La octogenaria, que vive en una tercera planta, no pisa la calle desde hace tres meses ante la falta de ascensor y hace sus necesidades en un cubo al no poder subir las escaleras de su hogar para ir al baño.

Mariana nació un 14 de mayo de principio de los años 30. A sus 81 años se dice a sí misma que tiene muy mala suerte. ¿Cómo consolar a una mujer que ha dado a luz a cuatro hijos y dos de ellos han muerto víctimas de la droga, y de otro no sabe nada? Después de una vida amarga vive una vejez prácticamente atrapada en su vivienda, ubicada en la tercera planta de uno de los bloque de la barriada San Juan de Dios.

Algunos de sus vecinos han alertado a lavozdelsur.es de la situación el la que vive: el edificio carece de ascensor, lo que prácticamente le impide bajar a la calle. Ha de conformarse con asomarse al balcón del pasillo y ver desde lo alto el transcurso del día a día más allá de su apartamento. Pero lo peor no es eso. Mariana ignora si tiene artrosis, falta de calcio u otra dolencia. Lo que sí sabe es que apenas puede caminar. “No tengo fuerza en las piernas”, se lamenta la octogenaria. No puede subir al baño de su hogar al que se accede subiendo unas escaleras y hace sus necesidades en un cubo que al día siguiente vacía su hijo y las mujeres que la atienden. Y lo mismo le sucede a otras mujeres mayores del barrio.

En el comedor, tiene la cama para evitar subir al dormitorio que también se encuentra en la planta de arriba de la vivienda. “La colocó aquí mi hijo”, se apresura a contar. Y ahí está junto a un sillón donde cae casi desfallecida después de estar un momento de pie. Al lado la nevera; en frente, la televisión, casi el único hilo que la conecta permanentemente con lo que sucede más allá de su hogar y del barrio del que poco o nada asegura querer saber. Hace más de tres meses que no pisa la calle. "¿Para qué voy a querer bajar? Lo que hay son drogas”, espeta resentida con el mundo después de lo mucho padecido.

Afortunadamente, cuenta con la ayuda de uno de sus hijos y de su nuera, así como de dos profesionales del servicio de ayuda a domicilio. Una de ellas la asea “como puede”, le hace la cama y le prepara algo de comer durante tres horas al día, de lunes a viernes. Los sábados y domingos cuenta con los servicios de otra mujer durante una hora. 

Ella es una de las muchas atrapadas sociales de Jerez, residente en la barriada desde que se construyó en los años 60 del pasado siglo. Según los datos de un estudio, en 2009, la ciudad tenía unas 226 personas en esta situación, sin poder salir o desplazarse fuera de su domicilio, independientemente de la causa que produzca este hecho, debido a las barreras arquitectónicas y de la difícil accesibilidad que tenga el edificio o la propia vivienda. El mismo año que se realizó el mencionado estudio, el Ayuntamiento inició los trámites para la construcción de alojamientos protegidos destinados a dar solución a los atrapados sociales. Este modelo de residencia estaba contemplado dentro del Plan Local de la Vivienda y también en el Plan Concertado de Vivienda y Suelo de Andalucía. Consistía en una fórmula intermedia entre el piso tradicional y una residencia al uso, viviendas con zonas privadas y otras de uso común para todos los inquilinos, un proyecto más que con la llegada de la crisis quedó en agua de borrajas.

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María Luisa Parra

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