Encierra en sus pencas de colores verdosos y rojizos todo el sabor del campo.
Hasta hace tan sólo unas décadas la recolección de plantas silvestres, junto con la caza menor, formaba parte de las actividades que completaban las economías de subsistencia de muchas de las personas que habitaban el mundo rural y de quienes, desde las ciudades, acudían a su entorno próximo en busca de cualquiera de las especies vegetales de las que se podía obtener algún tipo de aprovechamiento. Cunetas, bordes de caminos, márgenes de campos cultivados, baldíos, linderos de acequias y canales, vías pecuarias, setos, riberas, bordes de viñas y olivares, zonas cubiertas de monte bajo o bosque… En cualquier lugar podía encontrarse alguna especie de utilidad.
Casi siempre era posible recolectar alguna planta para ser usada como condimento o por su valor ornamental, como verdura para consumo humano o como forraje para los animales, para aplicaciones medicinales, infusiones, bebidas refrescantes, perfumes o esencias, para usos tintóreos, como aromatizantes, para la utilización de sus fibras vegetales en trabajos artesanales… La lista era muy variada: hinojo, tomillo, cardo, manzanilla, higo chumbo, laurel, palmito, piña, borrajas, hoja de palma, mimbre, caña,… De muchas de ellas, así como de sus aplicaciones etnobotánicas, nos iremos ocupando en próximas entradas.
Hoy queremos fijarnos en una de las plantas silvestres que, junto a los espárragos, se encuentra entre las más recolectadas en nuestra campiña: la tagarnina. Tagarnina es el nombre común de la especie Scolymus hispanicus, (aunque también puede confundirse con S. Maculatus, muy parecida y de idéntico aprovechamiento). Desde mediados del invierno y hasta bien entrada la primavera, sus primeras hojas que crecen dispuestas en una característica roseta pegada al suelo, poblarán los baldíos, los bordes de los caminos y los terrenos sin cultivar. De estas hojas, con márgenes rizados y espinosos, se aprovecharán únicamente las pencas, tan utilizadas en la cocina popular de nuestra tierra.
Cocidas, en tortillas y revueltos, “esparragás”, gratinadas, acompañando a las legumbres en guisos y berzas… las tagarninas encuentran múltiples formas de aprovechamiento culinario aportando un sabor auténtico que las hacen siempre apetecibles.
El periodo de recolección dura poco tiempo ya que en unas semanas, del centro de sus hojas basales -de éstas cuyas pencas recolectamos- crecerá, avanzada la primavera, un enhiesto tallo que llega a superar el metro de altura y que se ramifica en su mitad superior para florecer, cuajándose entonces de hermosos capítulos de color amarillo dorado.
Nos gusta la tagarnina, esta humilde hierba silvestre, porque pese al aspecto poco atractivo de sus hojas y tallos espinosos, encierra en sus llamativas pencas de colores verdosos y rojizos todo el sabor del campo. Y por sus hermosas flores.
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