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'El clan', de Pablo Trapero, triunfa en la Mostra de Venecia. 

Sales del cine con el cuerpo cocinado en escalofríos. El clan, la película argentina dirigida por Pablo Trapero que ya supera los dos millones de espectadores locales y que el pasado 12 de septiembre ganó en la 72ª Mostra de Venecia el León de Plata, cuenta una pesadilla que fue real: la historia de los Puccio, una familia de clase media y buen pasar, dedicada a los secuestros extorsivos y asesinatos de personas de su círculo, durante los años 80.

El filme, coproducido, como Relatos salvajes, por El Deseo y Hugo Sigman, se estrenará en noviembre en España y es el mascarón de proa de un renovado interés por el caso, que se completa con Historia de un clan, teleserie de 11 capítulos semanales estrenada el miércoles en la Argentina, y El clan Puccio. La historia definitiva, investigación periodística de Rodolfo Palacios, publicada en junio por Planeta. Aproximaciones todas ellas a la violencia y el universo oscuro de los servicios de inteligencia (a los que Arquímedes Puccio, líder de la banda, estaba vinculado) y que, aún hoy, con más de treinta años de democracia, la Argentina vuelve a poner bajo sospecha, por sus presuntas vinculaciones con escándalos irresueltos, como la muerte dudosa del fiscal Alberto Nisman, ocurrida en enero de 2015.

En la película, Trapero disecciona la cotidianidad esquizofrénica de esa familia sin rasgos públicos de disfuncionalidad dedicada en privado al negocio del secuestro. Explora las contradicciones de su protagonista y el contrapunto perverso entre el hombre preocupado por las tareas escolares de Adriana, su hija menor, o las contracturas de Epifanía, su mujer (profesora de Matemáticas y dueña de una rotisería en la localidad de San Isidro) y el criminal gélido, capaz de ocultar y torturar a las víctimas en su propia casa.

Guillermo Francella (que ya había salido de su encasillamiento en la comedia con El secreto de sus ojos) se luce como patrón del mal en la piel de Arquímedes, padre tan autoritario como sibilino y seductor, que usa los contactos de su hijo Alejandro (gran actuación de Peter Lanzani), estrella del rugby local, para elegir y concretar sus "proyectos".

Así, entre 1982 y 1985, el clan secuestra y mata a los empresarios Ricardo Manoukian (cuya familia entregó un cuarto de millón de dólares con la esperanza de recuperarlo), Eduardo Aulet (150.000 dólares; su cuerpo fue hallado cuatro años después del secuestro) y Emilio Naum (quien se resistió y fue asesinado durante la captura), todos ellos conocidos de la familia. Los Puccio "trabajaban" junto a tres cómplices, mano de obra desocupada de la saliente dictadura militar, unidos a Arquímedes por su militancia en el peronismo de ultraderecha y por un pacto mafioso a fin de "reciclarse", secuestrando y matando, en los primeros años de la primavera democrática .

La sangre como lazo, el sentido de pertenencia y la autoridad paterna son los andariveles que explota Arquímedes para lograr la colaboración o el silencio de los suyos ("Me da mucha tranquilidad tenerte a mi lado, hijo"), a la vez víctimas y cómplices de ese entorno delictivo ("Papá lo hace por nosotros", se justificará en el filme). Y también, las nociones que Trapero elige para retratar los claroscuros de los personajes (los remordimientos de Alex ceden ante los fajos de dólares), abordando temas socioculturales urticantes. Un camino siempre fértil en su filmografía como prueban Elefante blanco (sobre la vida en asentamientos marginales acechados por la droga y el delito), Leonera (que aborda la problemática de las maternidad en las cárceles), Carancho (sobre la industria del juicio alrededor de accidentes de tráfico fraudulentos) o El bonaerense (acerca de la corrupción policial en la provincia de Buenos Aires).

Un acierto doble es la banda de sonido de la película que te sumerge en los años 80 a golpes de rock argentino (Seru Giran, Virus...), contextualizando y equilibrando en sus acordes contagiosos una tensión dramática de otro modo insoportable. La música acompaña el relato de la vida social de la familia y los éxitos deportivos de Alejandro, una fachada tan eficaz como para minimizar sus peculiaridades: conocido como "el loco de la escoba", en San Isidro se recuerda a Arquímedes barriendo la acera de madrugada, actitud que luego se interpretó como el deseo de verificar si los gritos de los secuestrados se escuchaban desde la calle.

El clan Puccio se desbarató el 23 de agosto de 1985, en medio de la incredulidad de vecinos, amigos y clientes de la familia que sostuvieron durante mucho tiempo su inocencia. Ese día la policía entró en la casa familiar y rescató a Nélida Bollini de Prado, encadenada en el sótano y con el horror de 32 días de cautiverio masticándole los huesos, gracias a que la familia de la empresaria, desoyendo las amenazas de los secuestradores, había denunciado la desaparición. Para entonces, insinúa Trapero en el filme, Puccio había perdido la protección de los servicios que ya no podían pagar con impunidad su fidelidad de otros tiempos.

Arquímedes fue condenado aunque nunca reconoció su culpabilidad. Tras 23 años de prisión salió en libertad condicional en julio de 2008; murió en 2013 repudiado por su familia, que jamás reclamó el cuerpo. Alejandro murió a los 49, después de varios intentos de suicidio y más de dos décadas en la cárcel. Daniel, Maguila, otro de los hijos que participó en las actividades criminales, estuvo prófugo y hoy vive en libertad, por prescripción de la causa. Se presume que se dedica al rugby en Brasil.

La justicia no pudo probar la participación de Epifanía, la madre (ya nonagenaria, que vive aún en Buenos Aires), ni de Silvia, la mayor de las hijas, quien murió en 2011. Guillermo y Adriana, los hijos menores, nunca fueron acusados. El primero reside en el extranjero. La segunda cambió su apellido y vive todavía en la Argentina. Algunos comentarios de la prensa especializada que cubre la Mostra, donde la película fue ovacionada, celebraron a Trapero comparándolo con el Scorsese de Buenos muchachos.

Sobre el autor:

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Paco Sánchez Múgica

Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

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