La desaparición definitiva del famoso ficus de San Jacinto, en la parroquia trianera de los dominicos, ha constituido la crónica de una muerte anunciada desde que la caída de una de sus ramas, hace cuatro años, provocó serios daños a varios viandantes que pasaban por allí.
Como no era la primera vez, la asociación vecinal Triana Norte solicitó al Arzobispado de Sevilla la retirada del árbol alegando peligrosidad, pero fue la Orden de los Dominicos, a la que pertenece el templo y el párroco, Francisco Javier Rodríguez Sánchez, quien solicitó a su vez al Ayuntamiento una orden para apear el árbol centenario.
Desde que el Consistorio sevillano concedió el permiso en el verano de 2022, la tala parcial y a trompicones –con el Juzgado de lo Contencioso Administrativo número 9 de Sevilla de por medio- de una especie originaria de Australia pero que había sido plantada entre 1910 y 1913 por algún fraile que la trajo de Puerto Rico se convirtió en la lenta agonía de uno los ejemplares de ficus macrophylla más hermosos de la ciudad pero que, a la larga y según argumentan ahora sus detractores, no fue plantado en el lugar más idóneo.
El caso es que el árbol, tras aquella primera poda agresiva y la sequía que lo aguardaba, comenzó su paulatina tribulación mientras se convertía en el protagonista de un culebrón social y mediático que ha durado hasta que fue talado definitivamente por el Ayuntamiento hace justo un mes.
El proceso -tres años- no ha sido fácil ni rápido, sobre todo porque al árbol, sin pretenderlo, y mientras se desnudaba por completo hasta quedar reducido a un agónico tronco hacia el cielo de Triana, le fueron floreciendo bandos a favor y en contra.
Los ecologistas, decenas de vecinos sensibilizados con la naturaleza, la Asociación Multisectorial de la Jardinería Andaluza y hasta el catedrático de Ecología de la Universidad de Sevilla, Enrique Figueroa, defendieron que el árbol, catalogado de singular, era un bien natural de la ciudad que había que preservar por todos los medios porque formaba parte de la ciudad, porque era un emblema del barrio y porque la culpa de su falta de mantenimiento era del Ayuntamiento si la parroquia no podía afrontarlo.
Otros muchos vecinos, varias hermandades, la propia parroquia y buena parte de la comunidad educativa del colegio público San Jacinto, sin embargo, eran conscientes del peligro de que ocurriera otro accidente.
De modo que en ese tira y afloja han transcurrido tres años de deterioro paulatino del árbol hasta ser sacrificado donde siempre vivió, en el compás de esta iglesia trianera que ahora mantiene el gigantesco pie del árbol como incómodo testimonio de lo que fue en una zona que ya no es propiedad de los dominicos sino del Ayuntamiento gracias a un convenio que estos firmaron con el actual alcalde, José Luis Sanz (PP), nada más aterrizar este en la Plaza Nueva.
La iglesia sigue siendo propiedad de la Orden de los Predicadores pero el compás donde se sitúa el árbol talado es responsabilidad del Ayuntamiento.
Así las cosas, y después de que los ecologistas no hayan conseguido ni que se mantenga el enorme tronco seco como símbolo de un fracaso medioambiental en la capital andaluza, como reclamaban, el desenlace de la historia lleva aparejado un suculento colofón para la parroquia de San Jacinto a modo de millonaria subvención por los supuestos estragos del árbol mientras fueron creciendo sus ramas casi por encima del templo y sus raíces, subterráneamente por debajo de su solería.
El informe clave
El flamante arquitecto conservador de la Catedral de Sevilla, Miguel Ángel López, que tomó posesión de su cargo en la primavera del año pasado, redactó en 2021un minucioso informe solicitado por la propia parroquia de San Jacinto en el que se especificaban los daños que una especie exótica como el ficus que llevaba más de un siglo frente al templo le había infringido o podía infringirle al monumento, declarado Bien de Interés Cultural (BIC) en 1990.
“Es que es el templo el que es BIC, y no el árbol”, se queja ahora el párroco dominico, Francisco Javier Rodríguez Sánchez, harto de “leer en determinados medios de comunicación esa falsedad tantas veces repetida”. El caso es que aquel informe de hace cuatro años ya alertaba del riesgo de estabilidad del propio templo por culpa del ficus. “Yo ese informe lo elaboré cuando el accidente que causó daños a una mujer porque se le cayó una rama encima”, recuerda López, “y ya era evidente el daño que el ficus le estaba haciendo al templo”.
Ahora, casi un lustro después y con otro partido y otro alcalde en el Ayuntamiento, el popular José Luis Sanz, el convenio firmado con la parroquia consiste en que será el Consistorio la institución que asuma los gastos de la reparación de los daños que haya podido ocasionar el ficus en el templo a cambio de la cesión de la placita o compás exterior donde se situaba el árbol.
