Juana Vargas, la última Corralera de Lebrija y voz de la resistencia tras el asesinato machista de su hija

Hace una década perdió a su hija, asesinada por su exmarido, quien fue la última víctima de la violencia de género de 2015. Después de estar siete años "muda", retomó su carrera como cantaora y lo cuenta este 25-N, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer

Juana Vargas, la última corralera de Lebrija, junto a la foto de su hija víctima de la violencia machista.
25 de noviembre de 2025 a las 07:31h

A Juana Vargas, la última Corralera de Lebrija —municipio de la provincia de Sevilla— que puede ostentar ese título después de publicar con sus otras dos compañeras (María Peña y María Jesús Ruiz) más de una decena de discos (de sevillanas y de villancicos), le preocupaba no tener listo el puchero cuando llegara la hora de almorzar. Por eso lo pone a fuego lento, como su propia voz cuando se arranca por soleá haciéndose compás con los nudillos en la mesa de su salón. Y así puede hablar, entonarse, recordar con cierto sosiego, “aunque la pena la tengo aquí; eso vivirá conmigo para siempre”, dice frunciendo el ceño, apretando el puño impotente contra el pecho, contra las sienes. Lo pasado, pasado está.

En dos semanas se cumplirá una década del asesinato de su hija María a manos del exmarido. Fue el último caso de violencia de género del año 2015 en nuestro país y, hasta que se juzgó y se envió a la cárcel al asesino en 2017, el dolor incurable por la más pequeña de sus cuatro hijas protagonizó portadas de periódicos y un amargo silencio en su casa, donde le quedaban dos nietos, de 7 y 11 años.

Juana Vargas alza su voz una década después del asesinato machista de su hija.

El mayor, hoy ya un hombre con 21 años, atraviesa el salón, saluda a la abuela y se dirige a la cocina. Hay un retrato de su Primera Comunión, con su hermano y su madre, en el centro de la misma mesa en la que Juana señala otras muchas fotos de su hija, que se tuvo que marchar al otro mundo con la misma edad con que ella se hizo famosa por el rescate de las corraleras, que antes de ser el nombre de un grupo en mayúsculas era el nombre de un tipo de sevillanas que había arraigado especialmente en Lebrija desde que las mujeres iban a lavar juntas, a o escardar, a tomar el fresco en aquellos patios de vecinos donde entonces y ahora se han celebrado siempre las Cruces de Mayo.

Juana Vargas, durante la entrevista con lavozdelsur.es.  JUAN CARLOS TORO

“Aquellas sevillanas, tan rápidas de ritmo, surgían por el pique entre nosotras”, recuerda Juana ahora, con 77 años y una fructífera carrera como cantaora que se vio interrumpida por una tragedia que la dejó muda “durante siete años por lo menos”. “Esas letras habían existido siempre: la de la liebre, la del cojo, la de los novios y los chismorreos”, refiere Juana, “porque nacieron en las casas de vecinos donde a todo se le sacaba una coplilla graciosa”. Era el antídoto infalible de la comunidad contra las tristezas individuales. También había redes sociales entonces, pero en cuerpo y alma.

Mi novio me ha dejao / no tengo pena / la plaza de chavales / la tengo llena”, decía una de aquellas seguidillas con vertiginoso ritmo de sevillana que se acompañaba de panderetas, palmas y el almirez.  

“Las mujeres aprendíamos todas aquellas letras como jugando, entre nosotras, y luego las cantábamos en las Cruces”, rememora Juana, la más joven de las tres Corraleras que, al principio, cuando grabaron los dos primeros discos en los años 70, se acompañaban también de un vecino, El Chico, que añadía un tono más jocoso aún al repertorio general con sevillanas como la del piojo. “¿Te acuerdas?”, pregunta Juana con una carcajada que la resucita. Y se arranca a cantarla: “Que tiene un piojo, morena, / tiene un piojo / en el ojo del culo, morena / tiene un piojo. / Y cada vez que te pees / morena, le saltas un ojo. / Ay el pobrecito / que de tanto peerte / morena, está chiquitito”.

Vargas, la última corralera de Lebrija.  JUAN CARLOS TORO

Juana se desternilla recordando todas aquellas letras porque le evocan una época feliz en la que, después de haber sacado un disco con Pasarela, vinieron muchos más, muchos conciertos en teatros de toda España, hasta aquel penúltimo disco editado por Tool Music y Estrella Federal bajo el título de Queremos ser chicas Almodóvar.

Para entonces, a comienzos de este siglo, Las Corraleras de Lebrija llevaban casi tres décadas consolidando el rescate de un tipo de sevillanas que había cantado “hasta la Niña de los Peines”, e incluso el director de cine Carlos Saura las metió en su película Sevillanas. En aquel penúltimo disco, a ritmo de rap, pregonaban que estaban hartas de lavar y de criar nietos. “Semos chicas Amodóvar / de guitarra y pandereta”, decía una de las divertidas letras.

