La barriada Pío XII, a dos minutos del casco histórico, cuenta en la actualidad con más de 1.600 habitantes, la mayoría de edad avanzada y pertenecientes a una clase media-alta.

El bar El Solecito es el centro neurálgico de Pío XII. Esta barriada del Distrito Centro, a la que le fue atribuida el nombre del Pontífice romano, comenzó a erigirse en los años cincuenta del siglo pasado y a principios de los sesenta llegaron los primeros residentes. Uno de sus más de 1.647 habitantes cuenta con sorna a lavozdelsur.es que se trata de "una barriada de clase media-alta, de familias bodegueras y capitalistas venidas a menos”, no en vano la fábrica de botellas y las Bodegas Garvey se encuentran próximas a esta zona.

Diego reside en esta zona desde hace solo dos años. “Es un lugar muy tranquilo, hay poca circulación rodada; lo único malo es cuando llega Semana Santa o Navidad porque todo el mundo viene a aparcar aquí, provocan un gran desorden”. Lo cuenta mientras saca a su perro por la plaza, bolsita en mano. Siempre hay alguna excepción, un vecino que no recoge los excrementos de sus mascotas y otro que se queja, sin embargo, en Pio XII a diferencia de prácticamente el resto de la ciudad no tienen nada que temer a las multas porque suele ser zona libre de heces. “Es más habitual ver por aquí suciedad de papeles, pero por los perros no tenemos problemas”, asegura.

Esa misma plaza que durante la mañana tan sólo cuenta con el trasiego de personas de edad avanzada que vienen y van a hacer compras y de quienes sacan a sus mascotas a hacer sus necesidades, por la tarde es un hervidero de pequeños acompañados de sus progenitores procedentes de otros puntos de la ciudad. “Vienen de fuera porque es muy buen sitio. Aquí apenas hay niños y muy poca juventud. Los hijos de las personas mayores que viven aquí se han ido yendo”, afirma Diego. “Los pisos que se heredan se venden rápido”, añade otro de los vecinos con más solera, residente desde hace más de 25 años.

En la farmacia atiende la hija del dueño. Aunque se ha emancipado continúa viviendo allí. Además de que está cerca de su trabajo “es un buen lugar para vivir, el centro está a dos minutos, puedes comprar de todo y no hay apenas delincuencia; lo único que falta es una discoteca”, comenta la joven, Laura Guerrera.

La barriada está bien comunicada, cuenta con todos los servicios, tiene supermercados, un colegio con la misma denominación e incluso uno de los poquísimos videoclubs que aún resisten. La total tranquilidad de los bloques del área de Pío XII solo queda mermada a diario desde mediodía por un bingo debido a la afluencia de público que atrae un negocio que abrió sus puertas hace aproximadamente una década. Según cuenta la farmacéutica, la mayoría son mujeres de avanzada edad. Este es el único lunar de quienes residen en la zona, puesto que asocian cierta inseguridad creciente a ese espacio de juego.

Absolutamente todos con independencia de su edad y ocupación coinciden en El Solecito, donde desayunan, tapean y toman unas cervezas tras concluir la jornada. El secreto, dice uno de los empleados, es que atienden las demandas de todos, jóvenes y mayores. El ambiente es muy bueno, “aquí vive gente que por suerte tiene un buen nivel y sus hijos estudian en la Universidad”. Pese a la tranquilidad de la que hace gala el vecindario este local fue víctima de tres robos a sus máquinas tragaperras en muy poco espacio de tiempo, pero solo lo recuerdan ya casi como una anécdota.

Uno de los vecinos que se encuentra desayunando en este bar se llama Juan. Vive allí desde hace más de dos décadas. Antes, empresario de la construcción, ahora en paro. Sin embargo, asegura que allí la crisis no ha afectado mucho porque la mayoría tiene un buen trabajo, “son abogados,  médicos…”. La dueña de la peluquería de la barriada lo corrobora: “Las personas mayores se siguen arreglando todas las semanas, pero los jóvenes ya no, sólo cuando pueden”. Y subraya: “Lo mejor es que todos nos conocemos, somos como un pueblo pequeño”.

Sobre el autor:

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María Luisa Parra

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