Ni siquiera todos los sevillanos tienen conocimiento de una fundación que lleva en Sevilla desde el último año del pasado siglo y que ocupa el único pabellón intacto de la Expo 92, el de Marruecos, también conocido como de Hassan II, pues no en vano se gastó su reino el equivalente a 16 millones de euros en construirlo. Pero lleva 26 años existiendo y trabajando a diario por la paz de la mejor manera que se ha inventado: educando en conocimiento para evitar la guerra con la otredad.
Se trata de la Fundación Tres Culturas del Mediterráneo, creada seis años después de que terminara aquella exposición universal que transformó la capital hispalense por iniciativa conjunta del Reino de Marruecos y de la Junta de Andalucía y destinada desde entonces a fomentar la comprensión mutua entre musulmanes, judíos y cristianos a la luz del legado compartido desde la civilización andalusí.
Luego se sumó a la interesante aventura el Ministerio de Exteriores del Gobierno español. Y el fabuloso pabellón de tres plantas y rodeado de jardines, en una parcela de 5.000 metros cuadrados, comenzó a funcionar desde entonces –salvando mandatarios de todos los colores- como la única institución dirigida al mismo tiempo por dos países vecinos que ha apostado desde entonces por una diplomacia consistente en el permanente fomento del diálogo cultural.
No fue casual que fuera Sevilla la ciudad elegida, y no solo porque la Cartuja ofreciese posibilidades en aquella época en que la desidia estaba haciendo mella en un lugar que había sido tan mágico durante seis meses, sino porque, de alguna forma, fomentar el diálogo intercultural desde la ciudad del Guadalquivir significaba recuperar los mejores valores de la convivencia desde que Sevilla empezó a ser Sevilla, es decir, desde que dejó de llamarse Isbilya y se asentó en ella un rey cristiano que no expulsó a los judíos porque ya entonces consideraba que la diversidad suponía riqueza.
Como volver a empezar, ochos siglos después
A aquel rey castellano lo apodaron El Sabio, se llamaba Alfonso X y había llegado a la ciudad, todavía veinteañero, con las huestes de su padre, Fernando III, al que más tarde apodaron El Santo. Tras largos meses de asedio, la ciudad almohade se había rendido tal día como hoy, precisamente el día del cumpleaños del muchacho, un 23 de noviembre, pero de 1248. Sin embargo, el ejército cristiano dio un mes de plazo para que sus habitantes recogieran y se marcharan. Dicen que los musulmanes preferían derribar su alminar antes que verlo en manos cristianas, pero fue el infante Don Alfonso quien advirtió que “por cada ladrillo que faltara cortaría una cabeza”, y fue así como el alminar se quedó intacto para que, algunos siglos después, le colocaran encima un espléndido campanario que lo convirtió en la Giralda.
Casado con la princesa de Aragón, Violante, Alfonso X El Sabio no sabía aún que se quedaría en Sevilla para siempre –hasta su muerte en 1284-, ni siquiera mientras continuaba la labor conquistadora de su padre arrebatándole a los musulmanes plazas tan importantes como Jerez, Lebrija, Media-Sidonia, Niebla o Cádiz en la segunda mitad del siglo XIII. Pero sí tenía claro que, en su residencia real, el Alcázar de Sevilla, quería rodearse de una serie de intelectuales pertenecientes a las diferentes religiones: la cristiana, por supuesto, que tenía en el latín su lengua de cultura, pero también la judía con su hebreo y la musulmana con el árabe, pues en estas otras lenguas se habían volcado ya muchas obras antiguas que procedían de Oriente y el monarca tenía la ilusión de que, traducidas al latín, pudieran leerse finalmente en castellano.
De modo que en Sevilla fundó unos Estudios Generales que fue la primera escuela preuniversitaria, una suerte de taller de traductores al estilo de la Escuela de Traductores de Toledo que había creado a finales del siglo XI en aquella ciudad un arzobispo con más sentido de la riqueza multicultural que algunos de los que vendrían después: Raimundo de Sauvetat. Alfonso X institucionalizará esa escuela toledana y conseguirá que en la de Sevilla se escriban, por ejemplo, El libro de los juegos, Las Partidas, la Crónica General o unas Cantigas a Santa María.
