Mujer y futbolista: cuando ni jugar en la élite garantiza vivir de ello

Lorena y Desiré forman parte de la plantilla del Guadalcacín Fútbol Sala Femenino, que esta temporada jugará en Primera División Nacional: "Para las mujeres, el fútbol sala es un hobbie, no es un trabajo”.

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Lorena y Desiré se conocieron hace unos cuatro años. Entonces, la primera jugaba en el Sporting de Huelva, y la segunda en el Atlético Torcal de Málaga —clubes de fútbol 11 y fútbol sala, respectivamente—. Después de ese primer contacto, hicieron las maletas y se fueron juntas a Italia. Jugaron en el Città di Sora e Ceprano, un club que compite en la máxima categoría, y en el que, por primera vez, cobraron por competir. Allí pudieron disfrutar de los beneficios que tienen futbolistas de la élite, con casa y alimentación pagada por el club.

Pero no todo era bonito. “No hay contrato formal, para eso tiene que ser de más de 3.000 euros, y nosotras no cobrábamos eso. Firmamos supuestamente un contrato pero nunca llegó a la Federación, era papel mojado”, cuenta Lorena Bocanegra, que al volver del país transalpino, recaló en el equipo femenino de fútbol sala de Guadalcacín, junto a Desiré López, Desi para sus compañeras. Ellas son solo dos de las heroínas que esta temporada, con más esfuerzo e ilusión que medios, han conseguido que el equipo milite en Primera División Nacional, donde se medirán a rivales como el Atlético de Madrid, el Leganés, UCAM Murcia o el Cádiz. Ellas, poco a poco, están creando afición por este deporte en el municipio, que las apoya “a muerte”. “Cuando llegamos de Barcelona —donde materializaron el ascenso ante el Palau— había 70 personas recibiéndonos, eso no lo he vivido en ningún lado”, asegura Lorena.

Las dos jugadoras tienen varias cosas en común. Además de haber coincidido en el club italiano y de compartir vestuario en Guadalcacín, ambas se ganan la vida sirviendo desayunos y comidas. Jugar en la máxima categoría del fútbol sala nacional femenino no les garantiza un sueldo, por lo que trabajan en bares de la pedanía, labor que compaginan con los entrenamientos y los partidos, lo que hace que el mérito del equipo sea doble. “Yo he llegado a las cinco de la mañana de jugar en Murcia y a las siete me he tenido que ir a al bar, he llegado a mi casa, me he puesto el pantalón y la camiseta, y a trabajar. Eso no se ve”, cuenta Lorena, que bromea diciendo: “Si se valorara el trabajo de cada persona tendríamos el Minotauro con la camiseta del Guadalcacín puesta”. Su compañera se ríe, porque también ha pasado por lo mismo. “Más de un partido en casa he acabado, he dado la mano al rival, me he duchado y poco después ya tenía la terraza del bar montada”, apunta Desi.

Lorena es de Jerez. Desde muy pequeña comenzó a jugar al fútbol en la calle y a hacer regates y caños a todo el que intentaba quitarle el balón. Con seis años la federaron por primera vez. Jugaba en un equipo mixto. Por entonces, dice, no tuvo problemas por ser mujer y futbolista. “Cuando juegas con tu equipo te defiende, te respeta, pero es verdad que hay padres que no soportan que una niña le haga un regate a su hijo”. Ha perdido la cuenta de las veces que la han llamado “machorra” o que la han insultado solo por ser mujer. “A veces sienta mal y contestas”, confiesa, pero la mayoría de las ocasiones prefiere dedicarse a lo que mejor sabe hacer: jugar al fútbol sala. Así calla bocas.

“Mi madre ha tenido muchas peleas porque había padres que les decían a sus hijos: a la niña, dale”, agrega. “Todavía hay gente que no ve bien que una mujer juegue al futbol”, asegura Lorena, que sin embargo, en Guadalcacín, está sintiendo el cariño de una afición que, ellas mismas, con su esfuerzo y su buen hacer, están creando. “Al pabellón vienen a vernos 400 personas, cuando antes era muy frecuente escuchar comentarios del tipo: ¿Yo voy a ver fútbol de niñas? Pues ahora muchos tienen el carné de socio”, cuenta la jugadora jerezana, que ha militado en el Sevilla FC y en el Sporting de Huelva (fútbol 11), e incluso ha ido convocada con la Selección Española. Ahora, después de muchos años fuera de su tierra, juega cerca de los suyos. “No los he tenido en la grada, pero siempre me han apoyado”, apunta.

Su compañera Desi es de Málaga. Sus inicios en el mundo del balompié fueron cerca de su casa, en una entidad del malagueño barrio de Girón, donde estaba “súper protegida”, dice, porque “éramos solo dos niñas en el club”. Hasta que tuvo que dejarlo cuando debería haber pasado a la categoría de cadete. Pero la normativa no lo permite. Los equipos mixtos están permitidos hasta los 14 años, edad a la que se entiende que las diferencias físicas empiezan a ser mayores y es conveniente no compartir vestuario. ¿Qué hizo Desi entonces? “Mi presidente me dijo que me lleva al Málaga de fútbol 11 o al Atlético de Torcal, que es el barrio de al lado, de fútbol sala”. Y eligió esta segunda opción.

Luego probó en el Martos Fútbol Sala (Jaén), en el Brújula (Sevilla) y de vuelta al Atlético Torcal, antes de ir a Italia, una experiencia que recuerda con cariño, por las amigas que hizo y las condiciones económicas, pero que no repetiría. “Si estás seis años en Italia cobrando 2.000 euros, llevas una vida medianamente buena, pero luego vuelves y no tienes nada. Para las mujeres, el fútbol sala es un hobbie, no es un trabajo”, sostiene. Y lo dice una jugadora que, en su disciplina, competirá en la máxima categoría de la que consideran que es de la mejor liga de fútbol sala del mundo. Aún así, las que más cobran en esta división apenas rondan los 1.000 euros mensuales. “En España si fichas a alguien, como mínimo le tienes que buscar un trabajo, y como está la cosa, ¿dónde la metes?”, se pregunta Lorena, que recibe ofertas de Italia cada vez que se abre el mercado de fichajes y que, tras su experiencia transalpina, a punto estuvo de recalar en un club estadounidense, pero prefirió quedarse en su tierra.

En el Guadalcacín, dice Lorena, es el único equipo en el que “nunca ha faltado de nada”, aunque es cierto que el hecho de no estar en un club potente —económicamente hablando— hace que, por ejemplo, tengan que viajar 14 horas en autobús para disputar un partido en tierras catalanas, y que esta temporada tengan que hacer lo propio para los cuatro desplazamientos a Galicia que tienen previstos. Por eso no duda en afirmar que el club, el Guadalcacín Fútbol Sala Femenino, “tendría mas reconocimiento si fuera un equipo masculino”. Lorena añade: “Estamos dando pasos de gigante, porque cuando empecé a jugar nuestros partidos casi ni se veían y ahora lo patrocinan grandes empresas, pero donde va un equipo masculino no va uno femenino”. ¿Hasta cuándo?

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