'Los prisioneros' despliegan sus alas

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La comparsa de Chapa, Subiela, Aranda y Noli se presenta con un repertorio impecable en la sexta jornada de preliminares. El grupo necesitó varias horas para que las maquilladoras dieran vida a las plumas de su cara. 

Cuando el nido se convierte en jaula, domesticada y de comederos llenos, de mentes cerradas y carnes abiertas. Cuando las alas intentan expandirse, como una galaxia en la espalda arrastrando el peso de una condena. Como equilibristas en el tenso alambre de la comedia. Como pájaros prisioneros en un teatro de barrotes rojos y carceleros rugientes. La comparsa de 'Chapa', Aranda, Noli y Subiela regresa un año más regalando versos.  

En la previa a la actuación, Ángel Subiela afirmaba estar tranquilo. "Son muchos años -decía-, nosotros estamos contentos con lo que llevamos, pero la última palabra la tiene el público. Que guste más o menos ya no depende de nosotros. Ellos son los que deciden". Mostraba templanza, la que te da la experiencia. Aunque en algún resquicio de su cuerpo se desataba la excitación intrínseca al día del estreno. Quince cuerpos de sangre caliente y pulso firme intentando contagiar serenidad. Pero, parafraseando la Poética del propio Miguel Ángel García Argüez, "Debajo de esta sangre y de su aliento /debajo de la víscera, del músculo, / del hueso y de estos átomos pequeños, / hay un leve temblor, un golpe lento, / un movimiento sísmico y minúsculo / que vibra y vuelve sueño nuestros sueños."  

"El público del Falla es como un gato dormido. Tú lo acaricias siempre con el mismo cariño. Unas veces ronronea porque le gusta y otras, sin embargo, te da un zarpazo porque le molesta".  

Las caras de los prisioneros empiezan a colorearse de plumas. El autor deambula alrededor de los integrantes, parsimonioso. Nos habla de la idea que pone sobre las tablas, con cierto brillo en los ojos. Una hermosa metáfora: el pájaro enjaulado que canta para alguien cada día y el comparsista, que año tras año se encierra en un teatro y canta también para otros. No se sabe cómo ni por qué, pero ambos están acostumbrados a esa cautividad. Es un misterio. Al igual que Ángel, el 'Chapa' confía en lo que traen pero sabe que será el público quien decida si es bueno o no. "El público del Falla es como un gato dormido. Tú lo acaricias siempre con el mismo cariño. Unas veces ronronea porque le gusta y otras, sin embargo, te da un zarpazo porque le molesta".  

Tras las últimas pinceladas de las maquilladoras, cada pájaro se coloca sus plumas. Jesús Silva estaba tranquilo, pero una vez que tiene el tipo puesto ya es consciente de que no falta nada. Los nervios en el estómago están siempre, por muchos años que lleves subiéndote al escenario. El caldito de Chari, la madre de Carli, los acordes de la presentación en las manos de Pacoli, las voces entonando una melodía llena de colores. Ya no hay marcha atrás. Son prisioneros de esta fiesta y una vez que entren en la jaula no volverán a salir de ella. Las segundas se imponen en esa sala de la calle Zaragoza, los tenores se unen, la guitarra desprende azúcar para los oídos. La música inconfundible del Noli en el pasodoble.  

Cuando dan las diez y media ponen rumbo hacia el Falla. Este es el momento crucial. Poner el pie en la calle con el tipo puesto por primera vez. Es como si las aceras desprendieran un calambre directo al pecho. Suena la caja y el bombo con el pasacalle y los corazones empiezan a latir al mismo compás acelerado. Arropados por familiares y amigos llegan al teatro. Los últimos retoques de las maquilladoras y a calentar voces en camerinos. Las indicaciones de Miguel Ángel Fuertes, las preguntas de los medios, los nervios in crescendo, la impaciencia en la garganta. Ya no queda tiempo para más. Todos enjaulados, el telón se sube, el público alienta, se hace el silencio y regresa la magia. El primer guiño a Entre rejas enamora. La sala entera responde fascinada. Un niño llora emocionado entre bambalinas al ver cantar a su padre. La actuación acaba con un aplauso ensordecedor de un minuto de duración. Un aplauso adulto, sin cánticos ni jaleos. Sólo el sonido de sus manos agradeciendo el regalo recibido. De regreso al local la tensión ha desaparecido. Todos respiran, aliviados y despojados de miedos. Finalmente, el gato no sólo ronroneó de placer este año, sino que pide a gritos que lo sigan acariciando. 

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