El rey Sabio, que a la muerte de Fernando III entregó a la población judía las tres antiguas mezquitas de la ciudad para que la usaran como sinagogas –las actuales iglesias de Santa Cruz, Santa María la Blanca y San Bartolomé-, tenía tan claro el valor de la convivencia intercultural, el respeto y la diversidad, que en la propia lápida de su padre no solo escribió el texto en castellano, sino también en latín, en hebreo y en árabe. Y cuando él mismo se murió mandó ser enterrado a los pies de la Virgen de los Reyes, una imagen que había traído su padre sin sospechar que despertaría tanta devoción como para terminar considerada como patrona de una ciudad que, entonces, era un crisol de culturas y que algunos siglos después, como el resto del imperio, dejaría de valorar tan positivamente la diversidad… Pero esa historia de la Inquisición y de los Reyes Católicos llegó mucho después, porque la Historia suele mecerse al ritmo de un lento péndulo…
500 años para volver a aprender
La Exposición Universal de 1992 se organizó precisamente para conmemorar los cinco siglos del Descubrimiento de América en 1492, cuando los Reyes Católicos, por otro lado, habían expulsado a moriscos y judíos en la creencia de que al naciente imperio español le iba a venir mejor una sola cultura que muchas. Y sin embargo fue entonces, 500 años después, cuando surgió la posibilidad de recuperar todo aquel aprendizaje amasado en Sevilla por su rey Sabio a partir de un pabellón de Marruecos llamado a servir luego como sede de una Fundación, la de las Tres Culturas del Mediterráneo, cuyos principios estaban mucho más cerca de Alfonso X que de Isabel y Fernando.
Marruecos, que desde tantos siglos atrás había acogido a aquella comunidad sefardí expulsada de España, tenía tan buena referencia de los judíos que, en plena II Guerra Mundial, cuando Hitler le reclamó a Mohamed V que le entregara a 250.000 judíos para poder masacrarlos en sus campos de concentración, el rey de Marruecos no se los entregó porque, según le espetó al Führer, “eran ciudadanos marroquíes”. Aquella lección del Reino de Marruecos no fue olvidada jamás ni por los judíos ni por los cristianos de Europa que habían sido testigos del gesto.
De modo que cuando en 1999 tanto el Reino de Marruecos como la Junta de Andalucía idearon crear una fundación que integrase a las tres culturas del antiguo Mare Nostrum, también a los judíos les pareció imprescindible la idea, y tal vez pensaron que ya Alfonso X el Sabio no había llamado a judíos, musulmanes y cristianos a fortalecer la cultura de su reino por la fe, sino por la sabiduría, y que esta, es decir, el conocimiento mutuo, seguía siendo el único antídoto eficaz contra la barbarie.
Centro de Categoría 2 para la Unesco
Después de un cuarto de siglo trabajando denodadamente por la paz, el respeto y la convivencia pacífica con un nutrido programa de actividades interculturales entre España y Marruecos, lo cual tiene tanto valor como decir entre Occidente y Oriente o entre la cultura cristiana y la musulmana, y con el añadido de no tener que poner el acento en las diferencias religiosas sino en lo común de unas culturas que en rigor se parecen tanto, la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) ha reconocido a la Fundación Tres Culturas del Mediterráneo como centro de Categoría 2, es decir, como un polo o tentáculo internacional de experiencia y cooperación que puede contribuir, directamente, mediante la formación, la investigación, el desarrollo de capacidades y el intercambio de conocimientos, a la consecución de los objetivos de la Unesco.
