La cocina autogestionada 'Esperanza de la Yedra', creada en 2013, ofrece a las personas desempleadas una formación profesional, fomenta las relaciones personales entre ellas y mejora su autoestima.
María sale de su casa con el carrito de los mandaos en mano. Pasea cabizbaja, apenas sube la mirada y no tropieza. Es igual, es el camino de siempre. Se lo sabe de memoria. Fuera el sol roza sus nudillos mientras ella esconde la nariz del frío y del mundo que le rodea. Un pie, luego el otro, tuerce la calle, cambia de acera y pasea entre los coches hasta llegar a la puerta. María continúa atenta a sus zapatos. No cruza mirada con nadie. La saludan, le dan los buenos días o las buenas tardes —nadie sabe qué decir cuando el reloj da las doce—. Pasa por el arco de la puerta con disimulo. Espera durante un rato y luego se marcha. Vuelve a casa con el carrito bien lleno, pero con la dignidad por los suelos. En el camino de vuelta María agarra la manga de su abrigo, levanta el brazo y se seca el sudor de la frente. Siente apuro, está acongojada. Nadie la está observando, nadie la juzga; pero ella se imagina las sentencias, los cuchicheos… Su mente se encarga de machacarla. Su cabeza le pregunta si realmente no hay alguna otra opción, otra alternativa menos “humillante”. María no tiene ingresos económicos, está desempleada y su marido también. Exprime, “sin querer queriendo” los pocos euros de los que dispone su madre. Pero llega un momento en que una tiene que buscar ayuda externa. Volar del nido y “buscarse las papas” para que no falte un plato caliente en casa.
María no existe, o quizá las hay a patadas. Es fruto de un relato que Juan Carlos Montes nos cuenta mientras nos muestra las maravillas que siembra la cocina autogestionada Esperanza de la Yedra. Montes es el actual director de Cáritas Madre de Dios, pero en 2013, cuando surge la idea de crear el proyecto, es el responsable de acción de dicha ONG. “La visión de esta cocina es facilitar una caña para pescar y no entregar los peces sin más. Si no, lo que hacemos es parchear”, explica mientras paseamos por Estancia Barrera, vecindario donde se encuentra ubicada la cocina que financia la hermandad de la Yedra.
Para que la gala de la coronación canónica de la Esperanza —en septiembre de 2013— tuviera un cariz más humano, los hermanos de la cofradía se estrujaron la cabeza para originar un proyecto social que ayudase a los vecinos del barrio. A Félix Saborido, entonces responsable de Cáritas Madre de Dios, le viene a la mente una idea pionera a nivel eclesiástico. No son conscientes de si hay algo parecido en otros ámbitos, pero están al corriente de que ninguna otra diócesis ha emprendido una iniciativa de estas características. A Félix se le ocurrió acomodar una cocina, amplia y modesta, para que la trabajasen aquellos que no poseían recursos necesarios para subsistir, de ahí ofrecer la caña y no entregar el pez en bandeja. El objetivo de estas instalaciones no es únicamente matar el hambre, sino también generar un ambiente de trabajo, dar la oportunidad de realizar un curso de cocina y así, elevar la autoestima de aquellos que no son capaces de alzar la mirada cuando entran en cualquier comedor social.
Cada día, la cocina Esperanza de la Yedra está regentada por dos voluntarias diferentes. Cada pareja tiene su día de la semana asignado. Los miércoles siempre son de Ana Rosa Calderón y Juana González. Ambas tienen un vínculo especial con Cáritas Madre de Dios. La primera estuvo dando catequesis en la parroquia durante muchos años, mientras que el marido de la segunda es Félix Saborido, líder del distrito de la ONG durante la construcción del proyecto. “Me animé, y la verdad es que te da mucho. La ayuda es mutua. No tiene nada que ver con un comedor social. Aquí sabes lo que haces, los productos con los que trabajas, te repercute y finalmente te sientes orgulloso de llevarte a casa algo que tú mismo haces”, comparte Juana. “Se aprende mucho recíprocamente, aquí nos enriquecemos todos”, resalta Mateos.
El principal suministrador de la cocina es el Banco de Alimentos, además de empresas anónimas y Madre Coraje, pero también hay productos que compran ellos mismos —como el pescado o el pan— o que donan aquellos que conocen este proyecto solidario, que tiene un programa establecido que deben cumplir todos los participantes. Por el momento son doce las familias que han pedido ayuda a Cáritas y que desean implicarse en la cocina a través del trabajo de un miembro de la familia. El funcionamiento es sencillo. Si son doce, hacen grupos de seis para que uno trabaje durante una semana y el otro cocine a la semana siguiente. Todos se llevan en las bolsas, que cada mañana traen sobre las nueve y media, un primer plato, un segundo, pan y postre. “Y si sobra comida también se llevan la cena a casa”, expresa Inmaculada, coordinadora del proyecto junto a Juan Carlos.
Así, María, esa mujer inventada o fabricada en serie, se encuentra con dicha iniciativa social. Ella, siempre ataviada de complejos y apuros, decide esperar un poco y apuntarse en la segunda tanda del año, comprendida entre febrero y junio. Se acerca a la parroquia y cuenta sus problemas, sus necesidades. Después conoce las instalaciones donde en breve comienza a trabajar. Pasea junto a otras mujeres, madres de su misma edad, hijos, hombres solteros, padres de familia numerosa… Entabla conversación con ellos. Ya no agacha la cabeza, no busca esconderse de su entorno. María prueba la cocina: corta verdura, guisa y emplata entre risas. Antes se comportaba como un avestruz y ahora, dice, por lo que cuenta Juan Carlos, que sale de la cocina llorando de alegría y mirando siempre, con dignidad, hacia arriba.