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Una de las caras de la nueva pobreza que ha dejado la crisis. Paqui, de Torresoto, solo pide al año nuevo fuerzas para seguir adelante.

Tener luz en casa se convierte en un lujo cuando falta de todos lados. La llamada pobreza energética es un nuevo fenómeno que cobra visibilidad cuando el termómetro cae. Las formas de pobreza han cambiado mucho desde que, en 2008, la crisis se generalizara

El pasado mes de noviembre, Facua apuntaba que la factura de la luz había subido un 12,4% desde principios de 2014. Algo que se traduce en una subida de unos nueve euros de media por consumidor. La factura crece a la vez que bajan las temperaturas, haciendo de este suministro casi un servicio de lujo. Una piedra más en el que camino de quienes disponen de pocos recursos para subsistir. El encarecimiento de un servicio básico como la electricidad, sumado a las restricciones en los subsidios y ayudas a parados de larga duración, somete a muchas familias a una situación de verdadera asfixia.

Paqui tiene que elegir de qué prescinde este mes. Tiene 45 años y lleva en paro los siete últimos. Es por tanto, parada de larga duración, y ha agotado todas las ayudas a las que podía acceder. Sus dos hijas, de 8 y 10 años, están a su cargo y al de su marido, que solo percibe una prestación de menos de 500 euros. Las cuentas no salen, y las familias tienen que administrar los pocos recursos disponibles entre unos gastos que no atienden a ingresos. "No me puedo permitir dejar a mis hijas sin luz", afirma. Por eso, en hogares como en el de Paqui, si se elige pagar la factura de la luz y la hipoteca, no se puede hacer frente a mucho más. En su caso, tienen que recurrir a la ayuda que proporciona Cáritas para comer: "Hay que tener imaginación para hacer a las niñas menos dura la situación que tú estás viviendo con los cinco sentidos. Si hay que poner macarrones al mediodía y a la noche, le dibujas una sonrisa con tomate, y ya es diferente".

Las formas de pobreza hoy se han diversificado: ya no hay un perfil del pobre, ni es un fenómeno lejano. Convive pared con pared y la mayoría de las veces pasa igual de desapercibido que si estuviera encerrado en el corazón de África. Juan Andrés Ortega, párroco de la barriada de Torresoto, habla sobre el cambio en cantidad y en tipo de las personas que acuden a la parroquia a buscar ayuda. Familias como la de Paqui, que antes de la crisis podían llegar a ingresar al mes más de 3.000 euros; o como Manolo, separado y en paro igualmente, que subsiste con 50 euros al mes: "El resto de lo que ingreso por el paro es para pagar la manutención de mi hijo. Y mientras yo voy tirando con la ayuda de mis hermanos y de la parroquia".

En la cola de la luz

Y con la nueva pobreza, llegan las nuevas formas de sortearla. Las largas colas que se suceden desde hace semanas a las puertas de la oficina de Endesa en la calle Algarve sugieren algo: Reclamaciones por la subida de la luz, devolución de dinero que las eléctricas han cobrado de más desde que se instalaran los llamados contadores inteligentes, y cortes de luz. Reclamaciones por cortes de luz reiterados que responden, según Endesa, a engaches ilegales a la red eléctrica. Son manifestaciones distintas de un mismo fenómeno, un servicio básico con el que se especula empresarialmente, y unos consumidores cada vez más empobrecidos que no pueden pagar los elevados precios que demandan las eléctricas. El fenómeno apunta hacia arriba: "Alguna solución tendrán que darnos. Somos ya demasiados los que lo estamos pasando mal. Y la crisis no acaba. Habrá acabado para los de arriba, pero para la gente normal no". Hacia arriba, en la dirección de una política energética estatal que controle los excesos de la producción de electricidad, que establezca precios públicos al alcance del común de los consumidores. Y hacia una política que garantice la subsistencia digna de las familias que han quedado en las cunetas de la crisis.

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