La histórica decisión ha sido aprobada hace solo dos semanas por los miembros reunidos en Samarcanda con motivo de la 43ª Conferencia General de la Unesco, compuesta por 194 estados miembros y 12 miembros asociados. Miquel Iceta, embajador delegado permanente de España ante la Unesco, ha señalado precisamente que la Fundación Tres Culturas del Mediterráneo se convierte así en la tercera institución en España y la primera en Andalucía en obtener esta distinción. Es, además, la única institución que lo consigue que depende de dos estados distintos.
“Este éxito no es solo un reconocimiento del pasado, sino que traza el camino hacia un futuro compartido. Juntos, España, Marruecos y Andalucía encarnan lo mejor que nuestras culturas pueden ofrecer al mundo: la paz, la legitimidad de la alteridad y el reconocimiento de la dignidad de todas nuestras diversidades”, han señalado Patricia del Pozo, consejera de Cultura y Deporte de la Junta de Andalucía, y André Azoulay, consejero de Su Majestad el Rey de Marruecos, copresidentes de la Fundación Tres Culturas del Mediterráneo.
Nueva directora
“Es un orgullo y una tremenda responsabilidad”, dice al respecto la flamante directora de la Fundación, Mar Ahumada Sánchez, nombrada por su Patronato hace solo una semana. El nombramiento se ha producido tras la renuncia de Lorena García de Izarra, que a principios de este mes comunicó su deseo de “emprender una nueva aventura profesional” tanto a los copresidentes de la fundación, el consejero de Su Majestad el Rey de Marruecos, André Azoulay, y la consejera de Cultura y Deporte de la Junta de Andalucía, Patricia del Pozo, como a todo el equipo de una fundación que maneja anualmente algo más de dos millones de euros de presupuesto.
Ahumada asume la dirección de Tres Culturas tras haber sido durante un tiempo miembro de su Patronato, concretamente durante su etapa como directora general de Coordinación de Políticas Migratorias de la Junta de Andalucía, cargo que ocupó entre febrero de 2019 y junio de 2022. Ya entre 2023 y 2024 fue la secretaria del Consejo Audiovisual de Andalucía. Y últimamente ha sido directora de Área en el Gabinete de la Consejería de Sanidad, Presidencia y Emergencias. Estrechamente familiarizada con los fines de la Fundación Tres Culturas, sus líneas estratégicas y su trabajo, Ahumada es consciente de los importantes retos ahora se le presentan, empezando por la rehabilitación integral de la sede, este pabellón tan bien conservado pero que presenta lógicos desperfectos después de un cuarto de siglo.
Además de la incansable labor anual que ejerce la Fundación en materia cultural, Ahumada pretende impulsar mucho más “el deporte como herramienta de cohesión”, pues “se trata de un terreno en el que, más allá de la cultura, la religión o la lengua, todos somos iguales”.
Una joya en plena Cartuja
El pabellón de Marruecos nos sigue transportando directamente al Magreb. Es obra del arquitecto francés Michael Pinseau, credor de construcciones tan destacadas como la Mezquita de Casablanca, por ejemplo, y que murió precisamente en 1999. Pinseau optó por la forma de una estrella de ocho puntas para la planta del edificio principal, pues esta estrella es un símbolo presente tanto en la tradición marroquí como en la andalusí.
Uno de sus secretos más sorprendentes es su cúpula móvil, que puede desplazarse para dejar al descubierto el patio central, con lo que permite que la luz natural inunde el espacio. Esta innovación arquitectónica se combina con artesanías tradicionales que, precisamente en Andalucía, nos son muy familiares por monumentos como la Alhambra de Granada: sorprendentes yeserías, estilizadas cerámicas, mosaicos y maderas talladas y pintadas por maestros artesanos marroquíes.
El pabellón, que hoy puede recorrerse en visitas guiadas y gratuitas con solo solicitarlo en la web de la fundación, no solamente sorprende desde fuera, por esa combinación tan atrevida e inesperada de tradición marroquí y modernidad de la que el país alauita estaba ya imbuido en la época de la Expo 92, sino sobre todo por dentro, con ese impresionante patio con una fuente central que últimamente ha alcanzado celebridad por una conocida coreografía de Lola Índigo, y esa doble planta que, además, esconde tesoros inesperados como una gran biblioteca en la que pueden consultarse miles de fondos bibliográficos sobre cuestiones interculturales. Sus dos encargadas, premiadas este año por la Asociación de Editores de Andalucía por el mejor proyecto relacionado con la lectura en bibliotecas, son encantadoras porque no viven sus trabajos sino como entregas apasionadas.
