En la Feria de Jerez, cuando Tomasito sube a una tarima, algo que suele hacer cada año de manera habitual, no hay guion que valga: lo suyo es el arte espontáneo, el que nace del compás y convierte el momento de fiesta en irrepetible.
El duende sin etiquetas
Cada año, su presencia en el Real del González Hontoria se convierte en un momento para enmarcar, no solo por lo que canta o baila, sino por cómo lo hace. Con su mezcla de estilos y géneros musicales y con su naturalidad arrolladora, dejando claro que el duende no entiende de etiquetas.
En cuanto arranca con su zapateado endiablado y su voz rasgada, las casetas se revolucionan: la Feria entra en otro ritmo. Y así ha vuelto a pasar una vez más y ya van...
Tomasito no actúa, se desborda y arma el lío grande cada vez que se pone a bailar. Su carisma y desparpajo en el escenario lo convierten en un artista único, que no necesita artificios para conquistar. Donde otros afinan, él incendia con su chispa.
Su arte no se mide en técnica, sino en autenticidad, y en ese terreno no tiene rival. Lo mismo canta que bromea, baila o improvisa con la gente, contagiando alegría, vitalidad y libertad. En cada Feria, demuestra que el duende no se hereda ni se aprende: se tiene o no se tiene, y él lo tiene a raudales.
Y así lo ha derrochado en una caseta del González Hontoria para goce y disfrute de los allí presentes, que han aumentado también sus revoluciones gracias al ritmo de un Tomás Moreno Romero que, a sus 56 años, sigue viviendo y bailando de forma vertiginosa.
