Carmen Pérez Omil, tetrapléjica, relata la falta de accesibilidad que se ha encontrado en el SAS al intentar hacerse una citología, una mamografía o a la hora de conocer su peso. 

En Jerez o en cualquier otro punto del mapa, que una mujer con grado III de discapacidad pueda tener libre acceso a los procedimientos sanitarios —en igualdad de condiciones— es todavía impensable. Una mamografía o subirte a una simple báscula para saber cuál es tu peso, requiere de unas herramientas adaptadas que quizá ni existan. Cuando Carmen Pérez Omil, presidenta de la Asociación de Personas con Discapacidad La Calesa y tetrapléjica, acudió al Hospital de Jerez para hacerse una citología vaginal en 2015, la silla médica era tan inflexible que cuando procedían a examinarla el aparato le producía un fuerte dolor en su parte más íntima. El médico paró y recomendó que se realizara más adelante con anestesia para que Carmen no sufriera. Si bien ella aceptó que los celadores la trasladaran a una camilla inadaptada a su cuerpo, lo peor vino después, cuando el médico le dijo que necesitaba saber su peso para conocer el porcentaje concreto de anestesia. Para Carmen su silla electrónica es su medio motriz, por lo que le preguntó si había algún peso de suelo donde poder hacer los cálculos. "Me mandaron al Zoo de Jerez para que me pesaran", confiesa.

Los últimos datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) —noviembre de 2016— apuntan a que hay más de mil millones de personas, es decir, un 15% de la población mundial, que padece alguna forma de discapacidad. No obstante, este informe también refleja que la realidad es que "las personas con discapacidad tienen menos acceso a los servicios de asistencia sanitaria y, por lo tanto, necesidades insatisfechas a este respecto". Es una evidencia que cada día sufren hombres y mujeres con alto grado de minusvalía, en el caso de Carmen, de un 99%. "No se nos trata con igualdad", denuncia una vez más, ya que en una reciente entrevista con lavozdelsur.es, Carmen Pérez Omil narró su historia de superación y lucha incansable por conseguir los derechos sociales (educación, empleo...) que se le habían negado desde que la poliomielitis le afectó con tan solo un año. "Hay que ver que en los años en los que estamos y que todavía no existan recursos... La sociedad en su conjunto no piensa en las necesidades de las personas discapacitadas", valora indignada. 

"No es habitual que tú te peses en un Hospital, sino en una farmacia, pero tampoco tienen ningún peso adaptado"

"La sociedad y las administraciones, todo el sistema, deben pensar cuáles son nuestros derechos. A la hora de pagar impuestos estamos todos. ¿Por qué tengo que tener yo menos servicios que los demás?", se cuestiona Carmen, quien recuerda que hace cerca de diez años un endocrino del Hospital de Jerez le dijo que la única alternativa para conocer su peso era que se acercara al muelle de Cádiz y que la pesaran las grúas de los barcos. El actual gerente del centro hospitalario de la localidad, Julio Egido, no da crédito: "¿Pero quién le ha dicho esa burrada?". No obstante, el administrador desconoce si en las instalaciones existe un peso de dichas dimensiones y soluciona el problema diciendo: "Pues nada, se compra uno y ya está". Compañeros del Hospital que se encuentran junto a Egido piensan y recuerdan que en la parte de lavandería hay un peso de suelo. "Pues sí, podríamos decirle que se vaya a la planta de lavandería y que la pesen allí", remata el gerente.

De pesarse en el muelle de Cádiz o donde lo hacen los monos y los leones, a poder hacerlo donde el Hospital reúne toda la ropa sucia de los usuarios del centro. Pero realmente existen pesos adaptados para personas con un alto grado de discapacidad dependientes de una silla de rueda o de una camilla. No obstante, pocos son los centros, ya sean públicos o privados, que poseen un equipo médico accesible. Carmen, de piel dura y una de las grandes voces en Jerez en pos de la igualdad de oportunidades, reflexiona y comparte que no desea que este artículo se centre en las carencias sanitarias del SAS. "Soy una firme defensora de lo público". Prefiere hacer una crítica a la sociedad porque no entiende que todavía en el siglo XXI viva en un mundo que no está adaptado para ella. "No es habitual que tú te peses en un Hospital, sino en una farmacia, pero tampoco tienen ningún peso adaptado". 

"A las mujeres con discapacidad no se nos trata como a las demás mujeres y está en riesgo nuestra salud"

En la actualidad, la discriminación más común que sufren las mujeres con discapacidad está vinculada al programa de detención precoz del cáncer de mama que realiza el SAS entre mujeres de entre 50 y 69 años de edad o a la prueba de Papanicolau —un examen para detectar cáncer de cuello uterino—. La presidenta de La Calesa acudió al consultorio auxiliar Guadalete —en la calle del mismo nombre— el pasado 23 de junio para realizarse una mamografía —un proceso de toma de imágenes de los senos que utiliza rayos X de baja dosis para detectar de forma temprana el cáncer—. "Pero no se pudo hacer", lamenta Carmen. "Yo ya me lo temía, había oído hablar que no están adaptados. Los frontales no se hicieron correctamente y los laterales nada", agrega. En la unidad de mamografía hay un dispositivo que sostiene y comprime la mama y la posiciona para poder obtener imágenes de diferentes ángulos con los rayos X. Según ella, no se pudo realizar correctamente porque el mamógrafo chocaba contra las ruedas de su silla electrónica, ya que las mamografías están previstas para que la paciente esté de pie durante el examen. "Me han dicho que me van a llamar del Hospital, que tienen una silla para que me siente y poder acercarme al mamógrafo, pero no me voy a prestar a eso, las cosas tienen que estar adaptadas a las personas".

"A las mujeres con discapacidad no se nos trata como a las demás mujeres y está en riesgo nuestra salud", manifiesta Carmen. La segunda prueba, la Papanicolau o también llamada citología vaginal, es uno de los exámenes más incómodos y dolorosos según la propia experiencia de las mujeres con discapacidad grave. "Todas podemos hablar del potro —camilla donde se realiza la prueba—. Todas tenemos anécdotas como la mía", cuenta Carmen, al rato que narra el día en que un médico del Hospital de Jerez le dijo que fuera al Zoobotánico de la ciudad para saber cuánto pesaba: "Debido a que el potro no estaba adaptado, la práctica era dolorosa. Si yo llego a tener fuerza me deslizo para abajo y ya está. Pero yo no puedo, no tengo apenas movilidad. Entonces yo no estaba abierta del todo y no podían meterme el espéculo. Fue entonces cuando me dijeron que me lo harían con anestesia y que la única salida para saber cuál era mi peso era pedir permiso al Zoo de Jerez para pesarme donde pesan a los monos. Y así lo hice. Debe estar en el historial del Zoo porque pedí una autorización y el mismo personal del parque, ni siquiera estuve acompañada por sanitarios, me ayudó". "Yo no soy ningún animal. No he perdido la dignidad por ello, pero a las personas no se les puede tratar así", finaliza e insiste en que el problema radica en la sociedad y en las administraciones públicas.

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Claudia González Romero

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