Picantes letras

Ninguna de aquellas sevillanas tenía desperdicio, maceradas en la experiencia jubilosa de mujeres verdaderamente empoderadas y capaces de expresarlo todo a la velocidad endiablada de un tres por cuatro con otro sabor: “Yo no me caso contigo, / si es lo que tú supones / lo que te sobra de feo, / te falta a ti de calzones. / Grandísimo puñetero / que no solo te emborrachas / sino que tiras el dinero”, decía una, y otra: “Porque soy chica / mi suegra no me quiere / porque soy chica / más chica es la pimienta / que rabia y pica”.

El repertorio podía ser infinito, como la vida misma y las modas: “Y ahora ha venido la moda / salerito, de llevar medias calás / De llevar medias calás / esa niña ni se lava ni se peina / esa niña se debía de lavá / porque tiene mucha mierda / en los pies y a la vera de su novio / no pue está”. Aquellas sevillanas eran verdaderamente la gacetilla del barrio, como la radio local, el popular pregón acompasado de lo que se susurraba entre dientes y luego se cantaba para regocijo general. Las más dinámicas eran las llamadas a porfía, en las que una cantaba y la otra le contestaba, y siempre se terminaba con risas.

Juana Vargas se arranca a bailar en mitad de la entrevista.  JUAN CARLOS TORO

"Qué bueno era Camarón"

Más de treinta años después de la grabación de la película de Saura, en Madrid, Juana Vargas recuerda como si fuera ayer “cuando llegamos y nos dijo una hermana de Manolo Sanlúcar que Camarón nos quería ver”. “Él era tan bueno que, en cuanto se enteró de que estábamos allí, quiso estar con nosotras, y nosotras encantadas, imagínate, porque lo teníamos en un altar”, evoca ahora. “Cantó aquellas sevillanas para que las bailara Manuela Carrasco, pero a ella ni la vio porque lo hicieron por separado, y se vino con nosotras. Era como un chiquillo y estaba ya muy malito”. En efecto, solo faltaban unos meses para que el genio de la Isla se convirtiera en mito.

Los recuerdos de Juana, que en realidad se llama Juana Amaya Vargas, son como las galerías del alma, “porque estuvimos en muchos sitios, en grandes teatros de toda España, en muchas peñas y todo el mundo nos reclamaba, y cada vez que llegábamos a un sitio nos pedían las sevillanas corraleras, que todo el mundo se sabía hasta mejor que nosotras”, dice. 

Del cante de Lebrija sabe que "es único", aunque "Jerez sea punto y aparte por el compás". De sus zambombas, recuerda Juana Vargas que "todo empezó en Arcos de la Frontera, aunque luego hayan tenido tanto bombo en Jerez". 

Cante por derecho

También el éxito de aquellas sevillanas, y el de sus actuaciones y discos, frenó de algún modo la carrera de una cantaora de pura cepa como Juana, a la que llaman Vargas no por su segundo apellido, “sino por el de mi marido, José Vargas”. Su esposo murió en 2017, justo cuando se conoció la sentencia por el asesinato de su hija María, “pero yo moría con él”, recuerda ahora Juana, a punto de llorar por tantos recuerdos acumulados mientras contempla fotos de su época dorada con él. “Era el que mejor me jaleaba, el que mejor sabía poner un ole en su sitio”, dice. “Cuando estábamos en cualquier sitio y él decía ole, todo el mundo miraba”.

Ahora tengo la voz mejor que nunca”, sentencia Juana, ilusionada por que la llamen para la próxima Caracolá de su pueblo, uno de los festivales con más solera de Andalucía. “Yo creo que no me camelan mucho los de la Caracolá de aquí porque siempre llaman a los mismos y no se acuerdan de mí”, dice con una sonrisa pícara que revela lo que la declaración tiene de reclamo. “Yo estoy dispuesta a que me llamen de las peñas, como antes, porque es lo que más me gusta, y sobre todo para cantar mis cosas, por soleá, por bulerías, por malagueñas,  por fandangos”.

Cantaora larga como pocas, sigue las carreras de sus jóvenes paisanos José Valencia o Anabel Valencia, a los que aprecia, y recuerda el sabor cantaor de su familia, la misma de la que vino Curro Malena, por ejemplo; y aquellas primeras veces en las que Pedro Bacán –hermano del Lebrijano y de María Peña, su compañera- hizo los arreglos para aquellas primeras sevillanas corraleras que encandilaron por igual a españoles de todas las latitudes y a los extranjeros.

