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EDITORIAL.

La repetición electoral acabó en repetición de resultados, pero esta vez con un solo ganador, el PP de Mariano Rajoy, que obtiene el 33% de los votos válidos (casi 700.000 más que el 20D) y 137 escaños, 14 más que hace seis meses. Al grito futbolero de “yo soy español” y clonando el cántico podemita de “sí se puede”, los militantes del Partido Popular celebraron el tercer triunfo consecutivo de Rajoy, que obtiene cerca de 7,9 millones de votos y casi duplica los resultados de la segunda fuerza, el PSOE. La victoria personal de Rajoy, que salió entonado a la carpa de Génova pasada la media noche, es incontestable, y resulta sorprendente tanto por su volumen, que ningún instituto de sondeos (menudos fieras) llegó a prever, como por las circunstancias: desde diciembre, los escándalos de corrupción no han dejado de sucederse, pero el PP es la lista más votada en todas las comunidades, salvo Euskadi y Cataluña, y en todas las circunscripciones, excepto en 8: Barcelona, Girona, Tarragona, Guipúzcoa, Jaén, Sevilla, Huelva y Lleida. 

El caso del PP entrará en los anales de la política: siendo uno de los partidos más corruptos de Europa, sigue siendo una máquina de ganar elecciones. No hay quien lo baje de los 7 millones de votos, gracias en buena parte al peso del voto rural, a su inmensa red clientelar, a su armada mediática subvencionada y a la sistemática manipulación de los medios públicos. Ahora habrá que ver si Rajoy declina o acepta la presumible invitación del jefe del Estado para intentar formar gobierno, y si logra reunir los apoyos suficientes para la investidura. Tiene mejores números que hace unos meses, pero sería una pésima noticia para el país que lo consiga.

Los socialistas fueron finalmente la segunda fuerza con el 22,6% de los votos, contra los vaticinios que auguraban el ‘sorpasso’ de Unidos Podemos, y comparecieron cuasi eufóricos en Ferraz para festejar el peor resultado de la historia del partido. Esta imagen paradójica fue una metáfora de la jornada electoral y de la lucha fratricida que divide al centro izquierda clásico de la nueva izquierda: Pedro Sánchez, perdedor por tercera vez, dio por buena su victoria pírrica sobre Unidos Podemos, aunque fuera a costa de entregarle 5 escaños al PP. Con 5,4 millones de votos, solo 120.000 menos que el 20D, el PSOE salva el orgullo y los muebles, pero el formato marcadamente publicitario de su campaña y sus feroces ataques a UP conforman un escenario de penuria intelectual y cortedad de miras que resume tanto la decadencia de la socialdemocracia como sus tendencias suicidas. 

No resulta menor la frialdad que emana del resultado de Unidos Podemos, tras la campaña tremendista, antigua, llena de canciones y de guiños patrioteros y populistas (patria, pueblo y Quilapayún a troche y moche) elegida por su líder, Pablo Iglesias, que en su último mitin mostró la cara menos atractiva y más demagógica del ideario de Podemos. Las confluencias logran 71 diputados y 5 millones de votos, los mismos que obtuvo sin IU en sus primeras generales, y un millón menos de los que lograron IU y Podemos por separado. No, en política no siempre 2 + 2 suma 4.

Aunque Unidos Podemos hizo bien en no atacar al PSOE tanto como al PP, el daño estaba seguramente hecho. Muchos electores, sobre todo en las grandes ciudades, parecen haber perdido la ilusión inicial por el movimiento, que se consolida como tercera fuerza pero no consigue mantener su ventaja en votos frente al PSOE y ni siquiera roza el sueño de acercarse al PP. Ejemplar, en cambio, fue la reacción de Iglesias a los resultados: seriedad, aceptación de que las expectativas no se han cumplido, y respuestas a preguntas de los periodistas acreditados en la sede. En todo caso, UP necesita una autocrítica profunda, y una urgente puesta al día de sus ideas, proclamas y gestos setenteros, que a tantos mayores de 50 años les producen desconfianza, cuando no directamente sonrojo y urticaria.

El bipartidismo, que suma un 44% de los votos totales, no mejora su suma global de apoyos, pero con el aguante de las viejas fuerzas regionales mantiene su hegemonía sobre la llamada nueva política. Buena parte de responsabilidad es del mal resultado de Ciudadanos, que cede 8 escaños al PP respecto al 20D y se deja cerca de 400.000 votos en el camino. En una situación polarizada por el Partido Popular y UP, la campaña del partido liberal liderado por Albert Rivera ha tenido dificultades para distinguirse y para encontrar el tono adecuado. El absurdo paseo por Venezuela se ha revelado perjudicial, pero al fin y al cabo C’s cumple el papel para el que fue aupado a la política nacional por el sistema político, financiero y mediático: frenar a Podemos, taponar el desgaste del bipartidismo y ayudarle a mantenerse en el poder. Ahora, C’s sumaría con el PP 169 escaños. Pero Rivera sigue manteniendo que jamás apoyará a Rajoy. Veremos. 

Mañana tocará empezar analizar los posibles pactos. Nada parece hecho, ni fácil; aunque Rajoy, el hombre de corcho, salga reforzado de la nueva cita con las urnas, sigue siendo un presidente débil y del todo inadecuado. Su extraño discurso, que sonó a despedida, y la sombra de Cristina Cifuentes, que se apresuró a tuitear una foto con el líder, pueden esconder alguna clave importante.

Se supone que esta vez todos los líderes, por la cuenta que les trae, intentarán formar gobierno como sea. Una tercera visita a los colegios electorales sería demasiado, incluso para un electorado tan paciente y tolerante como el español. En caso de nuevas elecciones, la abstención, que gana de largo la cita electoral (en el censo de residentes internos hubo un 30,1% de abstención, casi 10,4 millones de personas, a falta de contar los más de 1,5 millones del censo exterior) podría devenir fácilmente en frustración y desafección. Y, visto lo visto, no sería para nada raro. Dado el nivel de la mayoría de nuestros representantes políticos, resulta cada vez más complicado ir a votar sin escafandra. 

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María Luisa Parra

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