Sus padres tienen la culpa de todo. Además de concebirlo, su padre, Carlos Guerrero, le compró su primera maqueta de Lego —un cochecito amarillo— cuando tan solo tenía 8 años. Y hace 11, su madre, Irene Ruiz, volvió a despertar su interés cuando le regaló una caravana volkswagen roja, por el Día de Reyes. Desde entonces, Pablo Guerrero Ruiz (Jerez, 1982) es la única persona en España que atesora un taller-ferretería especializado en piezas de Lego con una gran colección de construcciones originales. "Soy un hombre atípico", destaca. No bebe, no fuma, ni le gusta el fútbol, ni la política. Sus principales aficiones son el deporte, viajar por el mundo, reparar coches antiguos junto a su padre, coleccionar billetes internacionales y, por supuesto, crear edificios y coches con piezas de Lego. Su mundo es de colores, de muchos colores deconstruidos por ladrillos. Confiesa que cuando va paseando contempla las construcciones como si estuviesen compuestas por piezas de Lego, así, de algún modo, se hace una idea en su cabeza para luego reproducirlo en su taller instalado en una nave del Parque Empresarial de Jerez. Es su pequeño santuario y ni por asomo lo tiene de cara al público.

Como si de un escondrijo se tratara, alza el gran portón azul con disimulo. Después sube las estrechas escaleras, abre la puerta de su oficina, conecta su Iphone a una caravana wolkswagen con altavoces. Y cuando suena Prodigy o Chambao, empieza la magia creativa. "Si mi mujer hace yoga para relajarse, yo me vengo aquí y me llevo horas ordenando o montando. Esto es lo que a mí más me relaja". Cuenta que su objetivo no es lucrarse, para eso trabaja en la misma empresa desde que tenía 18 años. No. Él construye un Renault 4 amarillo con motor de Fórmula 1 para desinhibirse. Para escapar del mundo real y crear el suyo propio, un mundo en miniatura que nunca se rompe, como él mismo aclara: "Aquí no se rompe nada. Se desmonta y se vuelve a montar".

Narra que se crió entre grasas y motores y que de ahí, le vino la afición al Lego. Partió del coche de 100 piezas que le regaló su padre a creaciones difíciles y únicas que él mismo se ha inventado. "Ese que ves ahí es el Mini Cooper antiguo, mi mujer lo bautizó como Mijita", ríe. Está nervioso, nunca lo han entrevistado y piensa que su afición es demasiado friki para salir en alguna página de periódico. Desconoce, o poco cree en la mano que tiene para crear réplicas perfectas de motores, ventanas, puertas de cinco centímetros que giran... Porque todo lo tiene siempre cuidado al mínimo detalle. A día de hoy en su taller sobreviven diferentes maquetas sorprendentes que quizá, desaparezcan en unos meses. "Hay algunas que no, pero hay otras que me canso de ellas, las desbarato y monto otra cosa. Me gusta embolicarme y tardar días y días en hacer algo nuevo", comenta mientras abre las manos con fuerza. Pablo se divierte montando pieza a pieza el badulaque de Apu, de Los Simpsons, un Apple Store de dos plantas o la mansión de los Cazafantasmas. No obstante, desde noviembre de 2016 tiene un proyecto importante entre manos. Su taller es tan especial que decidió hacer un diorama de él y reproducirlo a escala pequeña. Desvela que todavía no está acabado y que en breve tiene pensado exponerlo en Madrid en la tienda electricBricks.

Pablo lleva desde 2006 intentando profesionalizar su afición. Empezó a importar piezas a granel desde diferentes puntos de Europa, siempre fiel a la marca original de Lego. Cuenta que incluso participó en un concurso de la marca danesa conocida como Lego Ideas, donde un aficionado puede enviar su propio diorama y si es el más votado la entidad pone a la venta su construcción. "Pero en un año se quedan con todos tus derechos de autor, es como vender tu alma al diablo". A él le basta con buscarse unos ratos libres para llegar al Parque Empresarial y dejar volar a su imaginación. "No quiero vender nada, no tengo necesidad de venderlos. Yo quiero mis Legos para mí y para regalarlos, no para vender", expresa tajante después de mencionar que su amigo Marmolé no para de insistirle que abra su propio negocio de Legos. "Si yo le dedicase a los Legos 11 o 12 horas me sacaba 1.500 euros todos los meses, pero el dinero no lo es todo en esta vida", remata.

Hace un año que creó su cuenta de Instagram (minilegojerez) para sacar ideas y compartir las suyas. Hoy tiene cerca de 1.300 seguidores y piensa que quizá deba darse a conocer a través de Facebook. No obstante, también está conectado a eBay y a milanuncios.com, donde lleva a cabo la compra-venta de diversas piezas. "Pero por ejemplo, por una de estas dos páginas contacté con una profesora de Valencia que quería simplemente seis piezas de Lego para enseñarle a sus alumnos de extraescolares las matemáticas, con estas piezs. ¿Cómo le iba a vender eso? Se las regalé". Si bien Pablo Guerrero no se hace de oro con estas ventas, comparte que el mayor sustento para poder seguir alimentando su afición es el negocio de las máquinas expendedoras de Pepsi, Coca-Cola, Sprite, Kit Kat, Wonka, M&M... Eso sí, en miniatura. "Al parecer no la hacen en ningún otro sitio y se venden muy bien".

Lego es una subcultura que tiene hasta su propio vocabulario. Según el argot de Lego, Pablo Guerrero es uno de los pocos AFOL (Adult Fan Of Lego, adulto fan de Lego) que hace MOC (Mine Oun Creations, mis propias creaciones), en España. Todo un lujo de la creatividad y el arte minimalista de la construcción y del motor, que pocos conocen y que probablemente muchos quieran saber, sobre este curioso —y caro— hobbie.

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Claudia González Romero

Periodista.

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