En la barriada de El Almendral, en Jerez, diciembre no se entiende sin una cita que se repite año tras año, casi en silencio, pero con una fuerza que solo tienen las tradiciones nacidas desde abajo. Desde hace 15 años, un grupo de amigos del propio Almendral y de barrios cercanos celebran su propia Zambomba tradicional.
Son los mismos que en los años 90 se juntaban en el murito y en la piscina del Almendral, cuando el barrio era su centro del mundo y el tiempo parecía sobrar. Allí crecieron amistades que el paso de los años, los trabajos y las obligaciones no lograron romper. Quizás por eso, hace década y media, decidieron ponerle fecha fija al reencuentro y hacerlo en forma de Zambomba, como manda la tradición jerezana.
Lo que empezó como una reunión casi improvisada se ha convertido en costumbre. 15 años celebrándola sin faltar a la cita confirman que ya es tradición. Hoy, aquellos chavales ya son adultos, algunos peinan canas y otros las disimulan, pero todos coinciden en lo mismo: la Zambomba es el momento de volver a casa, aunque nunca se hayan ido del todo.
Un grupo de amigos con más de 30 años
La escena ha cambiado y, a la vez, sigue siendo la misma. Ahora llegan con niños, con hijos que corretean alrededor mientras suenan villancicos jerezanos. Los pequeños observan, participan, aprenden sin darse cuenta que en su barrio hay rituales que no salen en los programas oficiales, pero que construyen identidad.
En una ciudad como Jerez, donde la Zambomba forma parte del ADN cultural, la del Almendral tiene un valor especial para el grupo de amigos del murito, que se reúne un año más en torno a esta celebración, una tradición que amenazan con conservar durante mucho tiempo.