Hubo una época en la que el mundo funcionaba sin Mercadonas, Carrefour o Aldis. Cada barrio disfrutaba de sus propias tiendas. Los ultramarinos y las tiendas de alimentación eran parte de la idiosincrasia de cada pueblo y de cada calle. Ahora, muchas ciudades son homogeneas, indistinguibles unas de otras en algunos casos. El comercio local retrocede ante el avance de las grandes superficies sin que haya nada que los frenes.
Aun así, hay rincones que resisten. Callejear por las ciudades siempre muestra alguna sorpresa en forma de comercio o tienda de toda la vida. Hasta hace unos años, nadie recordaba su infancia sin un ultramarinos habitual. Un lugar en el que hacer la compra con la confianza de que te atendiera un vecino más. Muchos de ellos se han terminado convirtiendo en pequeñas bodegas donde se puede tapear y beber.
Encontrar alguno de estos lugares en los tiempos que corren actualmente prácticamente es como encontrar una aguja en un pajar. Pero siguen existiendo y sobreviviendo. Incluso en las zonas más turísticas de las ciudades, donde los vecinos que eran de toda la vida ya no están.
Uno de estos casos excepcionales es el de Alonso Gómez León. A sus 63 años mantiene abierto junto a su hermano Ultramarinos Alonso, en la calle San Luis, en Sevilla. Como en muchos casos de negocio tradicional, lo de Alonso viene de familia. Su abuelo le enseñó el negocio a su padre y Alonso lo aprendió de él.
"Mi abuelo era de Albacete, vino en los años 30 a Sevilla. Se instaló y en 1932 puso una tienda de comestibles. Le pilló la guerra y la posguerra", cuenta sobre los inicios de un establecimiento que está cercano al siglo de vida. Al poco tiempo se sumó una tía de Alonso. El siguiente fue su padre. Y hasta el día de hoy.
En el interior uno encuentra lo que espera encontrar dentro de una tienda de alimentación de toda la vida. Los buenos embutidos de Extremadura y Salamanca cuelgan del techo mientras latas, conservas, aceites y demás productos necesarios para el día a día apuntalan las estanterías. Las legumbres rebosan las bolsas que se ven en uno de los laterales. En el mostrador el queso y la carne mantienen sus temperaturas.
Durante muchos años, la familia despachó en la calle Relator, desde hace 18 lo hace a pocos metros, en San Luis. "Poco a poco, sin querer, fui aprendiendo el oficio hasta que a mi padre le hizo falta porque se puso un poco mal de salud. Tenía otras cositas pero esto era el pan de la familia y me decidí", explica sobre el momento del relevo generacional.
Adaptación a los nuevos tiempos
Los tiempos han cambiado y poco tiene que ver el mundo de entonces con el mundo de ahora. Este pequeño comercio no ha tenido más remedio que adaptarse y actualmente tiene una página web en la que se pueden hacer pedidos. "A mí me ha cogido tarde pero uno no tiene más remedio que adaptarse. Fue idea de mis hijos. Nos decidimos a hacerla y es un complemento a la venta diaria", dice.
La principal amenaza para estos comercios tradicionales de alimentación son los supermercados. "He mantenido la misma línea que mi padre porque llevamos luchando contra los supermercados desde los años 80. La clave es dar algo que ellos no tienen", cuenta sobre el secreto de tantos años.
Y aquí es cuando entra la calidad y la singularidad de los productos que se pueden encontrar. "En la conserva de pescado, que se consume mucho en Sevilla, la calidad y las marcas que tenemos creo que no la tienen las grandes superficies, ni de lejos. Las legumbres que tenemos tienen una calidad excepcional, de procedencia española al 90% y testado por mi familia. El quid de la cuestión es investigar e ir probando".
"Es muy difícil llevar un negocio de alimentación porque los márgenes son ínfimos. Cuando veo a un chaval abriendo uno y poniendo cuatro cositas me preguntó que cuánto va a durar. Uno no sabe por listo, sabe por viejo y hay que echarle muchas horas para tirar para delante. En esto no hay escuela, les diría que intentaran coger mucha información e investigase. Yo sigo investigando con la edad que tengo. No es poner cuatro tonterías".
Alonso cree que uno de los motivos por los cuales han desaparecido estos negocios es el sacrificio que requiere llevar uno adelante, "a esto hay que echarle muchas horas", dice el comerciante, que también anuncia que sus hijos no van a seguir con el negocio familiar. "Las contrataciones también se complican muchísimo porque estamos acribillados a impuestos", comenta sobre el hecho de ser autónomo.
El cliente también ha cambiado mucho. Hace algunas décadas, cada mañana las mujeres eran las encargadas de hacer la compra y acudían a diario. Con la lógica incorporación de la mujer al mercado laboral, las apariciones de los vecinos son más esporádicas. "Ahora el público es más joven y diferente. Todo está evolucionando con cierta rapidez", señala.
Si la sociedad ha cambiado, el centro de Sevilla directamente es otro mundo. En los años 80 y 90 la zona llegaba a ser marginal. Ahora, además de ser una de las zonas más alternativas de Sevilla, es uno de los lugares más turísticos, "nos dan un plus".
Comentarios