El multiemprendedor que enseña a surfistas a mejorar su técnica: "Con ganas y físico, cualquiera puede"

Ángel Figueroa dirige Cutback, una escuela de tecnificación ubicada en Conil, en la que prepara a sus alumnos para competir gracias a la "capacidad analítica" desarrollada por ser juez de la Federación Española de Surf

Ángel Figueroa, propietario de Cutback, una escuela de tecnificación de surfistas de Conil.
Ángel Figueroa, propietario de Cutback, una escuela de tecnificación de surfistas de Conil. JUAN CARLOS TORO

El surf siempre estuvo presente en la vida de Ángel Figueroa (Jerez, 1979), desde que lo probó con ocho años, cuando empezó a competir. Con idas y venidas, nunca ha dejado de buscar olas cuando su trabajo le ha dejado, hasta que lo ha terminado convirtiendo en su modo de vida.

Después de varias experiencias en escuelas de surf de la playa de El Palmar, en el término municipal de Vejer, regenta desde hace dos años Cutback, una escuela de tecnificación y perfeccionamiento del surfista. Con ella viene a cubrir un hueco, el de las personas que, una vez superada la fase de iniciación, quieren seguir mejorando.

En un local de Conil, en la calle Virgen de la luz, Ángel tiene el centro de tecnificación, donde hay una rampa para “corregir errores”, una sala de videoanálisis en la que se observa y se mejora lo vivido en el mar, pero también un gimnasio para surfistas y salas para impartir yoga o pilates. Además de diverso merchandising y material técnico que necesitan sus alumnos.

“No hay edad para iniciarse”, cuenta Ángel Figueroa cuando atiende a lavozdelsur.es. “He llegado a dar clases a un alemán de 70 años que nunca se había montado en una tabla… ¡y se puso de pie!”. “Con ganas y forma física, cualquiera puede, porque eso sí, es un deporte duro”. Él a sus alumnos les pone un plan de trabajo y unos objetivos que deben ir cumpliendo para progresar.

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Figueroa, patinando en la rampa de su escuela.   JUAN CARLOS TORO

Cutback nació en 2020, aunque unos meses después de lo que le hubiera gustado a Ángel. El confinamiento derivado de la pandemia retrasó su apertura, aunque para entonces ya tenía una base de alumnos que lo conocían de anteriores empleos. “Capitalicé el paro y les escribí para contarles que me había metido en un proyecto costeado de mi bolsillo, que quien quisiera podía pagar las cuotas y recuperar las clases al año siguiente. El 80% lo hizo”, cuenta.

Figueroa, que es juez de la Federación Española de Surf (FES), asegura que ha desarrollado “una capacidad analítica brutal” durante las competiciones, que le han servido luego para su negocio. “Me di cuenta de que en mis clases era capaz de analizar lo que le pasaba a cada persona, era como tener mi propio método”, asegura.

Pero antes de eso, Ángel Figueroa ha sido otras muchas cosas. De formación, es técnico de sonido, y por ahí empezó su andadura laboral. Con apenas 18 años, sin haber terminado el ciclo formativo en el IES La Granja, montó un pequeño estudio en la calle Caracuel, que pudo abrir gracias a un préstamo que pidió a sus hermanos mayores, en torno a un millón de pesetas.

Estudios Pegamento, que es como se llamaba, empezó su andadura con una mesa de mezclas, un grabador analógico y varios micrófonos. “Me lo curré, insonoricé el estudio e hice una pecera y una sala para músicos”, recuerda. Con el tiempo le fue “haciendo la competencia a los estudios más punteros de Jerez”, dice Ángel, que llegó a trabajar para uno de ellos, aunque sin dejar su proyecto personal.

En 2011 traspasó el negocio, muy tocado por la crisis financiera iniciada unos años antes, aunque para entonces ya había empezado a dar clases de windsurf, sobre todo, y también de surf. Pero le salió trabajo como técnico de sonido en Madrid, en una sala de conciertos, y para allá se fue. Estando alejado del mar, se refugió en el skate y descubrió el longboard —una tabla más larga, que imita al surf en tierra—, que en la capital empezaba a despuntar.

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Un cliente de Cutback, en la rampa del negocio.  JUAN CARLOS TORO

“A Cádiz no había llegado aún”, recuerda Figueroa, quien durante un fin de semana en el que volvió a casa, compró un panel de contrachapado y construyó su primera tabla. “Me inventé una marca, aunque en realidad era un regalo de cumpleaños para mi novia”, cuenta. Budywood la llamó, combinando el nombre de su perro y madera en inglés. “En el parque del Oeste flipaban con nuestros patines”, dice.

A su vuelta a Cádiz, tras el periplo madrileño, empezó a fabricar, ya con su propia empresa. Como las historias de los mitos emprendedores, empezó en un garaje, concretamente en el de casa de su madre, en El Puerto, a pocos metros del mar. Unas 1.300 tablas, numeradas, fabricó entre 2010 y 2015, que acabaron en muchas ciudades de España, pero también a nivel internacional. “Un cliente muy bueno era de Corea del Sur”, recuerda.

En paralelo seguía dando clases de surf, “pero el sector se prostituyó, porque había muchas marcas chinas produciendo tablas a bajo coste”, y en pleno apogeo de su marca recibió una oferta para dar clases en una escuela de surf de Asturias, que no desaprovechó. Hasta allí se llevó parte de su taller, y seguía fabricando tablas a distancia, hasta que lo dejó.

“La vena emprendedora se la achaco a mi abuelo materno, que montó una tienda que todavía existe, Galerías Ragaza en la playa de la Yerba (Jerez)”, dice Ángel Figueroa. La parte artística, quizás a su padre, pintor y fotógrafo. Un talento innato del que ahora se benefician sus alumnos de la escuela de tecnificación Cutback.

Sobre el autor:

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Francisco Romero

Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Antes de terminar la carrera, empecé mi trayectoria, primero como becario y luego en plantilla, en Diario de Jerez. Con 25 años participé en la fundación de un periódico, El Independiente de Cádiz, que a pesar de su corta trayectoria obtuvo el Premio Andalucía de Periodismo en 2014 por la gran calidad de su suplemento dominical. Desde 2014 escribo en lavozdelsur.es, un periódico digital andaluz del que formé parte de su fundación, en el que ahora ejerzo de subdirector. En 2019 obtuve una mención especial del Premio Cádiz de Periodismo, y en 2023 un accésit del Premio Nacional de Periodismo Juan Andrés García de la Asociación de la Prensa de Jerez.

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