Juana, cantando una de sus sevillanas corraleras.  JUAN CARLOS TORO

"Una clavellina un día…"

La profunda pena por el asesinato de su hija sigue ahí, bien clavada en el fondo de su pecho, pero cuando se le pregunta por letras que la reflejen, ella tiene clara una filosofía que retrata a Lebrija. “Las letras están ya todas escritas, y lo han contado todo, ¿para qué escribir más?”, se pregunta. Y afirma categórica: “Lo que hay que hacer es rescatar esas letras olvidadas capaces de contarlo todo”. Y lo demuestra por fandangos, a palo seco: “Ay un clavel… / A una clavellina un día / un clavel yo le corté / y la mata me decía / por qué no me arranca a mí también / que te has llevado mi alegría”. La letra lo dice todo. Y tanto tiempo después se sabe quién es la mata, quién es el clavel y por qué se llevó la alegría de la mata. Y todo estaba escrito antes del maldito asesinato. Y va a seguir estándolo en la voz de una cantaora como Juana, resuelta a seguir cantando a pesar de tantos pesares.

“Es que ella no hubiera querido que yo me quedara aquí sin cantar”, asegura Juana, que conocía tan bien a su hija, que se la llevaba “a todas partes” porque “tocaba unas palmas que daba gloria oírla” y “bailaba por bulerías igual de bien que mis otras hijas”. La muerte la obligó a dejar de tocar las palmas, y de bailar, pero la voz de su madre, reducida por el dolor durante una década, sigue aquí “igual de firme”. “Quiero volver a los escenarios, a cantar mis cosas”, insiste Juana desde ese trono de la resistencia que es el sillón del salón de su casa.

Benito Zambrano: "¿Cómo se vive con ese dolor?"

Cuando la tragedia de hace ahora una década, su paisano Benito Zambrano, el cineasta que se estrenó en 1999 con aquel largometraje tan comprometido, Solas, se preguntó inmediatamente cómo se iba a poder consolar “a una madre a la que le matan a una hija y a manos de su propio exmarido, y con orden de alejamiento en este caso”. “Y a los hijos de su hija, ¿cómo se les consuela? ¡Por Dios! ¿qué va a pasar con esos dos niños que se acaban de quedar sin madre?”, se preguntaba el también director de la serie Padre Coraje, que lanzó en sus redes sociales aquel día una pregunta sin respuesta: “¿qué se le pasa por la cabeza a un tío que se cree con el derecho de matar a su mujer o a su expareja?”.

Juana Vargas, con la foto de su hija.  JUAN CARLOS TORO

Zambrano recordaba entonces que siempre que veía a su vecina Juana Vargas “iba sonriendo y hablando con todo el mundo”, y que “siempre me saludaba porque conocía a mi madre y le tenía mucho afecto”. Y evocaba aquella frase con la que siempre se despedía de él: “A ver cuándo me metes en una película tuya”. Y concluía, dolorido: “Mi querida Juana: hoy, desgraciadamente, eres la protagonista de la peor película que una madre quisiera protagonizar”. El cineasta añadía: “Te juro, Juana, que lo primero que se me vino a la cabeza es lo que he oído decir tantas veces a las mujeres de nuestra Lebrija: ¿Por qué no te has matao tú primero, so cabrón?”.

La maldición de Zambrano

La tragedia que conmocionó hace diez años a Lebrija y a toda Andalucía tuvo en Benito Zambrano un cantor que aglutinó con voz propia un mensaje de toda aquella sociedad que puede seguir vigente este martes, un 25-N de 2025 (Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer) en el que ya van 39 asesinadas a manos de quienes un día juraron que las amaban: “Si eres una mujer maltratada, ¡denuncia ya, no tengas miedo; peor no vas a estar! Si ya has denunciado, ¡resiste, lucha por ti y apóyate en la gente que te quiere! Y si eres un hombre —y digo hombre por decir algo— que te crees con el derecho de disponer de la vida de tu mujer o de tu exmujer… a ti qué se te puede decir… Que el corazón se te gangrene para que nunca más sientas amor, que los ojos se te sequen para que nunca más veas la sonrisa de los hijos que has dejado sin madre y que la piel se te haga escamas para que nunca más puedas sentir el abrazo de una mujer enamorada”.

Juana se levanta hoy sobre el vivo rescoldo de aquellas cenizas que no eran tales, se duele de las piernas, pero recuerda “lo bien que bailaba yo por bulerías” y hace emerger su tronco de faraona antes de echar al aire las invictas ramas de sus propios brazos. Baila de cintura para arriba, y sonríe, y canta con una voz que es la voz de la resistencia de todas las mujeres lebrijanas, que en la lucha de este día son iguales en toda Andalucía, en toda España, en todo un mundo que parieron ellas.

Sobre el autor

Álvaro Romero

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