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Entrevista a Carlos Martín Ballester, autor del libro-disco 'Don Antonio Chacón'. 

Carlos Martín Ballester (Madrid, 1974) habla rodeado de psicofonías flamencas. Cientos de documentos sonoros de las épocas más remotas de las que se tienen registros; entonces los nombres de los palos olían aún a pintura fresca. Lleva 20 años reuniendo discos, escarbando en rastros, anticuarios, catálogos. Tenía 18 años y estudiaba Derecho a desgana cuando un amigo le mostró un disco de pizarra: aquel círculo duro empezó a rodar y despertó de entre los muertos la voz de Manuel Torre con la guitarra de Miguel Borrull y un ruido arrugado de fondo. Se fascinó. Pronto descubrió que todavía podía cavar más profundo, viajar más atrás. Se hacía a través de los cilindros de fonógrafo.

“¿Nunca has visto un cilindro de fonógrafo?”, dice y se gira hacia la vitrina que está a su espalda. Dentro se ven decenas de cajas de cartón que parecen representaciones a escala mínima de viejos tambores de detergente: “Aquí hay unos 200, unas cuatro veces lo que hay en el Centro Andaluz de Flamenco o en la Biblioteca Nacional” (y el flamenco, explica, ocupa apenas el 5% de todos sus archivos). Toma uno, con cuidado, lo destapa. La pieza está envuelta en una servilleta de papel para que el propio envase no lo deteriore. “Este es uno de Antonio Chacón [1869-1929] que se ha usado para el libro, sólo existe este ejemplar”. Descubre un tubo oscuro, amarronado, con unos rodales de humedad que son los culpables del ruido de fondo que se escucha en las grabaciones del libro-disco Don Antonio Chacón. Martín Ballester ha optado por dejar ese raspado y no someter los documentos a remasterizaciones forzosas: “Hay ediciones en CD que quedan tan limpias que dices, ¿qué le ha pasado a la voz?”. En los cantes, sobre todo, del primero de los tres discos del libro (grabados en 1899 y 1908), oímos al jerezano Antonio Chacón cantar detrás de una densa cortina de suciedad acústica. La sensación que produce raya en el misterio, es una sinestesia maravillosa: el paso de un siglo, de pronto, se convierte en algo degustable. “Este de Gayarre Chico, por ejemplo”, extrae otro cilindro, “está totalmente comido por la humedad, inaudible”.

¿Qué es lo que más le engancha de este tipo de coleccionismo?

Esa sensación de tener pequeñas cápsulas de música en directo. Hoy en día entendemos la grabación casi como orfebrería de estudio, pero en aquella época era así [chasquea los dedos varias veces], grabas, terminas y te vas. No se retomaba desde un punto medio y se repetía; no, salía tal cual. Y eso se nota, en estas grabaciones el intérprete está en un estado de frenesí.

El volumen Don Antonio Chacón es el primero de una colección que van a publicar a partir de los archivos sonoros que ha ido reuniendo, ¿cuál es la idea de la serie?

Elegir cada año un par de artistas, o si no se puede hacer con uno solo, centrarnos en una selección con un carácter más de localidad o de temática. La idea es, como en este caso, hacer un estudio técnico e histórico de los registros, explicar las circunstancias, las épocas, las sesiones de grabación, los participantes; analizarlos uno por uno, siendo lo más completista posible. En este, al final, hay también un trabajo de José Manuel Gamboa que hace un recorrido a través de la influencia de la obra de Chacón en intérpretes coetáneos y posteriores. Pero no van a ser biografías al uso.

¿Y por qué Chacón? ¿Qué significa en la historia del flamenco?

Representa el equilibrio perfecto que todo genio flamenco debe tener. Chacón recoge el testigo de la herencia de figuras anteriores: Silverio, La Serneta o Curro Dulce, más por seguiriyas y soleás que por palos de nueva factura; toma ese caudal de cantes anterior a él y los interpreta a su manera. Y, además, era un artista con una capacidad creativa ilimitada y fue vertiéndola en otros cantes que él consideraba que encajaban mejor con su sentir. ¿Qué hizo? Pues en esa época en que por soleás y por seguiriyas ya había un repertorio muy estructurado, encontró en otros cantes modernos el camino a seguir: sus estilos de malagueñas han quedado como modelo.

Se habla de él como uno de los grandes creadores del género, ¿creador de estilos o también de letras?

Tenía una gran elegancia al seleccionar la temática de las letras, no se encuentran chabacanerías ni groserías, es un repertorio muy bien elegido. Además, se junta con unas condiciones vocales extraordinarias. Julián Gayarre, el mejor tenor español de la historia, quiso pagarle estudios de canto en Milán. Lo escuchó en el Café de Fornos, ahí en la calle Alcalá, donde ahora hay un Starbucks [ironiza], y le dijo “usted parte un tono en cuatro”. Chacón se quedó pensando porque no sabía lo que le quería decir- Se refería a su forma de jugar con las notas, a la velocidad.

¿Y él qué respondió?

No, no aceptó la propuesta. Él llevaba toda la vida buscándose la vida por Cádiz y Huelva, desde niño, era un enamorado del cante.

En el libro se recoge el conflicto que se armó entre los partidarios de Antonio Chacón y quienes, una vez desaparecido, empezaron a cuestionar su figura y a decir que se le había mitificado.

