La segunda jornada de uso del espacio público organizada por El Arrabal de San Miguel llena de gente el barrio, que alberga actuaciones musicales, actividades infantiles y todo tipo de talleres.

Es difícil explicar lo que siente un vecino de San Miguel cuando ve el barrio lleno de gente. No está acostumbrado. Esas escenas no se repiten habitualmente en una de las zonas más señeras de la ciudad pero más azotadas por la crisis y con mayor fuga de población. Pero este día es diferente. De los árboles cuelgan trozos de trapos de colores, los árboles están rodeados de lazos rosas y en la plaza de San Miguel y su entorno se respira vida. No es un fin de semana cualquiera.

La edad media del barrio es bastante elevada. Difícil de calcular. Pero este día baja considerablemente. Por sus calles corretean multitud de niños fascinados por la cantidad de actividades que pueden realizar. Unos cuantos ríen, corren y saltan alegres intentando alcanzar las enormes pompas de jabón que salen de los dos palos con una red que sujeta un hombre ataviado con un sombrero. Los pequeños lo pasan en grande. Están en la segunda edición de las jornadas de uso del espacio público de la barriada organizadas por el colectivo cultural El Arrabal de San Miguel. Un niño con la cara pintada viene a saludar a José Luis Fuentes, uno de sus miembros. “La intención es que la gente se dé cuenta de que tenemos que recuperar la calle”, señala. “No debería ser necesario montar esto para eso”, dice. Pero por el momento sí lo es. De lo contrario es imposible que la plaza luzca así.

Cerca de la esquina con la calle Santa Clara tiene su puesto montado La Reverde. Allí, Maite Moral, su presidenta, se alegra de que existan iniciativas de este tipo. “Todo lo que venga del pueblo es positivo, es importante que no esté politizado ni manipulado y que haya oportunidades para los artesanos”. Ella misma atiende a los clientes que se acercan. “Ponme una sandía, pero chica, no la quiero tan grande”, dice una señora que acude con sus dos nietas. “¿Salen buenas?”, pregunta. Y parece que sale convencida. Una de sus nietas sale corriendo. Ha escuchado aplausos y no sabe de dónde provienen. Son los miembros del taller de chi kung, que han terminado de realizar sus ejercicios. Ángel Castilla imparte las clases y los valientes que participan comprueban los beneficios de esta terapia medicinal de origen chino. Es día de probar cosas nuevas.

Cerca de Maite están Toni y Ana, una pareja que regenta La gallina violeta. Ellos mismos hacen los productos que venden. Pan de trigo, bolas de pan rellenas, tartaletas, hummus, guacamole… “La cuestión es comer de otra forma y elaborar de otra forma”, sostiene Toni, que aplaude la idea de crear estas jornadas. “Iniciativas así hacen falta, hay que reivindicar que los espacios públicos se utilicen”, señala. En eso anda Silvia, otra de las integrantes del colectivo que organiza este evento. No para de correr de un lado para otro. “Hace falta cerveza y refresco de naranja”, le dice una compañera. Y va rápido a satisfacer el encargo. A la vuelta se para un minuto. “La idea no es imponer algo, sino recuperar la comunicación y la vida del barrio”, explica. Ella es partidaria de que la iniciativa “no se quede en esto”, sino que sea el punto de partida para recuperar la vida en la calle, la confianza con los vecinos, cosas que se han ido perdiendo con el paso de los años, en definitiva, "la dimensión humana de la ciudad”, apunta.

Mientras habla empiezan a sonar la melodía de una canción. Son los chicos de Gwyddel, un grupo de folk y música celta que va acumulando público conforme empieza a tocar. Suena agradable la mezcla de la flauta, el violín, el contrabajo, la guitarra... La música se va impregnando en el ambiente, que desborda alegría, sobre todo por la presencia de muchos pequeños, que no paran de corretear y de jugar. En la esquina que ocupa la escuela La Espiral se lo pasan en grande. Con tiza escriben en el suelo. “Mi nombre está más grande que el tuyo”, dice una niña a la hermana, que no duda en intentar superarla. Otros niños andan con unos zancos hechos con unas cuerdas y latas, algunos intentan hacer bailar un plato chino con palos de madera…

Las escenas narradas se entrelazan con las de una boda que se celebra en la iglesia de San Miguel. El contraste entre los invitados, arreglados y maqueados para la ocasión, y los que han pasado a darse una vuelta por los puestos y actividades divierte a muchos. “¡Que vivan los novios!”, grita uno. Que vivan, claro. El enlace casi coincide en hora con la actuación de Maleso, que interpreta varios temas, "es rollo pop pero cantautor", explica él mismo. “Es una idea muy buena se venga a la calle a ver a su barrio, no todo es patrimonio de los bares, debe haber variedad”, señala. También hay talleres de títeres, de swing y bailes del mundo, se proyecta una película, se presenta un libro… Todo eso y más engloba la iniciativa, muy aplaudida por los habitantes de un barrio que quiere volver a ser lo que fue. O acercarse.

Sobre el autor:

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Francisco Romero

Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Antes de terminar la carrera, empecé mi trayectoria, primero como becario y luego en plantilla, en Diario de Jerez. Con 25 años participé en la fundación de un periódico, El Independiente de Cádiz, que a pesar de su corta trayectoria obtuvo el Premio Andalucía de Periodismo en 2014 por la gran calidad de su suplemento dominical. Desde 2014 escribo en lavozdelsur.es, un periódico digital andaluz del que formé parte de su fundación, en el que ahora ejerzo de subdirector. En 2019 obtuve una mención especial del Premio Cádiz de Periodismo, y en 2023 un accésit del Premio Nacional de Periodismo Juan Andrés García de la Asociación de la Prensa de Jerez.

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