En su momento, los argumentos del informe del arquitecto López se habían acompañado incluso de varios estudios de georradar que demostraban que las raíces del ficus no solo llegaban a casi la mitad de la nave central del templo, sino incluso a la calle Pagés del Corro, al colegio de San Jacinto y al hotel más próximo.
También insistía en los daños que provocaba la copa del árbol en la fachada y hasta en la estructura de la bóveda del coro de la propia iglesia. De modo que ahora, afrontar el coste de su reparación es el objetivo del reciente convenio que tiene sobre la mesa la Gerencia de Urbanismo, que ya tiene previsto conceder una ayuda de 1.075.000 euros para rehabilitar el templo en su plan estratégico de subvenciones, a razón de 250.000 euros este año, 350.000 el año que viene y 475.000 en 2027.
“La Parroquia de San Jacinto es un símbolo histórico y cultural de Triana, contribuyendo a la identidad y memoria colectiva de la comunidad”, puede leerse en el informe de la Gerencia para justificar una subvención de la que el propio párroco de San Jacinto, según dice, no tenía “segura constancia” hasta que fue adelantada esta semana por Diario de Sevilla. El sacerdote se pasea por la nave del templo palpando con los pies las baldosas levantadas por las raíces del árbol, más notable en unas partes que en otras. En el abandonado coro, señala determinadas grietas visibles en el techo abovedado más cercano a la fachada y en algunos de los muros. “Yo no digo que todo sea por culpa del árbol”, dice el dominico nacido en Segovia y párroco de San Jacinto desde 2018, “pero el daño es evidente y el progresivo deterioro también”.
Ahora, la intervención plateada y presupuestada ya en 1.039.000 euros, consiste en la retirada de las raíces bajo la solería del templo, lo que implica el levantamiento de esta y su reposición, y en la reparación de cuantas patologías se detecten, que no serán pocas, empezando por el repaso de los morteros de la fachada, el enjalbegado exterior y el repaso de las cubiertas, la reparación de griegas y el arreglo de cerrajerías, maderas y vidrieras, la sustitución del enfoscado del zócalo por otro de mármol y de los circuitos eléctricos que lo precisen por otros más actuales, la limpieza y reparación de las pinturas murales y otras obras pictóricas y retablos del interior del templo y la restauración de la solería de barro y olambrillas del coro. Por otro lado, también se pretende dotar de extintores al templo, sustituir las mamparas y estructuras de acceso a las tribunas de la epístola, el tratamiento con láser, el repaso de las maderas y pintar todo el templo.
“Me pintaron como a un demonio”
El párroco de San Jacinto, que llegó a Sevilla en 1998 para recalar entonces en el Convento de Santo Tomás de Aquino de la calle San Vicente como ayudante del maestro de novicios, hasta que veinte años después fue nombrado párroco de esta iglesia de Triana, se muestra dolido por “todo el relato que se ha construido en torno al dichoso árbol”, dice mientras señala una foto antigua y restaurada, de 1910, en la que se contempla la entrada del templo todavía sin el árbol pero sí con unos cuantos ejemplares sembrados de apenas tres metros de altura.
“Han llegado a decir que el árbol tenía más de 300 años, lo cual es rotundamente falso, y a mí me han pintado como si fuera el demonio”. Lo dice alguien que, en su juventud, se reconoció también como ecologista. “Nadie se imagina cuántos árboles sembré yo en mis años del Seminario Menor de la Virgen del Camino de León”, asegura, rememorando con una sonrisa nostálgica y blandiendo la mano en el aire aquella época del pasado siglo. “Pero ahora cualquiera te cuelga el sambenito de que eres de la fachosfera en cuanto no comulgas con sus ruedas de molino”, señala mientras sale de su parroquia y pasa por delante de lo que queda del árbol, camino de la capilla de la Hermandad de la Estrella para oficiar la misa vespertina.
No puede olvidar el día de la primera manifestación para que no talaran el árbol, porque fue precisamente el día de San Jacinto, el 17 de agosto de 2022. “Se presentaron ahí afuera con una tamborada, se subieron al árbol para paralizar la tala y a mí me llamaron de todo, pero es que no era una cuestión de elegir entre el templo o el árbol, sino una cuestión de seguridad para quien pasara por aquí”, insiste.
“De todas las manifestaciones que ha habido, el día que más gente conté ahí fuera no llegaban ni a cien, y muchos eran turistas que miraban”, asegura, sorprendido él mismo con que se hubiera formado más polémica en las redes sociales que en la calle. Mientras tanto, Triana bulle en los últimos estertores de un verano que ha sido el último del dichoso árbol apenas sensitivo, como una piedra dura que nada siente, como un tacón gigante que casi nadie mira ya al pasar. El templo, por su parte, se prepara para una nueva restauración ahora que acaba de cumplir 250 años.
