Una pescadería, una carnicería y una zapatería sobreviven en las instalaciones, reformadas en 2002, que se han ido vaciando desde entonces.

Más de 60 años lo contemplan y ahora, quienes lo conocen bien, dicen que está pasando por uno de sus peores momentos. El mercado de La Plata, que tiene una decena de puestos habilitados, cuenta en estos momentos solo con cuatro abiertos. Una pescadería, que tiene dos módulos, una carnicería y una zapatería. “Si vieras esta plaza cuando yo tenía ocho años…”, dice una mujer mayor que espera su turno para comprar cazón el puesto de José Antonio Jiménez. Este pescadero, que lleva instalado desde 2002, tras la reforma de la plaza, sabe de lo que habla: “Quedamos menos que los de El Álamo, ¿te acuerdas de esa película?” El bueno de José Antonio, al que todo el mundo conoce por Chico, se refiere a un western de 1960, dirigido y protagonizado por John Wayne, que narra el asesinato de casi 200 americanos –texanos, para ser más exactos– por parte del ejército mexicano en 1836, abortando así sus ganas de independencia. La comparación no va desencaminada.

Mientras prepara el pescado que le han pedido dos clientas, José Antonio cuenta que aguanta como puede el tirón de la crisis. “Aquí no se paga mucho, pero tampoco hay incentivos”, explica. El año pasado adquirió otro puesto, para ampliar su pescadería, y tuvo que abonar un año por adelantado –2.200 euros– y la deuda que contraía el anterior propietario, familiar suyo. “Se va todo en pagar”, dice, aunque no le queda más remedio que esperar que pase la época de vacas flacas. “Llevo 32 años dedicado al pescado, no sé hacer otra cosa. ¿Dónde voy yo? Mi vida es esto. Hay que aguantar como sea”.

“Me conviene que estén abiertos otros puestos, no me interesa estar solo”, dice José Antonio. El hecho de no tener “vecinos” ahuyenta a los clientes. Aunque él, tras sus muchos años de experiencia, tiene una clientela más o menos fiel. “Como estoy solo tengo que tener de todo”, relata, y explica que lo que más vende son acedías, pescadilla y cazón. “Siempre se ha escuchado que, en Jerez, como en el puesto no tengas acedías, malo”, dice. Y no tardan en darle la razón: “¿Ya has vendido todo el cazón?”, le pregunta una señora que espera su turno para ser atendida. Ella, vecina de la barriada, aprovecha la presencia de la prensa para expresar sus quejas: “Que venga la alcaldesa y arregle las calles. En la mía hay árboles con unas ramas que cualquier día llega Tarzán y entra por la ventana...”

En la otra esquina del mercado está Antonio, un zapatero que lleva una década arreglando zapatos y haciendo copias de llaves a todo el que se pasa por su pequeño puesto de apenas 12 metros cuadrados. En ese espacio tiene maquinaria para reparar calzado y, también, claro, para duplicar todo tipo de llaves, lo que le supuso una gran inversión. “Si te lo cuento te tiras al suelo... 60.000 euros me costó instalarme”, cuenta Antonio, que resiste, como su vecino el pescadero, por la clientela conseguida tras años de sacrificio. “Mucha gente viene porque estuve trabajando 22 años en Mister Minit –tienda de reparación de calzado–, si no, me comen las moscas”.

El 2015 cuenta que ha sido un año malo y éste, que acaba de comenzar, ya vaticina que será “casi igual”. A Antonio, sobre todo, le resta negocio “los zapatos de los chinos. La gente se compra unos por 6 o 7 euros, pero eso te echa los pies a perder”, relata. Sus clientes, mayormente, son gente mayor. “¿Qué pasa? ¿Está mi zapato?”, le pregunta una mujer que entra en el mercado. Antonio la atiende, le cobra, y sigue con la conversación: “Si no fuera por los abuelos aquí había una guerra”, relata. “A mí se me presentaron hace poco ocho en mi casa… ¿Qué vamos a hacer? A comer arroz con habichuelas, como dice la canción”, dice entre risas.


Antonio, que ha visto cómo se ha ido quedando solo en el mercado, es partidario de que se cedan los puestos "unos meses de prueba" para que no estén vacíos. Eso lo llenaría de vida. Porque ahora, dice, “ni el mercadillo de los jueves se nota”. Carmen, la carnicera del puesto de enfrente que charla sentada junto al puesto de Antonio, añade: “Con el mercadillo yo vendía 300 o 400 euros más, pero si ellos no venden no pueden gastar”. Ella, que apenas ha tenido clientela pasadas las once de la mañana, charla para matar el tiempo. “A partir de las doce es cuando hay más movimiento”, explica. En su puesto lleva 13 años, igual que el pescadero. “Antes, un día como hoy, estaría empanando como loca, pero ahora no”, relata. Vende menos de la mitad, calcula, sobre todo a vecinos mayores del barrio. “La gente joven no viene, no están acostumbrados, prefieren las grandes superficies”.

Como su vecino Antonio, Carmen cree que habría que dar facilidades para que se abran nuevos puestos. Hace unas semanas volvieron a salir a licitación varios en de La Plata y no fueron adjudicados. “Ahí –dice Antonio señalando al patio interior– se podría poner una terraza de un bar”. Por ejemplo. Mientras, pasan los días y siguen ellos tres: Antonio, Carmen y José Antonio. 

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Francisco Romero

Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Antes de terminar la carrera, empecé mi trayectoria, primero como becario y luego en plantilla, en Diario de Jerez. Con 25 años participé en la fundación de un periódico, El Independiente de Cádiz, que a pesar de su corta trayectoria obtuvo el Premio Andalucía de Periodismo en 2014 por la gran calidad de su suplemento dominical. Desde 2014 escribo en lavozdelsur.es, un periódico digital andaluz del que formé parte de su fundación, en el que ahora ejerzo de subdirector. En 2019 obtuve una mención especial del Premio Cádiz de Periodismo, y en 2023 un accésit del Premio Nacional de Periodismo Juan Andrés García de la Asociación de la Prensa de Jerez.

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