Los supervivientes de plaza Belén: "El barrio pedía a gritos la obra"

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Los pocos vecinos y propietarios de negocios que sobreviven en los alrededores de este enclave albergan esperanzas de que la obra de reurbanización del entorno, recién comenzada, sea un revulsivo para la zona.

María la portuguesa, de Oporto para más señas, no es la de la conocida canción de Carlos Cano, pero es vecina de la plaza Belén, en concreto de la calle Luis de Isasi. De 73 años, aquí llegó hace medio siglo, donde se estableció junto a su marido, ya fallecido. María Fátima, que es su nombre completo, conoció un barrio completamente diferente al de hoy día, más alegre y más habitado. Por eso ahora, cuando se asoma a la ventana y ve trabajar la máquina excavadora que limpia el terreno antes de que comiencen los trabajos de rehabilitación del entorno, se le viene a la mente aquella época y piensa que quizás de aquí a un año, o quizás un poco menos, la collación de San Lucas pueda haber levantado cabeza, aunque sea solo un poco.

María no recuerda el entorno en tan mal estado ni cuando las prostitutas poblaban la desaparecida calle Rompechapines. “A mí no me molestaban. Yo salía a pasear a los perros, las saludaba y ellas hacían lo propio. No se metían con nadie”. Luego llegarían los 80, los años duros de la droga. La zona se llenó de enganchados, de quinquis que para comprar su dosis se dedicaban al tirón de bolsos o al robo a punta de cuchillo. El barrio empezó a degenerarse, se abandonaron las primeras casas y la piqueta acabó echando abajo todo Rompechapines. De la posterior idea de regeneración de este entorno gracias al proyecto de la Ciudad del Flamenco no hace falta ni hablar.

La portuguesa ha oído y leído tanto sobre su barrio en los últimos quince años que ya no sabe ni qué pensar. “La obra no es que me de igual, pero ya esto ni me molestaba, salvo cuando los niños se colaban y le metían fuego a los matojos. Y en mi casa no he visto una rata, será por todos los gatos que hay. A los pobres les doy de comer casi todos los días”, concluye.Diez meses es lo que, se supone, tardarán en acometerse los trabajos de rehabilitación de plaza Belén y de su calles aledañas, siempre y cuando no haya imprevistos que retrasen todo. Unos que ya desgraciadamente no se preocupan por los plazos marcados son los propietarios del restaurante Alboronía, en el infrautilizado y ya prácticamente desierto Zoco de Artesanos. Víctor Marín lamenta que quizás, para cuando acabe la obra, ya no estén siquiera asentados allí. “Tenemos contrato hasta octubre de 2018, pero el zoco, en teoría, pasa a formar parte del Museo Flamenco de Andalucía. Aunque oficialmente el Ayuntamiento todavía no nos ha dicho nada, pero eso es lo que suena”.

Se antoja un milagro que Alboronía lleve ya cuatro años aguantando en este lugar tan escondido, cuando prácticamente ningún negocio ha cuajado en el zoco. Su alquiler, relativamente económico, ha ayudado, pero sobre todo su cocina, cuya calidad reflejan semanalmente decenas de cliente en webs como TripAdvisor. “Si no fuera por internet no nos conocerían, porque los hoteles ni siquiera mandan a los turistas por aquí”, critica el hostelero, que reconoce que si la plaza hubiera estado medianamente adecentada, aún les habría ido mejor. “Si solo hubieran quitado los matojos, echado tierra y hubieran puesto un aparcamiento, ya se habría revitalizado esto, pero para el Ayuntamiento el zoco nunca ha existido”, lamenta. De hecho, uno de los accesos a las instalaciones permanece prácticamente cerrado siempre debido a que da a la calle Doctor Lillo, que ni siquiera está asfaltada. Todo un despropósito en pleno centro de la ciudad.

Hay que dar un rodeo para poder cruzar al otro lado de plaza Belén, dado que el entorno se encuentra vallado. Calle Barranco arriba se encuentran los dos únicos negocios del entorno. Una es la histórica tienda de los Perea, donde Daniel Ríos, en ausencia de María José, su esposa y propietaria del negocio, atiende a los pocos clientes del vecindario. “No sabemos si van a acabar la obra. Hasta que no la veamos lista no nos lo creeremos”, señala, desengañado de tantas promesas que no han llegado nunca a salir adelante. Natural de León, ciudad histórica donde las haya, no entiende como Jerez ha descuidado tanto su patrimonio. “Me parece lamentable como está en comparación con otros centros urbanos”. Aun así, afirma que el barrio está abandonado desde hace décadas. “El parón de la Ciudad del Flamenco no ha influido, ya estaba esto así antes”. ¿Servirá de revulsivo entonces la nueva plaza Belén? “No lo creo. El proyecto es un parque, un auditorio al aire libre y una zona de ocio, pero si no hay vecinos, esto seguirá igual”, comenta pesimista.De otro color ven las cosas en la Fonda Barranco, frente por frente a los Perea. Este coqueto establecimiento hotelero regentado actualmente por Alejandro Abrio lleva más de una década abierto. Sus primeros propietarios, unos empresarios extranjeros, remodelaron el edificio años antes de que se diera a conocer incluso el proyecto de la Ciudad del Flamenco. Sin embargo acabaron vendiendo el negocio a Abrio, que aguanta como puede sabedor de que tiene un establecimiento muy valorado por la clientela pero en un entorno que no es el más propicio. “Es lo que más comentan en Booking.com o en TripAdvisor. Los clientes valoran el hotel, pero muchos señalan lo mal que están los alrededores”. Recientemente uno de ellos señaló en una de estas webs que la zona era “insegura”, algo que Abrio desmiente tajantemente. “El comentario nos ha hecho daño, porque si bien es verdad que el barrio está descuidado, esto es muy tranquilo. Aquí nunca pasa nada. Es incluso demasiado tranquilo a veces”. El empresario afirma no conocer en profundidad el proyecto para Belén, pero entiende que “cualquier cosa que hagan será mejor a lo que hay ahora. El barrio lo estaba pidiendo a gritos”.

Seguimos calle Barranco arriba. Aquí, todas las casas situadas justo enfrente del solar están abandonadas, salvo dos. Una de ellas es la número 7, frente al palacio de Montegil, en cuyas dependencias más de una y dos veces se han colado jóvenes del barrio aun jugándose el físico. Amanda Campuzano, de 38 años, una de las vecinas de la finca, enumera de corrido “ratas, pulgas, bichos y quinquis” entre la fauna habitual de la zona. Amanda no recuerda haber visto bien la plaza nunca. “Rompechapines no lo conocí, porque era muy pequeña, pero luego tampoco he visto el barrio en condiciones”. Lo que sí recuerda es que cuando se proyectó la Ciudad del Flamenco llegaron numerosas inmobiliarias y particulares interesándose por las fincas del entorno. “Preguntaron por esta, pero cuando se conoció que no se haría la obra nunca más se supo. No se si cuando se remodele la plaza y se anuncie la obra del Museo Flamenco volverá a pasar lo mismo”.

A pesar de todo lo que han pasado, Amanda reconoce que nunca se ha planteado abandonar Belén ni el centro. Me he criado aquí y esto es lo que he vivido siempre. Ya solo esperamos que la obra sea un revulsivo para el barrio y que todo vaya a mejor. Esa es nuestra esperanza”.

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Jorge Miró

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