Vivir en el pasado no es buena cosa. Para empezar, porque siempre es mentira. Lo que creemos que son 'recuerdos' son en realidad 'reconstrucciones'. La memoria existe, claro. Pero por más que uno crea rememorar una vivencia cualquiera, en realidad se rellena de imágenes que el cerebro reconstruye con el tiempo a su manera. No tenemos terabytes en la mente. No es un DVD con gigas y gigas. La mente es, en realidad, un VHS grabado en los 80 como un aficionado, con agüilla y desenfoques.
Lo que sí recordamos es la emoción, la sensación. Eso sí se mantiene. Eso sí es revivir. Y la sensación de la primera vez que uno vio Independence Day o el Rey León. Si uno estaba en el equipo de los que lloraba con el final de Rocky o en el de tragarse las lágrimas. Cuántas historias de amor se podrían escribir con la de parejas que encontraron como excusa ver juntos ET o Casablanca juntos, una cita en la casa de aquel que tuviera un aparato de VHS.

En La Unión, frente al parque de ese nombre, hoy se mantienen negocios que llevan toda la vida. La farmacia, el estanco o el bar El Corregidor. Con nuevas fórmulas, recetas y estética en la avenida Tomás García Figueras, en el barrio alrededor de Hacienda, los juzgados y Merca 80. Y se mantiene también Capote.
Entre las 10 y las 14 horas, Lisardo Capote, de 80 años, acude al que fue su negocio para leer el periódico, saludar a algún amigo, jugar al sudoku... Esta es su otra casa, su vida. Que tiene ingredientes para contarla en una película, en realidad.
La vida de Lisardo Capote: el destape, un 'milagro', Zanussi y Canal Sur
Lisardo Capote comparte apellido con el escritor Truman Capote y con una pieza indispensable de la tauromaquia. Resuena. Podría ser el personaje de alguna película. Quizás el inspector Capote, porque las películas que más le gustan son las que tienen tiros.
Nacido en 1944 en la céntrica calle Doctrina de Jerez, no conoció a su padre porque falleció antes de que naciera. Así que se crio con su madre y sus abuelos maternos, gente del campo y del cine. Su abuelo acabaría montando en el Palmar de Troya, antes Utrera, hoy independiente como pueblo, un cine. En la localidad de los milagros, por allí creció en aquellos tiempos en los que nacería la iglesia palmariana y una presunta aparición le pilló a unos metros. "Yo no vi nada", ríe.

Comenzó los estudios de perito industrial pero aquello no le satisfacía. En la misma escuela daban títiulos de operador de proyecciones, así que se sacó el titulito para echar una mano a su abuelo. Aunque se había criado entre cintas, de aquellas que llegaban en enormes máquinas como las de la película Cinema Paradiso.
Sería también proyeccionista en el cine Villacís de Sevilla capital. Cogió destreza y cuenta que empalmaba películas en directo. Si una cinta venía en dos rollos diferentes, era capaz de que el público no notara el corte. Eso requiere de pericia y concentración. Pero le acabó aburriendo y a la Virgen en el Palmar de Troya, aquella a la que no había visto pero intuía, le pidió que le sacara de aquel trabajo que implicaba estar desde las cinco de la tarde viendo una y otra vez la misma película.

Y entiende que se lo vino a conceder. "Yo compraba en Sevilla El Correo todos los domingos. Ese día no quedaba y compré el ABC. Ahí vi un anuncio de que Zanussi buscaba trabajadores y pasé las pruebas". Más de una década cambió los proyectores por las lavadoras, dos aparatos que consisten en dar vueltas. Pero más vueltas daría la historia.
Porque Lisardo acabó también cansándose. Subió y bajó escaleras con lavadoras siendo el responsable de la provincia de Cádiz para la marca recién llegada. Vio una oportunidad, volver a las películas, pero esta vez con un videoclub.
Emprendió con ello en 1981 y la tienda abrió sus puertas en su ubicación actual a principios del 82. Al primer o segundo día, cuenta, ya tenía tres personas en la puerta que se dieron de alta con el sistema que Lisardo proponía: mil pesetas mensuales de la época por una tarifa plana en la que cada día podían sacar una película. Un dinero de la época, claro. Tras esos tres primeros clientes, dejaron de llegar.
Aquello, entonces, parecía el final anticipado. Uno de tantos negocios que se abren y al poco cierran. Pero otro milagro, este más pagano, sucedería: el Mundial de Fútbol de España 82. El país se volcó con Naranjito. "La gente empezó a comprarse vídeos. Yo conocía a las tiendas de electrodomésticos además, así que cuando alguien compraba un vídeo, allí mismo le recomendaban el videoclub".
Así empezaron a caer clientes y a darse a conocer Capote como uno de los primeros videoclubes de Jerez. El segundo, por unos meses, de la ciudad. Clientela que acababa llegando de otros municipios cercanos en busca de los estrenos.
Los primeros años 80 fueron los de Felipe González, el citado Naranjito... Pero también de lo que se llamó el destape, aquello de empezar a ver en medios de comunicación pechos femeninos y muchas cosas más. Tras esa España apocada, católica hasta las trancas, la modernidad significaba votar pero también los contenidos 'verdes', que quién sabrá por qué se llamaba así.