El mobiliario del restaurante tematizado que incluía el pabellón de la Expo continúa aquí igualmente intacto y aprovechado para los talleres que constantemente se organizan. En la planta inferior, un teatro con capacidad para más de 200 personas termina de hechizar al visitante.
Precisamente estos días se ha organizado en la entrada del pabellón la muestra de artesanía que llevaba por lema We love Marocco, con artesanos de primera fila a nivel mundial y empresarias marroquíes que han sido capaces de añadirle valor a lo que ya hacían artesanal y tradicionalmente sus paisanas. Prendas de vestir, decoración, tejidos, alfombras o lámparas en proceso de construcción han hecho las delicias de quienes esta semana han tenido la oportunidad de contemplar a estos artesanos en directo.
Cine, literatura y música para todos
La función integradora de una fundación como la de las Tres Culturas del Mediterráneo se hace notar especialmente en eventos como el festival internacional El alma de las culturas, que lleva años celebrándose en la ciudad marroquí de Essaouira y que la fundación con sede en Sevilla organiza junto a la Hermandad Kadiriya de allí. Esta última vez, a esa convivencia entre hermandades musulmanas, judías y cristianas acudieron miembros de La Macarena, del Cristo de la Corona e incluso de La Soledad de Cantillana, y todos regresaron sorprendidos porque son muchos más los lazos que los unen que los que imaginaban que los separaban. Al fin y al cabo, la acción social y la caridad están igual de presentes en cualquier de estas hermandades, les recen sus miembros a quienes les recen.
La actividad de la fundación es incesante, y lo mismo organiza un congreso internacional sobre poesía árabe que una conferencia como la que propició hace unos meses en colaboración con la Asociación Española de Estudios Hebreos y Judíos y que ofreció el profesor de la Universidad de Sevilla Óscar Gil Delgado bajo el sugerente título de “Santa María la Blanca: mezquita, sinagoga e iglesia en Sevilla”.
Entre las constantes actividades de la fundación pueden citarse simposios internacionales, como el celebrado el año pasado en Almonaster la Real sobre los espacios domésticos en Al Ándalus, o los innumerables conciertos con músicas del Magreb o flamencas. En el programa Músicas del Magreb y Oriente Próximo pudo analizarse recientemente “Nayda, la movida marroquí”, sobre el movimiento musical que se desarrolló en el país vecino a comienzos de este siglo y que interpreta rap y rock en dariya, el árabe dialectal de Marruecos. Todos los martes, por otro lado, se ofrece una película en la que el diálogo interreligioso, la diversidad, la juventud o la mujer cobran especial protagonismo. Como con todo, la entrada es gratuita.
Especial importancia tienen para la fundación, por la esperanza en un cambio global que entrañan, las actividades organizadas para colegios de infantil y primaria. Dentro de unos días, el ya tradicional concurso de felicitaciones navideñas. Desde hace 18 años, están calando ya los frutos del llamado Mundialito de la Inmigración, que busca promover el respeto y la diversidad en colaboración con la Fundación Sevilla Fútbol Club.
“Hemos venido en una visita guiada desde nuestro pueblo y no teníamos ni idea de que esto estaba aquí”, decían esta semana Isabel y Pepe, dos jubilados atentos al trabajo artesanal de Maher Atika, que les ofrece un cofre para que guarden sus propias gafas de sol. Al principio, Maher les habla en francés, luego en árabe, y los sevillanos no la entienden, pero finalmente les hace un gesto con el objeto y los tres terminan sonriendo, y entendiéndose a la perfección. Qué no hubiera dado esa sonrisa por haber surgido en su momento en la Franja de Gaza.
