Natalia: una vida en bolsas de basura

Una joven en paro con dos hijos menores de edad es desalojada de su vivienda tras la denuncia del propietario, ya que hace un año que no pagaba el alquiler: "No sé dónde ir"

Natalia se abraza a una amiga al salir de la vivienda. / JUAN CARLOS TORO.

“No sé dónde tengo que ir, ni qué tengo que hacer”, dice nerviosa, en la puerta de la que en ese momento deja de ser su vivienda. Natalia, que no es su nombre real porque la interesada prefiere no darlo, cuando pronuncia estas palabras, fuma nerviosa en la plaza Zahara de la barriada de La Granja, rodeada de amigos y sujetando el cigarrillo con dificultad, porque le tiemblan las manos. Son más de la una de la tarde, pero para entender esta historia hay que retrotraerse, al menos, unas horas antes. Concretamente, al momento en el que llaman al timbre de la vivienda. Al abrir, se encuentra una visita ‘sorpresa’ que le ha cambiado la vida: dos representantes de la comisión judicial, un cerrajero y los propietarios del piso. Un año lleva sin pagar el alquiler, desde que su expareja, padre de su hijo pequeño, de apenas dos años, rompió la relación y se vio con dos menores a su cargo —tiene otra hija de doce años—. Los trabajos esporádicos que realiza —de vez en cuando cuida de una persona mayor por 25 euros al día— son insuficientes para poder hacer frente a los pagos.

La ‘visita’ coge a Natalia por sorpresa, ya que asegura que no había recibido notificación alguna que la avisara de que el desalojo estaba previsto para este martes. Su abogado, en conversación con lavozdelsur.es, asegura que no está autorizado para dar información sobre el caso, pero afirma que su trabajo se ha “realizado correctamente”. En la vivienda, los nervios se apoderan de Natalia cuando comienza a ser consciente de que tiene que desalojarla cuanto antes. El piso se empieza a llenar de familiares y conocidos, que la ayudan a meter sus pertenencias en bolsas de basura negras. Comida congelada, ollas, sartenes, platos, vasos, adornos de todo tipo, los juguetes de su hijo pequeño, ropa… poco a poco van desocupando la vivienda, entre carreras de unos y otros, y con Natalia que no para de llorar.

Los amigos de Natalia, en la puerta de la vivienda. / JUAN CARLOS TORO.

El pequeño de dos años está en la guardería y la hija mayor, de doce, en el instituto, cuando su madre se ve obligada a sacar todos sus enseres, que luego trasladan a la barriada rural de La Corta, donde reside la madre de Natalia, que “vive en una casa que se cae a pedazos”, cuentan los amigos de la desalojada, que llama a conocidos para pedir ayuda: “¿Tú puedes venir a mi casa, que me acaban de echar y me tengo que llevar las cosas?”, le dice a la persona que está al otro lado de la línea telefónica. Poco después llegan refuerzos mientras el piso se va quedando vacío.

¿Y ahora qué? Es la pregunta que no para de rondar la cabeza de Natalia, a la que no le ha dado tiempo de pensar cual es el siguiente paso. Su situación económica le impide acceder a una vivienda con normalidad. Soltera, con dos hijos menores y sin ingresos estables, no recibe prestación alguna. El que puede considerarse su último trabajo, los tres meses que estuvo como beneficiaria de un programa de ayuda a la contratación, no le permitió acceder a un subsidio porque no tenía en regla el convenio regulador —un acuerdo por el que las parejas separadas expresan su decisión de poner fin a la convivencia—, lo que le impidió solicitar ayudas.

Los amigos de Natalia la ayudan a desalojar la vivienda. / JUAN CARLOS TORO.

“Estamos aquí contigo”, le dice la prima de Natalia cuando termina el desalojo, fundiéndose ambas en un abrazo eterno. Sus pertenencias ya están en los coches de sus amigos, toca empezar de cero. Su hijo pequeño se puede quedar provisionalmente con el padre. La hija mayor se irá con ella a la vivienda ruinosa de La Corta. Las lágrimas vuelven a brotar de los ojos de la joven, que recibe el apoyo y los consejos de los familiares que la auxilian. Su prima sabe bien de lo que habla, ella misma está en riesgo de desalojo —una historia que ya publicó lavozdelsur.es—, por lo que la orienta con conocimiento de causa y con la sensibilidad de quien puede vivir una situación parecida si no encuentra una solución habitacional más pronto que tarde.

“Qué impotencia”, exclama una amiga de Natalia, que llama a los servicios sociales municipales que, según ha podido saber lavozdelsur.es, le han ofrecido alojamiento y el adelanto de cuotas de alquiler. “Pan para hoy y hambre para mañana”, se quejan conocidos de la desalojada. La plaza Zahara deja de ser ya su dirección, algo que toca contarle a su hija cuando sale del instituto de La Granja, donde estudia. A los tres les toca ahora empezar una nueva vida. Aún no saben dónde ni cómo. 

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