Toneleros: de profesión casi perdida a empleo con futuro

Manuel Galván, veterano tonelero de 82 años, observa el trabajo de Álvaro Coronilla, aprendiz de 22 años.
Manuel Galván, veterano tonelero de 82 años, observa el trabajo de Álvaro Coronilla, aprendiz de 22 años. MANU GARCÍA

Manolo Bernal, 36 años como tonelero en las bodegas González Byass, observa atentamente el trabajo de Isaac y Juan José. Ambos apenas llevan unas semanas aprendiendo un oficio que es centenario y que está estrechamente ligado a Jerez y sus vinos. Este “arte embrutecido”, como lo define Bernal, ha perdido con el tiempo gran parte de su carácter manual en cuanto a la confección de botas nuevas se refiere, pero mantiene su esencia si hablamos de la reparación de aquellas que presentan filtraciones o roturas.

Isaac Otero, de 49 años y Juan José Millán, de 22, son dos de los doce alumnos que en diferentes bodegas y tonelerías de Jerez se forman en este arte gracias al proyecto de Posicionamiento Competitivo y Consolidación de la Confederación de Empresarios de Cádiz, cuyo objetivo es favorecer la inserción laboral de personas desempleadas.

El primero, parado de larga duración —hasta cuatro años y medio en el pozo—, se formó y trabajó como mecánico, aunque siendo solo un niño se movía entre botas de vino en el taller de su abuelo y su padre, ambos toneleros. Ahora, años después, ha tenido que cambiar de tercio para intentar encontrar una estabilidad. Para el segundo, que acaba de terminar sus estudios de ebanistería artística, es su primera experiencia laboral y se la toma con toda la ilusión del mundo.

El tonelero de González Byass, Manuel Bernal (d), junto a los aprendices Juan José Millán (i) e Isaac Otero, en el centro de la imagen. FOTO: MANU GARCÍA

“Desde fuera parece un trabajo muy duro y desde dentro lo es, pero se le coge el rollo pronto”, afirma el joven, al que se le ve con la ambición de comerse el mundo propia de su edad, y añade que “hay que tener ganas para trabajar de tonelero, porque cualquiera que venga de fuera se puede abrumar con el trabajo que hay”. Isaac, por su parte, afirma que “nunca es tarde —en relación a su edad— para aprender un nuevo oficio. La cosa está como está, no hay trabajo y conociendo como conocía la madera, me apunté al curso al saber que había plazas para aprendiz”.

El tonelero de González Byass, mientras los ve trabajar, afirma que “el verdadero bautizo del tonelero se produce cuando te das un martillazo en el dedo gordo”. Por sus manos han pasado “miles y miles de botas” desde que aprendió el oficio de su abuelo y de su padre, antes de pasar a la tonelería de Antonio Páez. En el año 1981 tuvo la oportunidad de entrar en González Byass y no la desaprovechó. Desde entonces recorre casi a diario los diferentes cascos de la bodega, linterna en mano, buscando pequeñas filtraciones o roturas que impliquen que las botas tengan que pasar por el taller.

Como explica, “la madera es algo vivo, que siente y padece, y en el verano la madera se desespereza y se aflojan los arcos, lo que provoca que haya más salideros”. Según el tonelero, el vino que más les trae por la calle de la amargura es el Pedro Ximénez. “Busca salida por cualquier resquicio, sobre todo los días más húmedos, cuando se sale a chorros”.

Juan José Millán, martillo en mano, trabajando con una vieja bota en González Byass. FOTO: MANU GARCÍA

En el taller de González Byass, como en todos los de las bodegas del Marco, se realizan trabajos de reparación, no de construcción. La vejez de la madera de roble, unido al sabor y aroma que imprime el vino de Jerez a ésta, hace que se prefiera la restauración a la construcción de nuevas botas, algo que básicamente se lleva a cabo en las tonelerías, donde también se hacen labores de reparación. En el parque empresarial de El Portal, en la tonelería Galván e hijo, otras dos personas se forman en este noble arte, Álvaro Coronilla, de 22 años, y Raúl Carrera, de 35.

Coronilla ha terminado los grados medio y superior de ebanistería, y estaba desempleado cuando conoció la existencia del curso. Ahora se siente “muy contento” de la oportunidad que tiene ante sí, “aprendiendo desde la base” ya que no había tenido experiencia previa en una profesión de la que destaca “el trabajo físico”, algo que hace que “no sea fácil, pero es muy bonito y satisfactorio, porque cada bota es distinta, es única, no hay dos iguales”.

Por su parte, Raúl, carpintero como su abuelo y su padre, llevaba desempleado apenas dos semanas cuando conoció la existencia del curso. Estaba al tanto de buscar trabajo y me apunté al curso. Se ha pasado 14 años en la construcción realizando trabajos relacionados con la madera, pero debido a la crisis “he ido buscándome la vida con otras cosas”. De la tonelería se queda con que es un “trabajo duro pero bonito, que requiere mucho esfuerzo físico y destreza, porque es muy artesanal. Todos los días aprendo algo”.

Raúl Carrera, aprendiz de tonelero, en plena faena en la tonelería Galván e Hijos en el Polígono Industrial El Portal, de Jerez. FOTO: MANU GARCÍA

En principio, seis de los doce alumnos en formación acabarán firmando un contrato de trabajo con las empresas colaboradoras, gracias al compromiso de inserción laboral que han firmado con la CEC, si bien, dada la falta de personal en el sector, hace creer a la confederación que el porcentaje de inserción se podrá incrementar.

Francisco Javier Galván Atienza, propietario de la tonelería Galván e Hijos, da esperanzas a los alumnos que están realizando el curso, porque desde su punto de vista, y “como siempre digo, mientras haya bodegas, habrá trabajo. Yo, desde que empecé con 15 años, nunca he parado de trabajar”, señala, afirmando que hoy día un tonelero, entre sueldo base y productividades puede embolsarse al mes unos 2.300 euros, un sueldo que ya quisieran para sí la mayoría de trabajadores en España.

A pesar de la dureza y el esfuerzo físico que requiere esta profesión, Manuel Galván, padre de Francisco, aún visita diariamente la tonelería a sus 82 años recién cumplidos. Empezó en el año 51, con 14 años y tras ocho años en Francia trabajando en una bodega reparando barriles, volvió a Jerez para montar la tonelería junto a su hijo. Ahora no quita ojo a los jóvenes aprendices, de quienes espera que acaben labrándose el futuro entre duelas, martillos y chazos.

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Jorge Miró

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