El viernes de Feria ha estado marcado por la presencia de los pequeños desde primera hora, las actuaciones en las casetas y la llegada de jóvenes de Jerez y el entorno.
Del Hontoria para adentro el arte es anónimo; se aprecia en la caída de los volantes, en los pañuelos y claveles que adornan las solapas masculinas, en los ornamentos de las casetas, cuando degustas un vino… ¿Y el flamenco? A veces se olvida que en muchas casetas quienes caen rendidos a los encantos de la Feria de Jerez se deleitan con el folclore, las sevillanas, y ese derroche de poderío de los que actúan bajo contrato y aquellos que se suman al espectáculo de forma espontánea. El viernes de Feria –el sábado, en las anteriores ediciones- no decepcionó. Los colegios de la ciudad con poca actividad durante la semana, cerraron a cal y canto. Los niños y niñas también pisan el Real, aunque suponga el atraso de la llegada de los padres, pero lo pisan a pesar del mal tiempo. Nadie se pierde esta fiesta, este día, el penúltimo; la penúltima copa; la penúltima sevillana; la penúltima pataíta. Nunca hay que decir la última.
Esta penúltima jornada del nuevo experimento supera las expectativas de los más optimistas. El típico almuerzo de feria – queso, jamón, adobo, pimientos fritos, salmorejo, tortilla…- y la sobremesa, dan paso a la juega en forma de actuaciones en directo que se suceden casi de caseta en caseta. Unas del más puro flamenco, otras en cualquiera de los estilos del flamenco fusion y no pocas en las que se corean temas asociados ya a la Feria de Jerez y a cualquier otra: Sarandonga, Obí, oba, A luz del lorenzo (Tú solo quieres quererme cuando tú quieras) …
Juanillorro en La caseta de la Peña La Bulería; Ana Peña y familia en Los Cernícalos; La Peña Flamenca El Garbanzo tenía programada la actuación de The revés. Estos solo eran algunos de los espectáculos programados, pero raro es el día en el que allí no se sumen artistas de la tierra como el Sordera. Eso es lo mágico, lo imprevisto, lo imprevisible, como así fue el penúltimo día de Feria, un no parar. Nadie sabe lo que le espera, lo que puede pasar. Overbooking en el templete de González Byass, uno de los buques insignia de la Feria del Caballo. El portero pide a los nuevos visitantes que esperen a que sea desalojado por quienes ya están dentro. Ardua tarea, no cabe un alfiler.
Diez hombres con acento de la Andalucía oriental, de Granada. Todos se llenan la boca afirmando que tienen trabajo. Y ahí están, a eso de las siete de la tarde, presenciando, bailando, saltando durante la actuación de una de las casetas abarrotadas. “Nos hemos pedido días libres, trabajamos para la administración y otros en la empresa privada”, cuenta uno de ellos. La excusa para escapar el fin de semana a esta bendita tierra ha sido una despedida de soltero. La tarima sobre la que se encuentran junto a una multitud de personas bailando al son que les marca la banda por momentos parece que va a quebrarse, y lejos de asustar a los más o menos embriagados espectadores, parece que les anima a continuar bailando con más ímpetu si cabe.
Anochece y la juventud de Jerez y el entorno se va abriendo paso en los alrededores cargados con bolsas. La mayoría pasan el primer tiempo en esa otra esfera de la Feria, la zona de La Rosaleda, de la que nada o poco se sabe- para luego pasar a las casetas donde suenan reggaeton y otros géneros. Eso es ya de madrugada. Mientras en las casetas del Real se oyen sevillana, rock de los noventa, bulerías o rumbas… qué más da. Palos selfies se hacen hueco para inmortalizar esos instantes encima de las cabezas de todos, conocidos o no, no importa, todos se encuentran allí hipnotizados por la música, las palmas, el compás... Es la penúltima oportunidad de desfogarse del parque González Hontoria para adentro en esta edición sobre la que en breve se debatirá si ha sido o no la mejor de la historia.


