aborigen”, decía. La culpa era España y, en concreto, de su parca riqueza política y su blanco impoluto.

Y con la Guerra Civil, esperaba él, cambiaría esa visión de nocturno arrabalero de la “pandereta española”, que dejaría de sonar con el gitano de la Cava, de Pagés del Corro y del Puerto Camaronero que puso su viejo pistolón frente a Queipo de Llano; del de la Sans barcelonesa que levantó su navaja contra las fuerzas del Cuartel de Pedralbes; del de Bujaraloz y Pina; del gitano que luchó en Puerto Cristo parapetado en la Muerte.

Helios Gómez fue la desolación, pero también la lucha proletaria. El ilustrador abarrotó magistralmente sus planchas con la curvilínea que delimitaba la amnistía, el patíbulo, las deportaciones, la religión. Toda una suerte de (pseudo)cubismo blanquinegro que ponía un solo rostro al criminal y cientos a la víctima.

Helios, el gitano, quería la igualdad de sus gitanos, de todos; por eso se balanceaba en el columpio de la inclusión

Por eso en Días de Ira, publicado en Alemania en 1930 por la AIT, se nota bien esa perversión del capitalismo que ya entonces jugaba a las damas con los estados de bienestar y con la concepción europeísta de masa empobrecida versus altura financiera y quasiempresaria. Se ve en la hoz, en los fusilamientos, en la teta de la madre, en el fascismo de Revolución española, por cierto, representado en un hombre opulento como hiciese pocos años después Josep Obiols en su Auca del noi català antifeixista i humà o Vida del niño altruista catalán antifascista.

71 detenciones contaron los de Crónica. 71 que encontraron su salida en la Modelo, donde entre el 45 y el 54 pintó su Capilla Gitana, esta vez en policromía. Porque la Mercè de Helios es gitana; porque el Niño de Helios es gitano. ¿Por qué no? Los frescos están encerrados en el primer piso de la vetusta cárcel barcelonesa, en la celda número 1 de la cuarta galería, un arte que fue mancillado por la estúpida decisión de la Dirección de Servicios Penitenciarios de la Generalitat, de Núria de Gispert, en concreto, que en el 98 decidió darle una manita de pintura blanca por razones de higiene.

En fin, que ¡bien por Helios Gómez!, como exclamaba Francisco Alcántara en el 26. Bien. Porque es más sano no creer en el arte de los prudentes y de los encorsetados y más esperanzador, al contrario, apoyarse en el que rompe el muro cristalino de la incertidumbre futura, en el que remueve la brújula exterior que apunta a la falta de justicia en cuatro de sus cuatro puntos cardinales. No hay ningún blanco ni negro como los de Helios, qué va, aunque algo se haya dicho de Fontseré.

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Virginia Mota San Máximo

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