El pueblo chiclanero vivió uno de sus días más dramáticos con el desbordamiento del río Iro en el mes de octubre de 1965, sufriendo unas inundaciones todavía recordadas por sus vecinos.

“Con el corazón transido, leímos aquella mañana, la inundación que ha tenido ese pueblo de Chiclana”. Corría el mes de octubre y las nubes no habían hecho acto de presencia por el manto de Santa Ana. Sin embargo, justo en la parte opuesta, por Medina, se divisiva unos nubarrones oscuros y amenazantes. Chiclana vivía un espléndido tiempo de cosecha de la uva, viviendo, principalmente, de sus campos y del vino que salía de sus bodegas.

Ese día no llovía mucho, en el municipio, pero sobre las doce del mediodía, Diego Vela, propietario de un establecimiento junto al río Iro, empezó a ver cómo salía agua de los aseos. Intentó sin éxito retirar todo lo que pudo, pero la crecida del río no le dio tregua por lo que finalmente, cuando literalmente “tenía el agua al cuello” decidió abandonar el local y subir a su casa junto a su familia. Desde la azotea, casi no podía creer lo que veían sus ojos “hay muchas fotografías de la riada, pero ninguna recoge la impresionante imagen que yo pude ver del agua pasando por encima del Puente Chico”, relata Diego mientras señala hacia el lecho del río.

Chiclana estaba sufriendo una de las peores jornadas de su dilata historia. El río Iro, que tantas bondades le había hecho sentir a los chiclaneros, se estaba convirtiendo en su peor enemigo. Y es que desde Medina, desde el nacimiento del río en el arroyo Salado, corría una tromba de agua imposible de parar por las precarias infraestructuras de aquellos tiempo. La catástrofe se cernía sobre el pueblo chiclanero y no fueron pocos los que tuvieron que utilizar medios como barcas o lanchas para ser rescatados de su vivienda.

Este es el caso de los alumnos que estaban en el comedor del colegio de los Agustinos, al principio de la actual calle La Plaza, que se hallaban en la primera planta del edificio. La maestra y encarga del comedor, Victoria Baro, mantuvo en todo momento la calma y supo aplacar los ánimos de los niños que veían como la calle se había convertido en una auténtica piscina. Así lo narra Francisco Morales, uno de aquellos niños supervivientes, que recuerda que “desde el edifico de enfrente le tiraban cuerdas y escaleras pero no hubo forma de agarrarse”, incluso, los sacerdotes que acompañaban a los niños empezaron a darles la extremaunción.   

Un conocido personaje de la localidad, Manuel Barberá ‘Manguita’, también describe cómo utilizaron las embarcaciones de su familia para navegar sobre las calles y rescatar a la gente, incluso a él, que se hallaba en un tejado, lugar de donde fue recogido con una de sus hermanas, por un helicóptero. Ante la magnitud de la catástrofe, la Marina de Guerra puso a disposición de los vecinos varios helicópteros para el rescate de las casi 200 personas que se hallaban encaramadas en los tejados. “Con los nervios, se balanceaba tanto la cuerda que nos caímos al agua”, cuenta Manguita, pero “afortunadamente nadie perdió la vida”. Esto es lo que perciben continuamente los chiclaneros todavía hoy. Pese a la catástrofe, la tragedia de perder las casas y establecimientos, la esperanza de sacar adelante al pueblo era más importante.

Fueron días tensos, porque muchos niños se había perdido por la zona de Solagitas y El Pilar. Toda Chiclana se había visto inundada por la tragedia, salpicando directamente a más de 3.000 vecinos. En zonas paralelas al río el agua superó los dos metros, arrasando todo lo que ha encontrado a su paso. El puente Chico quedó muy perjudicado, al igual que el Teatro García Gutiérrez, situado en la Alameda, que según un primer estudio, tenía seriamente dañados los cimientos y tuvo que ser posteriormente derribado.

Una situación similar se vivió tres años antes, aunque no de manera tan extrema, y, por desgracia, también sucedería años después. Una vez que las aguas han ido desapareciendo, los vecinos tuvieron que quitar todo el lodo quedando la ciudad incomunicada con los servicios de teléfonos, telégrafos y el suministro eléctrico cortados. Muchos vecinos perdieron sus casas, sus pertenencias y en los establecimientos, miles de productos fueron arrastrados por la corriente.

Hace dos años se vivió la conmemoración del 50 aniversario y toda la ciudad recordó aquellos tristes días. No solo por la riada en sí, sino por todas las calamidades que tuvieron que pasar después para poder reconstruir hogares e infraestructuras. Pendientes siempre del tiempo, cuando hay lluvias los chiclaneros siempre miran a su río y pendientes de proyectos como la presa contra avenidas o los bombeos automáticos de evacuación de aguas. Aunque, con el tiempo, otras zonas de la localidad se ha  visto afectadas por las precipitaciones abundantes, ya que una parte de las viviendas están edificadas sobre terrenos calificados como inundables, por las lagunas que se forman en torno a la desembocadura del río Iro y su conexión con el caño de Sancti Petri.

En casa de Diego Vela, todavía se conserva un reloj de piedra que marca las 13.45 recordando la hora a la que el agua alcanzó su cota altura en su más que conocida taberna ‘El 22’, provocando tal destrozo que tuvo que empezar de cero, cuando las aguas volvieron a su cauce. Y como la copla que cantara una agrupación de El Puerto de Santa María –con la que se inicia este reportaje-, el sentimiento que aún hoy perdura en el municipio es que a pesar de todo lo sufrido, “nadie perdió la vida”. 

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Luis Rossi

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