“Dispuesto a volver y todo”, dijo Aznar en el Congreso de los Diputados. De esta frase, que no deja de ser una amenaza, lo más preocupante es ese “y todo”. Qué ha querido decir Aznar con esta coletilla inclusiva es difícil saberlo. Pero si ya su anuncio de que está dispuesto a volver es sorprendente, ese “y todo” con el que ha concluido me ha intranquilizado lo suficiente como para preguntarle a Aznar: ¿Qué incluye ese “y todo”. ¿Se refiere a que volverá con Álvarez Cascos y con Rato al frente? ¿Que de nuevo elegirá a Rajoy de sucesor? ¿Querrá decir que resucitará al mismísimo Blesa, que en paz descanse, junto con los tranquilos leones del África? ¿Devolverá las preferentes a los inversores? ¿Repartirá entre los españoles los sellos de la estafa Forum que creció en su amada Valladolid?
¿Qué? ¿Regresarán los buenos tiempos de las tarjetas black para todos? ¿Bárcenas saldrá de su celda? ¿Quiere decir acaso que los apuntes de su contabilidad quedarán en blanco de nuevo, sin JM? ¿Que Suiza perderá los millones de euros depositados y manejados por los tesoreros del PP? ¿Que Correa no se llamará Gürtel, sino que volverá a lucir su nombre inmaculado, castizo, rotundo? ¿De verdad volverá a hablar catalán en la intimidad? Por supuesto, en la etapa del cosmos conocida como “Repetición Aznar”, Franco volvería a estar tranquilo en su tumba, y quién sabe si en ese “y todo” no está incluido que regrese de ella en carne mortal.
Las leyes cósmicas, que se rigen por el principio de la entropía, están amenazadas con este anuncio de regreso de Aznar. Está tan pleno de energía como cuando apareció en aquel El País Semanal disfrazado de Cid Campeador, con la cruz en el pecho, la misma que luego portarían los arrojados asaltantes de la Isla del Perejil y los acorazados cruzados de Irak. Como proclamara el Nietzsche que denunciara la conciencia moral como un juego de sacerdotes sutiles, Aznar se acoraza en la extremada buena conciencia del que está más allá del bien y del mal. Sobrehumano, superhombre, no se arrepiente de nada. No tiene que pedir perdón por nada. Lo volvería a hacer todo igual. Sentarse en la mesa del rancho de Bush con los pies en alto, retratarse de nuevo en las Azores, casar a su hija en El Escorial ante el asombro de España, rodearse de imputados y condenados, mentirnos a los españoles sobre ETA y el 11M. Todo lo mismo. Como exclama el personaje de Nietzsche, el amante del eterno retorno, él también diría “¡Venga, una vez más!”, “¡siempre de nuevo!” “¡otra vez!”.
Pero es increíble que esta afirmación de retorno se concierte con otra incompatible: él nunca estuvo allí. No sabe nada de sobresueldos, de caja negra del partido, de cercanías continuas con hombres y mujeres dudosas, de suicidas arrepentidos. Como M.V. Varga, en la tercera temporada de Fargo, nunca dejó huellas. Habitaba en la estratosfera, más allá de donde se ensucian las manos los miserables humanos. No tiene nada que ver con lo que ha pasado en el PP en estos veinte años, y, sin embargo, quiere que se repita todo igual. ¿Es posible? Aznar se mueve entre el nunca estuve allí y el querer volver. Pero las dos cosas no son compatibles.
Viñeta de Pedripol.
No se regresa a donde no se estuvo. Y lo que nos preguntamos muchos españoles es: ¿por qué quiere volver? ¿Por qué no se atribuye ninguna de las cosas que todos recordamos que pasaron cerca de él, con él, al lado de él, bajo él? Esta selección, esta memoria sesgada, no es propio del superhombre nietzscheano sin conciencia de culpa. Ha de desear que vuelva todo. En el fondo, es un blando. Claramente no está a la altura del cinismo de Trump. ¿Pero qué es un superhombre sin cinismo?
Dice que se dedicaba a la política. ¿Qué es la política para él? ¿Lo que hemos vimos en el Parlamento? ¿Bronca a cara de perro que amenaza, califica, juzga, decide lo que es peligroso o saludable para la democracia? ¿Él, un ciudadano particular, en sede parlamentaria y dicho a los representantes de los ciudadanos? ¿Desde qué superioridad? ¿Desde qué legitimidad? ¿Desde qué instancia? Hoy le ha faltado espetar a los parlamentarios “¡Se callen coño!” ¿Está incluido esta expresión en ese “y todo”?
Pero por mucho que quiera “volver y todo”, nada volverá. La irreversibilidad es la estructura del tiempo cósmico. Ya no quedan grandes compañías públicas que privatizar, no hay Telefónica que dar a los amigos del colegio, ni cajas de ahorro que puedan ser esquilmadas por los compañeros de oposiciones, ni apenas suelo con el que especular, ni costa que destruir, ni cuarteles que malvender o regalar a los amigos, ni cardenales con los que limpiar la conciencia. La ley del eterno retorno no es universal. No todo regresa. No lo hace. No tiene un parlamento domesticado delante, desde luego. Aznar ha sido llevado a las Cortes una vez más y se le ha dado la ocasión de demostrar el respeto que le tiene al Parlamento.
Los jóvenes dirigentes del PP, que le acompañaron y jalearon, son cómplices no solo de esta insuperable falta de comprensión de lo que es la responsabilidad política, sino también de su comprensión de la política como bronca y, sobre todo, de su intolerable falta de respeto a la representación nacional. Aznar, al ponerse por encima de ella, al declararse moralmente superior a ella, al atreverse a juzgar qué es y qué no es provechoso para la democracia, se autodefine como un instancia soberana incompatible con el espíritu democrático y por eso, en ese “y todo” con el que nos amenaza volver, debemos temernos lo peor. No le tenemos miedo a Aznar, desde luego. Lo que tememos es que vuelva la gente de la que se rodeó y de la que, dado que no se arrepiente, es bastante probable que se vuelva a rodear. Y hoy sabemos que hay muchos y peores que Bush y Blair. Ahí están, pensando cómo arrastrar a España a la senda de Le Pen, de Salvini, de Trump y de Orbán. Si el pueblo español lo consiente, se merecerá lo que le pase.
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