En Capote se alquilaban películas del Oeste. Tuburón fue un éxito, como otros títulos como El Padrino, la saga de Indiana Jones, La Guerra de las Galaxias... Pero también Pajares y Esteso, actores que eran del cine popular que se atrevieron a bordear el contenido verde. Y el de otras películas que se alquilaban pasando a través de una cortinilla, para evitar las miradas indiscretas. "Aquí siempre se ha dado una bolsa cuando se alquilaba la película", pero en general, la gente pasaba con naturalidad por el mostrador. Los mismos vecinos que iban a la frutería y se llevaban su cine erótico.
Esos clientes eran fieles. Más que otros que eran caraduras. Tuvo Lisardo que limar con una broca el tornillo de muchas cintas para evitar que algunos la abrieran para quedarse con la verdadera película y sustituirla por una copia mala. Eso sí era un problema y no lo de devolver las películas rebobinadas, algo que en Capote daba igual.
Malditos sean Antena 3, Telecinco y Emule
Así fueron pasando los años. En los 90 llegó un peligro, las teles privadas. Cuando el espectro se fue liberalizando en España y llegaban las autonómicas, Antena 3, Telecinco o Canal +, Lisardo Capote vio las orejas del lobo, se puso las barbas a remojar, y cualquier otra expresión que deseen. "Yo ya vi que a esto le quedaba poco?". Pero en los 90 siguieron entrando clientes.
En la siguiente década, la de los 2000, ya se fue torciendo todo. Con el euro llegaban también los DVD. Y la conexión a internet, el famoso programa de contenidos piratas Emule. Ahí sí que estaba la cosa tremendamente complicada. Lisardo se refiere al asunto aún con cierto cabreo. Porque aquello le quitó el pan. Muy cerca, aunque Lisardo apenas lo recuerda, justo en esos años también pusieron una especie de cajero automático de películas del gigante americano Blockbuster, la gran cadena de videoclubes de Estados Unidos. Duró poco, porque ya llegaba tardísimo.
En aquella España, hay que recordar, muchos debates en la tele iban sobre ese famoso pirateo. La SGAE por entonces fue una entidad respetable (luego caería su cúpula), a la que se le daba toda la voz del mundo en los medios. Y es que tenía sentido: ¿por qué los creadores iban a permitir que la música o las películas llegaran gratis si tenían un precio? El problema, en realidad, ha quedado ahora medio resuelto con Netflix y Spotify.
Eso sí, Lisardo no tiene Netflix. Ve películas del Oeste o de policías. En general, el cine actual, "salvo algunas como Avatar", le parece directamente malo. "Ahora todo son carreras de coches y tiros". Él prefiere el argumento, que un detective se pase una película entera buscando a un asesino. Sus favoritas, las de Hitchcock o Doce hombres sin piedad, que es prácticamente una obra de teatro en una sala llevada al cine.
Junto al videoclub, en Capote siempre estuvo la productora. Lisardo Capote trabajó para EFE, Canal Sur y TVE. Recuerda a Lorenzo Milá en el Circuito de Jerez, con el que trabajó para un programa, por ejemplo. Su hijo, de hecho, es conocido en el audiovisual jerezano.
Además, para los amigos, en horario de 10 a 14 horas, Lisardo aún pasa los VHS o los Super8 a digital. No a DVD (maldito sea el formato) sino a un pen drive. Seguramente, ni un cura en la ciudad ha visto más bodas que Lisardo Capote. Y viajes de novios. Comuniones. Cintas que o bien producía él mismo o bien ha pasado de formato en formato. Porque él tenía los equipos y el conocimiento para grabar o para editar vídeos que nadie más tenía, en aquella era previa al smartphone. En aquel tiempo en que tener un minuto del cumpleaños de tu hijo (con zoom en el momento de soplar las velas) era vanguardia, mientras hoy debemos cada cierto tiempo borrar la mucha basura digital en formato mp4 que mantenemos durante años no se sabe bien por qué, que nunca rescataremos ni subiremos a ninguna red.
Hay quien dice que antes de tener acceso instantáneo a todas las películas y canciones existentes, veíamos mejor el cine y escuchábamos mejor la música. El tiempo de Capote es el de pedir en el salón de casa que todo el mundo guarde silencio porque se iba a ver una película. Ni auriculares en un rincón ni nada. Todo un evento. Sin subtítulos, sin cambiar idiomas, con partes que por alguna razón no se veían bien porque alguien había ensuciado la cinta.
En 1944, en Hollywood se estrenaba Arsénico por compasión, de Frank Capra, protagonizada por Cary Grant. En 2025, entre las más taquilleras están la película de Minecraft o la recién estrenada por Santiago Segura. No las verá en Netflix Lisardo. No tiene.