Claro, luego llegó esa época que llamaron de neojondismo impulsada por Antonio Mairena en la que intentaron hacer ver que el flamenco había estado diluido en una serie de corrientes que se alejaban de lo que era la raíz del cante: las fiestas gitanas con el repertorio de soleás, siguiriyas… Mairena encontró un grupo de adláteres: se juntó el hambre con las ganas de comer. Y el chivo expiatorio fue Chacón porque representaba lo que ellos denostaban. Lo valoraron de la peor forma en que se puede valorar a alguien, hablando de su mediocridad y diciendo que era bueno pero en el género flamenco, no en el cante gitano.

De hecho, uno de los calificativos que le aplicaban, el de cantaor-tenor, traía muy mala uva.

Cantaor-tenor, cantaor atenorado… El mismo Caballero Bonald dijo en una conferencia que era un coplero, como si fuera Miguel de Molina, con todos los respetos para ese género. Esos son los daños colaterales como dicen los cursis. No se entendió que Chacón era un defensor a ultranza de los cantes gitanos (como se vio en el Concurso de Granada con Falla y Lorca), sólo que, evidentemente, él veía que ese repertorio podía ser interpretado por artistas que no fueran gitanos siempre que se cantara de verdad, con sentimiento.

Chacón tenía unos 30 años en su primera grabación y hay mucho de él que no llegaremos a escuchar. Parece complicado valorar la envergadura de un artista sólo por sus registros sonoros y más en esa época… En el libro se cuenta que entonces no se daba a los discos la misma importancia que ahora.

Eso es fundamental. Mairena es ejemplo de lo contrario. Él desde el primer momento tenía conciencia de que su obra era su legado y de que las fiestas y recitales quedarían como en un limbo, pero que finalmente sobreviviría la discografía. En eso Mairena fue precursor, antes no lo pensaban; Chacón es el perfecto ejemplo. Grabó en cilindro cantes gitanos (soleá, martinete, serrana, saetas, seguiriyas), luego siguió la corriente de moda y entró en malagueñas, cartageneras, tarantas. Fue el principal dinamizador. En 1928, antes de morir, aparecen granaínas, mirabrás, caracoles. Lo que quiero decir es que si hubiera pensado en grande, con una mirada clara sobre su obra, habría dicho: no grabé en 1908 tales cantes, pues ahora los voy a introducir…

¿Pero entonces esa lógica no existía?

Eso es interesante porque el aficionado flamenco es muy dado a interpretar épocas pasadas con base en la visión actual. Eso es un error. Esta música ha ido mutando. Además, en esa época el flamenco no se había desarrollado. Criticarle a Chacón por grabar sobre todo cantes de Levante y menos seguiriyas es como si criticáramos a Camarón por hacer muchos tangos y bulerías en los 70 y los 80. El artista es hijo de su época, no podemos ser tan miopes.

¿Por qué el flamenco siempre está sometido a una revisión histórica y con una militancia bastante dura?

Es una política de frentismo: como yo me he sentido vilipendiado, ahora me toca a mí… En este libro he pretendido romper eso del conmigo o contra mí. El flamenco es una amalgama de carácter andaluz y gitano, y en esa mezcla perfecta se conforman unas músicas procedentes del folclore y de distintas vías que se convierten en una de las expresiones más ricas de este planeta. Lo que no es de recibo es que se intente identificar el cante bueno sólo con el interpretado por gitanos. Así caemos en una especie de folclore en el que por ser hijo de gitano tienes que cantar mejor que el que no lo es. El flamenco se basa en la convivencia. Los gitanos suelen cantar bien porque desde niños es un idioma común para ellos, pero los payos que convivían en un café cantante desde los seis años han tenido prácticamente las mismas vivencias.

Ocurre igual con el hambre y las fatiguitas mortales, ese mito.

Efectivamente, ahora por ciertas investigaciones sabemos que El Planeta [uno de los titanes fundacionales del flamenco] tenía servicio en casa, era cantaor gitano y vivía como un señorito. Iba a las fiestas de gente más acaudalada y cobraba por ello. Era carnicero de profesión y ganaba mucho dinero.

Y Chacón cómo iba de cuartos, ¿sacaba más de los recitales o de los cilindros y los discos?

Ganaban mucho con los cilindros. La mayoría se ganaba la vida en los cuadros flamencos, pero los elegidos como él sí sacaban bastante dinero. Luego, cuando estaba en un café y se lo rifaba el del café de al lado, le pagaban dinerales tremendos. Hay una famosa entrevista: El hombre que ganó 40.000 duros impresionando cilindros y placas. Él dijo que en una de las sesiones sacó 11.700 tubos para una casa de Valencia, lo cual me parece una barbaridad…

¿11.700?, ¿pero no se grababan uno a uno?

Uno a uno o de diez en diez como mucho… Hice el cálculo y suponía que hubiera estado grabando durante tres meses a razón de ocho horas diarias.

¿Qué flecos quedan hoy del jerezano en los artistas actuales?

Su influencia siempre quedaba para esos intérpretes de voz delicada de tesitura, con afinación muy bonita. La intención del libro es acabar con ese reparto de cartas, decir que se puede cantar por Chacón desde una tesitura rozada y gitana. Igual que una voz fina puede hacerlo bien por Manuel Torre.

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Sobre el autor:

claudia

Claudia González Romero

Periodista.

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