El jerezano Ciro Morales, en una imagen de archivo.
El jerezano Ciro Morales, en una imagen de archivo.

El jerezano Ciro Morales, uno de los condenados por rodear en 2011 el Parlamento de Cataluña, participa en Barcelona en un acto en el que no sólo critica las políticas de recortes que llevaron a la protesta, también la dura situación por la que pasan sus respectivas madres.

Esperando recibir la notificación de ingreso en prisión tras ser condenado a tres años de prisión por los acontecimientos del rodeo al Parlamento de Cataluña en 2011, Ciro Morales participó el pasado jueves 14 de mayo en el Fòrum Indigestió de Barcelona, lugar donde reside. En el marco de este evento, dedicado a la cultura, a la música y a la reflexión, el jerezano participaba leyendo un escrito titulado 'Recapacitaciones. Madres y Aturem el Parlament' que reproducimos aquí de la mano de www.nativa.cat.

Soy Ciro Morales Rodríguez, y soy una de las ocho personas condenadas por el Tribunal Supremo a tres años de cárcel por intentar impedir junto a más de cinco mil personas una política burguesa de recortes sociales absolutistas y criminales.

Dos de nosotras estamos a la espera de la notificación que marca la cuenta atrás a nuestra libertad, diez días. Las otras seis, ya van mirando el calendario.

La grave situación vital a la que nos hemos visto abocados obligatoriamente desde hace ya cuatro años se ilustra simplemente con dos declaraciones. Dos angustias, dos miradas perplejas. Palabras de noches en vela, y en vilo, de unas madres con coraje y mucho miedo.

Dos miradas certeras que resumen a la perfección el camino de la represión. Una como duda vital, otra como valentía forzada.

En una de las entrevistas realizadas a Concha, la madre de una de las compañeras, ella llegaba a cuestionar su propio ejercicio de educar. “Viendo a mi hija donde está, me pregunto qué he hecho mal. Si los valores de igualdad, respeto y comunidad, transmitidos con paciencia y tesón durante años llevarán a mi hija a la cárcel, ¿no debería haberle hablado más sobre el individualismo y el amor al dinero?”, se preguntaba escarmentada.

El sinvivir de una persona sorprendida con el acontecer. Un paso de un tiempo autodenominado democrático en el que ella ha colaborado y forjado en pos de las generaciones futuras. En pos de su hija. Si había que huir de las infames épocas pasadas, cómo es posible que ahora nos encontremos hasta el cuello de ruindad y maltrato.

La represión ha funcionado. Se adentra sigilosamente en tus construcciones filosóficas, en tus emociones, y las pone en jaque.

Guiar de la manita a una persona, madre, hacia el propio cuestionamiento, tachándola además de corresponsable, se cristaliza en una sola palabra: Desgarro.

Y cuando el que te guía es el que creías garante de la libertad, con el que te has hermanado durante años, el que tantas veces te ha hecho la vida más fácil –a costa de otros, por supuesto-… el desgarro se convierte en descaro. Impunidad.

Un pueblo que ya vivió la tragedia, ahora se remanga ante la farsa.

Mi madre, Lola, en otra entrevista, le contesta sin querer: “Si mi hijo va a la cárcel por una causa justa, yo estaré orgullosa”.

Hacer del desgarro, virtud. El pellizco en las entrañas que pretende paralizar, silenciar y afligir se transforma en arma arrojadiza, en lana que teje.

Y aquí está la esperanza. Aquí está el combate.

La represión podrá meternos en la cárcel. Pero la Disidencia, frente al vacío penetrante, sigue creyendo con más fuerza si cabe que bloquear un palacio elitista y corrupto es más que una acción lúcida y digna, es una necesidad. Contra la muerte decretada. La represión vence pero no convence, y si no convence, no vence. Por lo tanto, aquí no hablamos de Derrota.

Mi madre está orgullosa, como también lo está Concha, de sus principios transmitidos. La herida se cierra, dejando marca, con una conclusión convincente y ejemplar. Al elogiar a sus hijas, elogian su proyecto, y por fin pueden elogiarse a ellas mismas.

La persuasión del capitalismo, usando al Estado como sicario y verdugo, no supera la seducción de la Rebeldía. Revuelta es puro amor, que diría yo en otras épocas.

Rebeldía como cultura, como mínimo común denominador de unas clases populares que se crecen ante las adversidades y no dejan de mirar de soslayo y desprecio la mano que mece la cuna.

Rebeldía y desobediencia como recorrido común lleno de zancadillas y retos. Insubordinación como caja de herramientas para conseguir que nuestra contracultura, basada en la empatía, la cooperación, la subversión, el apoyo mutuo y la horizontalidad devenga hegemónica, devenga Cultura.

Hace unos meses descubrí a un compañero escritor, Daniel Bernabé, de Madrid, que se alojaba dentro de mi cabeza. Espero que siga ahí durante mucho tiempo, me da a mí que sus planteamientos podrán deshilvanar mis madejas ideológicas.

Él decía que “la lucha cultural no es escribir libros, hacer películas o componer canciones -que también-. La lucha cultural es todo aquello que desmonta el entramado no ya que justifica el actual estado de las cosas, sino, mucho peor, que hace parecer que nunca nada diferente va a pasar, que las cosas sólo pueden ser de una manera concreta, que establece el totalitarismo capitalista de la unidad de destino consumado”.

El caso Aturem el Parlament, según sus sentencias, coloca dos derechos en juego, al estilo de pelea de gallos donde gana el que ponga más billetes encima de la mesa.

A saber, el derecho de la población a utilizar la calle como medio de expresión y manifestación contra el derecho de la ciudadanía a ser representada por sus políticos democráticos. Malabares de palabras que nos llevan donde ellos quieren, a la senda donde quieren darte la manita. A ciegas.

El desafío en ciernes trasciende sus derechos, tanto uno como otro. No nos gustan las peleas de gallos, no nos gusta que a la cabeza alta, a la conquista proletaria le llamen derecho. Debemos buscar otra palabra que no pueda llevar implícito el margen de suspensión.

Voy a decir una obviedad. Aunque no será más grande que la que tenemos frente a nosotros cada día. La represión pretende callarnos. Ese es su principal objetivo: hacer grabados del miedo en cada uno de nuestros cuerpos.

Pero si nuestras madres están haciendo de tripas corazón y nosotras, así como otras tantas compañeras anarquistas o refractarias, seguimos arengando y durmiendo tranquilas es para que ese fundamento represivo, el silencio, se venga abajo. Ni se atreva a existir. Sólo así nuestros pasos y cuenta atrás tienen sentido.

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Jorge Miró

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