Las sombrillas han cambiado en calidades a lo largo de los años. No solo las sombrillas, sino en muchos otros productos que duran apenas unos cuantos usos. Antiguamente, la esperanza de vida de las cosas era mucho mayor. Y entre ellos, las sombrillas de playa. Con otras telas y no las típicas 'plastiqueras' del Decathlon o similares. Con otros colorines: hoy están en vigor, sobre todo, las de un solo color liso.
En plena playa del Chorrillo, en Rota, una familia cordobesa acudía con normalidad a la arena para pasar unas breves vacaciones. Y lo hacía con la misma sombrilla de toda la vida, la de Expo 92. El matrimonio lo conforman Lola y Manolo y la reliquia tiene solo un año más que la hija mayor de ambos. A su alrededor, sombrillas que se ven que no son de hierro, que se vuelan cuando hace levante.
Un regalo de proveedores
La historia de este peculiar tesoro comienza en el año de la Exposición Universal de Sevilla. Manolo, miembro de la familia y entonces trabajador de un bar en Córdoba, recibió la sombrilla como regalo de los proveedores de cerveza, refrescos y Coca-Cola. Pasaría a ser 'la sombrilla'.
"Como veíamos que era resistente, que era fuerte, pues decidimos conservarla durante todos estos años”, señala Lola, la madre. Lejos de deteriorarse, la sombrilla ha sido cuidada con mimo. Durante más de treinta años ha permanecido guardada en un armario, envuelta en una bolsa de plástico y atada con cuerdecitas después de cada uso. Cada verano, cuando llegaba el momento de ir a la playa, volvía a abrirse como el primer día. Y, al terminar la jornada, se limpiaba y se volvía a guardar. Así, año tras año.
En portales de internet se venden planos o pegatinas del evento sevillano por no menos de cinco euros. Otros obsequios, por una decena de euros. Está lleno internet de llaveritos, mecheros, barajas de cartas, vasos de plástico, gorras, entradas, peluches... Todo lo conmemorativo de la Expo, de Curro, eleva la nostalgia de otro tiempo.
En otro tiempo, las casas se llenaron de estos regalitos, tanto de empresas que se sumaban a la ola -hoy esa modalidad de marketing prácticamente ha desaparecido- como de los visitantes que se llevaban recuerdos. Ahora, algunos son rarezas. 33 años tiene Curro, no hay que olvidar. La sombrilla que se hizo para entonces ha salido buena. Tanto que a saber cuánto estaría alguien dispuesto a pagar para tenerla. Y no para llevársela a la playa.
