'Toli', la voluntaria de Cruz Roja de 78 años que cuida de los mayores: "Algunos están muy solos"

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"¡Hola, buenos días Ramón! ¿Cómo estamos?", pregunta con ternura a través del teléfono. En unos minutos, acaba la conversación, cuelga y vuelve a sonar. "¿Qué pasa José? ¿Cómo está el tiempo por ahí?", saluda Cristobalina Medina —Toli, para los amigos— desde una de las salas del edificio de Cruz Roja en Jerez. La centralita tiene automatizada cerca de 50 llamadas para que ella atienda todas las urgencias de las personas mayores inscritas en la ONG, además de prestar un servicio de escucha. "Claro, está el solecito fuera y hace menos frío, ¿y la señora?", continúa. No conoce a todos en persona, pero lleva casi seis años de voluntariado tras el teléfono. "Bueno, el resfriado es normal hija mía. ¿No has podido ir a Las Angustias?", conversa con una mujer a la que sí le pone cara. "Qué va. Estoy muy delicada de garganta", se escucha. "¡Vaya por Dios! Es que esta gripe es una epidemia... ¡El primer resfriado que hubo aquí en Jerez lo cogí yo!", bromea mientras sujeta sus gafas para ver de cerca, y termina: "Pero verás tú que dentro de poco estarás buenecita".

En la mañana de cada jueves, Toli atiende llamadas durante unas tres horas. "Yo hago el bien adonde sea", sonríe. "A las personas hay que escucharlas, por lo menos yo soy de esa opinión", agrega. En la provincia de Cádiz, Cristobalina, con 78 años, es una de las voluntarias más veteranas de Cruz Roja. Con su gracia y su espíritu altruista, alegra las mañanas de las personas mayores que, o bien necesitan alguna ayuda, o requieren de una amiga que las escuche. "A mí me gusta mucho hablar y todo el mundo, cuando me ve, me dice que soy muy simpática". Desde que su marido falleciera hace once años no ha parado quieta. Participó en el Coro Sarmiento, hizo gimnasia, estuvo en clases de costura, sevillanas... Y en los últimos años, se ha hecho voluntaria de Cruz Roja y comercial de Avon. "Hay que pagar facturas", asiente con una sonrisa en la cara. Ella, con su raya azul debajo del ojo, jersey de pelitos, fular marrón y sus pendientes con los colores de la bandera jerezana, es la más feliz del mundo atendiendo a las personas mayores. "Hace poco le dije a mi hijo: Me voy a la piscina a cuidar de los mayores. A lo que él me preguntó: Pero mamá, ¿y a ti quién te cuida? ¡A mí no hace falta que me cuide nadie!, le respondí". Es fuerte, luchadora y bondadosa, quizá por lo que le tocó vivir. Toli se crió en el centro de Jerez, en el barrio San Marcos. La sexta de diez hermanos, dice que fue la primera hembra y la que tuvo que cuidar de la familia cuando su madre enfermaba. Que incluso se turnaba con su hermana pequeña para ir al colegio, ya que una se tenía que quedar en casa. Con 15 ya se puso a trabajar en una huevería de la calle Francos, arreglando carrelillas de medias. "Cosía muy finito con mi aguja especial, la gente se volvía loca conmigo, y todo lo que ganaba era para llevar huevos a casa", narra. "Mi padre trabajaba como guarnicionero en la yeguada militar. El suministro nos lo pasaba, pero nos llegaba para lo básico: pan, leche, lentejas... y poco más", enlaza. Trabajó hasta que se casó a los 21, y desde entonces ejerció como ama de casa. "Mi marido no quería que yo saliera de casa y lo que hice fue criar a mis tres hijos".

"Pero mamá, ¿y a ti quién te cuida? ¡A mí no hace falta que me cuide nadie!, le dije"

También cuenta que tuvo que irse a uno de los barrios periféricos de Jerez —concretamente a La Milagrosa— hace dos décadas "porque mi padre estaba en una sillita de ruedas". Con la mala suerte de que este fallece un mes antes de mudarse al nuevo domicilio. Con su marido en vida, Toli salió en agrupaciones en el Carnaval de Jerez, en la Peña Agustín González, y ganó algunos torneos de dominó. Pero desde que su compañero de vida ya no está, afronta sus días como mejor puede hacer, con una sonrisa y ayudando a los demás. Confiesa que desde su fallecimiento, hace ya once años, duerme en el sofá. Cada día, se levanta a las seis de la mañana con un ritual —"hago uno, dos, tres y me levanto de un salto"—, se ducha y recoge las sábanas del sofá. Se prepara una tila y una manzanilla, se arregla y coge el autobús para ir al centro de la ciudad a hacer recados, pagar facturas o acudir al centro de mayores de Las Angustias."Lo que le pido a Dios todas las noches es que me deje como estoy... Salud". Para Cristobalina Medina ser voluntaria de Cruz Roja significa ayudar a las personas mayores, y ese gesto le llena todas las semanas. "Una vez empecé a hablar con una señora del barrio San Juan de Dios que no salía de su casa desde hacía un año, y ahora la llamo cada jueves y me cuenta sus salidas, sus vivencias... También visito a un hombre que tiene las dos piernas cortadas, o también hablo con otra señora que vive por la Avenida del Colesterol —Juan Carlos I en el callejero— que quiere que algún día vaya a su casa", comenta mientras enumera con la yema de sus dedos.

"Algunos están muy solos y si puedo ayudar en algo...", señala antes de atender otra llamada. "¿Cómo estás hija mía? ¿No tienes a nadie que te cuide, cielo mío? A ver si te echan para fuera y vuelves a casa, que como en casa no se está en ningun sitio", expresa con cariño mientras se toquetea el camafeo que le cuelga del cuello. "Es un nieto que falleció con cuatro años y medio, por leucemia", comparte. "No verás otra foto como esta", añade mientras lo aprieta y lo coloca junto a su cruz de piedras brillantes. Y de nuevo, el teléfono suena.

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Claudia González Romero

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