Fácilmente, puede pasar desapercibida al encontrarse unida a la iglesia de San Dionisio de Jerez como un elemento más de la estructura de este templo. Sin embargo, una visión más detenida nos delata cómo en el lateral de la iglesia, el que da a la plaza Plateros, se eleva un torreón que culmina en su parte superior en algo parecido a una espadaña.
Por su antigüedad, data del siglo XV, podría pensarse que se trata de una torre defensiva. Sí fue de vigilancia, pero no para ver venir posibles huestes enemigas. Por esos tiempos las cosas estaban más o menos en paz por estos lares. Pero sí vigilaba incendios en la campiña o en la misma ciudad, algo que inquietaba y mucho por las nefastas consecuencias que acarreaba para el campo y para el casco urbano. De ahí le viene el nombre de torre de la Vela, de la atalaya o del reloj porque el fin que se pretendió, y se consiguió, fue instalar el primero en Jerez.
En ello se empeñó el noble jerezano Perafán de Ribera, tras aprobar el concejo de la ciudad la construcción en 1447; dos años más tarde se instaló un reloj que nunca llegó a funcionar bien. Daba las horas en una campana, la cual fue sustituida por una esfera de piedra.
Se supone que dado el ‘éxito’ de la iniciativa, se dejó como atalaya de vigilancia hasta que su función languideció y la torre quedó allí plantada dando pábulo a todo tipo de teorías sobre sus orígenes: que si era almohade, que si servía de faro para orientar a las tropas, que si esto o aquello…
Al final todo se remite a un reloj que posiblemente siempre erraba en las horas y una magnífica torre que lo sujetaba bien arriba. Ahora solo se puede acceder a ella por el interior de iglesia. Antes tenía un acceso propio con una puerta que daba a plateros, pero en la década de los 60 a alguien se le ocurrió cegarla.
Esta es la pequeña, pero interesante historia de la torre de la atalaya, la misma que ahora está siendo restaurada y sacada del olvido y cuya función no se sabe muy bien cuál será. Lo más probable es que vuelva a servir de mirador, pero esta vez no para comprobar si un incendio puede arrasar la ciudad, como se temía antaño. Ahora serán turistas los que cambiarán el verbo vigilar por disfrutar de las ‘alturas’ de Jerez.
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