De la montaña a El Puerto: "El trabajo de mi padre y de mi abuelo no ha sido en vano"

Alfonso Ruiz de la Canal, nacido en El Puerto y de familia cántabra, es el actual encargado del ultramarinos La Giralda, un negocio mítico en la localidad portuense que lleva abierto más de 150 años

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"Cuando empecé Farmacia, lo que menos me imaginaba es que al final me pondría la bata en una tienda", confiesa Alfonso Ruiz de la Canal, actual encargado del emblemático ultramarinos La Giralda, ubicado en calle Luna, esquina con San Bartolomé, en El Puerto. En la actualidad, Alfonso regenta un negocio que tiene más de 150 años y que un día dirigió en 1914 su abuelo Antonio Ruiz de la Canal, conocido en la localidad como Antonino. "Mi abuelo se vino del Valle de Valdáliga, en Santander (Cantabria), a trabajar a la provincia de Cádiz con solo 12 años", narra. Antonino bajó al Sur como antes hicieron otros muchos montañeses que se mudaron a la Bahía "en busca de fortuna".

Durante tres siglos, del XVIII al XX, los norteños que vivían en pueblos de la Sierra se trasladaron al puerto de Cádiz para trabajar arduas horas en bares y ultramarinos. "Ellos trabajaban las 24 horas del día, los siete días de la semana. Mi abuelo vivía en la tienda. Debajo del mostrador había un hueco y ahí dormía". Abrían a las cinco de la mañana y cerraban sobre las once de la noche. "Ese ritmo no lo llevaba la gente de aquí", destaca Alfonso. Por lo que los montañeses tomaron por costumbre contratar a otros paisanos. "Si alguno necesitaba un empleado... a la montaña".

Alfonso cuenta que su abuelo empezó a trabajar en San Fernando, y que años después se trasladó a El Puerto, donde finalmente residió hasta su muerte. "Primero comenzó en otro ultramarinos, no sabemos cuál exactamente, pero cuando le llegó la hora de independizarse le ofrecieron este local y con él se quedó", relata la tercera generación de Ruiz de la Canal poseedora de La Giralda. "En febrero de este año, hacemos 104", sonríe. Antonino tuvo cuatro hijos: dos varones, Bartolo y Pepín (el padre de Alfonso), y dos hembras, Isabel y Carolina.

"Todos empezaron a trabajar en el negocio familiar, pero al final solo se quedaron mi tío Bartolo, mi padre y mi abuelo", comparte Alfonso y continúa: "Mi abuelo quitó a mi padre del colegio en cuanto pudo para que se pusiese a trabajar en el ultramarinos". Y a vender café tostado, bacalao, legumbres y especias, esos fueron los productos principales. Luego también ofertaron jamón, "que por aquel entonces solo lo compraba gente de dinero", aceite que vendían a granel, queso y manteca que vendían al peso en papel de estraza.

Para Alfonso, el ultramarinos "ha sido toda nuestra vida". Para su familia, la tienda era lo primero. "Siempre hemos ido a rebufo del negocio", insiste. Él, que lo mamó de pequeño, nunca pensó que iba a terminar detrás del mostrador vendiendo productos del mar y la tierra. No obstante ahora confiesa que ya no sabe hacer otra cosa: "Al fin y al cabo me ha atrapado como atrapó a mi abuelo y a mi padre... Y ya no puedes vivir sin el ultramarinos". Relata que comenzó sus estudios de Farmacia, pero que lo dejó e hizo el servicio militar. "Cuando volví no me atreví a seguir estudiando, me relajé un poco y fue cuando empecé a trabajar aquí con mi padre".

El actual dueño de La Giralda desconoce el porqué del título de su negocio: "Cuando mi abuelo lo cogió ya se llamaba así". Pero se ha convertido en un establecimiento mítico de la localidad portuense. "La gente siempre nos ha tenido muchísimo cariño y La Giralda siempre ha sido una tienda en la que se vendían cosas de mucha calidad, además de la variedad. Lo que no encontraban en La Giralda, no se encontraba en ningún sitio. Y seguimos con esa misma filosofía, de tener de todo un poco".

"Lo que no encontraban en La Giralda, no se encontraba en ningún sitio"

Durante la mal llamada crisis económica de 2008, notaron, "como todos", la bajada de la clientela. "Pero la gente habitual siguió viniendo, y eso es de agradecer. Confían mucho en nosotros y la verdad es que creas un vínculo con ellos". Orgulloso de su negocio, se toma una pausa, alza la mirada y dice: "La verdad es que la labor de mi padre, y la de mi abuelo, no ha sido en vano".

Antonino falleció a los 93 años, su hijo Bartolo a los 70, y Pepín, con 77. "Mi padre nunca se puso malo, y cuando cayó malo, cayó malo del todo. Nunca lo había visto en la cama acostado. Una persona con una vitalidad… con una pasión por el trabajo…", recuerda intranquilo y con cariño. Hoy todavía conservan las típicas estanterías de los antiguos ultramarinos, con huecos donde anteriormente se encontraban las legumbres o las especies, productos que vendían a granel. "Esto está inalterado. Hemos procurado conservar el patrimonio de mi abuelo y para nosotros es una satisfacción", apunta mientras extiende la mano para señalar a su hermana Angelita, la segunda de cinco hermanos que con él, el pequeño, han decidido continuar con el negocio.

Cuando Alfonso recuerda a su abuelo, a su padre, o a su tío Bartolo, le invade la alegría. "Me hubiera gustado que mi padre hubiese vivido más tiempo para que viese que nosotros hemos vivido bien y hemos continuado con el ultramarinos. Que viera cómo estamos hoy, cómo la gente se sigue acordando del negocio y de ellos. Yo me acuerdo de mi padre todos los días", expresa. "A veces miro a mi hermana Angelita aquí en la tienda, cuando imitamos muchas cosas que hacía mi padre. Y es que cuando dudamos de algo, nos preguntamos: ¿qué haría papá ahora?", concluye.

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Claudia González Romero

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