Rafael Ruiz, 'El Madriles', el vecino de Guadalcacín que el pasado domingo se presentó con el cadáver de su perro en la parroquia de la pedanía jerezana, explica a lavozdelsur.es por qué lo hizo.
Rafael, de 47 años, reconoce que no está pasando por sus mejores momentos desde que llegó a Guadalcacín hace siete años. El Madriles, como es conocido en la pedanía jerezana por haber nacido en Móstoles, lleva más de un año en paro. Lo poco que gana es a base de trabajos esporádicos, pero desde que dejara de trabajar en una subcontrata de una compañía telefónica no gana lo suficiente ni para poder alquilar una casa. El pasado diciembre, de hecho, tuvo que dejar la vivienda en la que estaba. Su casero le dijo que la necesitaba para un familiar, pero sospecha que en realidad es por la deuda de 5.000 euros que tiene contraída con él, algo que por otra parte entiende. Tras dormir en un coche durante varios días, un conocido le ofreció a primeros de año una chabola en unos terrenos a las afueras del pueblo, que se ha convertido en su actual residencia.
El Madriles es una cara conocida en Guadalcacín. Nadie nos habla mal de él, a pesar de que muchos vecinos no entiendan qué se le pudo pasar por la cabeza el pasado domingo para plantarse ante el altar de la parroquia de San Enrique y Santa Teresa con un perro muerto. La noticia se hizo viral este lunes y en redes sociales muchos lo tachaban de mataperros. Nada más lejos de la realidad.
Después de preguntar mucho, localizamos a Rafael en una parcela vallada a base de somieres cercana a la Ciudad del Transporte. Vemos un huerto y numerosas cabras. Desde el exterior oímos un acento madrileño. El Madriles está reparando un motor en compañía de otras dos personas. Tras llamarlo y decirle que somos periodistas, nos dice que esperemos un poco, que está liado. Al rato, de la parcela sale una mujer que nos dice que no nos podrá atender. Aun así, aguardamos. Finalmente sale Rafael, con los brazos y las manos negras de grasa. Nos atenderá con gusto. Quiere aclarar lo que ocurrió el domingo porque, aunque lleva días sin entrar en Facebook, sabe que muchas personas lo han ‘crucificado’ a base de comentarios en la red social. Sin saber.
Entonces Rafael, exlegionario, se derrumba y comienza a llorar como un niño. “Cómo pueden decir que yo le he hecho algo a mi perro, si es lo único que tenía. Era llegar a mi casa y solo con el ruido del motor del coche ya me reconocía. Hasta dormía abrazado a él”. Su actual situación y la muerte de su perro le sobrepasan. Rafael pierde la cabeza y no se le ocurre otra cosa que irse a la Iglesia del pueblo. “Solo fui a preguntarle a Dios por qué me había hecho esto”.
Es domingo al mediodía. Rafael toma el cadáver de Iker, lo introduce en su coche y se planta en la puerta de la parroquia, metiendo su vehículo en la misma plaza Artesanía. Lleva también consigo un spray. Se dispone a pintar sobre el azulejo del Señor de la Entrega, ese que ayudó a colocar junto a los hermanos de la cofradía, pero cuando apenas ha esbozado una letra se arrepiente. Toma entonces a Iker en brazos y entra en el templo. Se planta ante el Nazareno y la Virgen de los Ángeles, y entre sollozos pregunta “por qué” han dejado morir a su perro. El párroco, Juan Olmedo, tras oír los gritos, le pregunta qué pasa e intenta tranquilizarlo. Minutos después sale de la parroquia. Un Guardia Civil lo espera fuera y le pide la documentación. “Le pedí que me diera una hora, el tiempo que necesitaba para enterrar a mi perro. Le dije que me presentaría luego donde me dijera, porque yo no buscaba problemas. Me monté en el coche y me fui, pero sin poner en peligro a nadie, como se ha dicho. Enseguida escuché una sirena detrás mía. Me paré, me bajé del coche y me detuvieron”.