El 'correcaminos' de Jerez
Posiblemente Juan Antonio García Cintado, más conocido como Juanito el de La Venencia, es sus tiempos mozos podría haberle echado un pulso a Álvaro Martín, doble campeón del mundo de marcha. Juanito es casi un mito, pasará a la posteridad por su increíble habilidad para cruzar la calle Larga, y mucho más allá, con una bandeja en la mano cargada de cafés y desayunos, sorteando a la gente, a una velocidad solo comparable a los atletas y, ojo, cuando la calle Larga estaba abierta al tráfico, lo que le obligaba a sortear los coches sin detenerse: el café tenía que llegar caliente.
Si llovía, no había problema, con una mano la bandeja y con la otra el paraguas, un ejercicio ciertamente cercano a lo circense sobre todo cuando entraba en el banco, tienda o negocio al que llevaba el pedido y tenía que cerrarlo con suma habilidad sin que se le cayera bandeja.
Juan Antonio, que ahora cuenta 73 años, se ha llevado toda su vida vinculado a la hostelería desde que con 13 años empezó como camarero en una heladería y después en el mítico bar La Venencia. En este establecimiento de fama alcanzó el doctorado como camarero, un oficio que le sigue gustando pese a los 51 años que se ha dedicado a él.
Lleva ocho años jubilado, felizmente jubilado, porque, como dice, ahora le ha llegado el tiempo de no hacer nada. Sí echa de menos la ‘universidad’ de la calle, que le enseñó mucho y que le hizo tan popular. Juanito, un camarero de los que ya no hay, de los que aman su profesión y no se arrepiente de haber vivido de ella en unos tiempos en los que este oficio está tan denostado y al mismo tiempo tan demandado y tan mal pagado.
Empecé con 12 años en la calle Larga. Entré en el Salón Italiano durante un verano, justo enfrente de La Venencia, bar en el que comencé a trabajar con 13 años.
Hombre, la hostelería en aquel momento, la verdad que fue excepcional, eran momentos bastante buenos. Se trabajaba desde muy joven, puesto que las necesidades de las casas mandaban; no es como hoy en día que muchos empiezan a trabajar a los 30 y tantos años. En cualquier caso, son recuerdos muy buenos, sobre todo el trato con la gente en la calle Larga, con el apogeo que había antiguamente en esta vía. Era otro mundo.
Sí, totalmente. En aquel entonces era la Nacional IV.
Claro que sí, por el bacalao con tomate, el pimiento relleno, gallo cocido con mayonesa, que era fenomenal, atún encebollado… una serie de tapas y además todas de gran fama.
Sí, a mí me lo decían mucha gente. La verdad es que yo el centro de Jerez me lo andaba entero yendo a todos los negocios y a los bancos. Soy y sigo siendo Juanito el de la Venencia. Cuando voy al centro todavía me saluda muchísima gente
Lo más seguro es que lo habría reventado. Seguro que sí.
No, eso no se aprende, va en la persona, porque yo incluso lloviendo iba por la calle Larga repartiendo con el paraguas en una mano y en la otra la bandeja, a la velocidad de costumbre. Cuando llegaba al sitio, para cerrar el paraguas, me lo acercaba a la rodilla y lo plegaba para entrar en el establecimiento y entregar los servicios.
Sí, sí. Y a correr por la calle Larga cruzándola. Los coches andaban y yo no esperaba que pararan. Los sorteaba.
Sí, pero hoy en día no. Antiguamente se nacía y además gustaba la profesión. Ibas a cualquier lado de España y decías soy camarero de Jerez y no te hacían prueba ninguna y te admitían directamente porque ya tenías la buena fama de ser camarero de Jerez
Hoy en día hay buenos profesionales, decir lo contrario es absurdo, pero no es lo mismo que antes. Esto es muy sacrificado y no está bien pegado. Hoy en día la juventud lo que quiere más bien es libertad, no quieren estar metidos en el bar todo el día entero; es muy sacrificado. Ahora no se quiere eso. Me acuerdo que a mi novia prácticamente no la veía, solo el día que descansaba. Entraba por la mañana, a las siete y media, luego a las cuatro y media hasta el cierre... 14 ó 15 horas diarias.
Bueno, conocí a artistas, a muchísima gente de la política, del espectáculo… muchísima gente. Y además el bar era un sitio muy carismático, donde paraban los grandes artistas.
Un día el chofer de Manolo Caracol paró en la puerta del bar, un Mercedes color aceituna que él tenía. Se tomó sus copas en el bar y a la hora de la salida del personal de los bancos llegó uno del Banco de Andalucía, que cantiñeaba muy bien y pasó a tomarse una copita y se encontró con el artista. Empezó a cantar y Caracol empezó a llorar diciendo que cantaba mejor que él. Cuando El Viti toreaba por la zona paraba en Los Cisnes, pero por la tarde, tras la corrida, entraba en La Venencia y empezaba a contar anécdotas y chistes, lo que no dejaba de sorprender en una persona que tenía un perfil tan serio.
Mucho y eso que la mayoría se me ha olvidado. Por ejemplo, Paco Gandía venía una vez a la semana al bar desde Sevilla. Empezaba a contar sus historias y todo el mundo tirado de risa. Cuando pagaba y salía para irse, como yo estaba afuera en la puerta, me daba un toque en la chaquetilla blanca y me metía una moneda de 500 pesetas en el bolsillo. También me acuerdo de Manuel Alejandro en Semana Santa cuando venía con las niñas. Es un tío fabuloso, la propina que daba era buenísima.
La verdad es que no he sido ni mejor ni peor, pero lo bueno queda y se nota todavía en el público cuando me ve. A todos he tratado con amabilidad tanto a los ‘grandes’ como a los betuneros (limpia botas). A todo el mundo por igual.
Aquí abajo, en la provincia, la hostelería es muy mala. Nunca ha correspondido monetariamente a lo que se trabajaba. Las personas que querían ganar dinero tenían que salir fuera de aquí que, la verdad, se pagaba malamente e infinidad de camareros se iban a Canarias, Madrid, Barcelona, Mallorca… para poder ganar dinero, pero había buenos profesionales. Los que se metían en esto era porque les gustaba.
Hombre, claro, a mí siempre me ha gustado, aunque es muy sacrificado. Me gusta mucho la atención al cliente, me gusta mucho contactar con el cliente y aprender, porque también en la hostelería se aprende mucho. Es una universidad. En la calle se aprende mucho de todo.
La conclusión para mí es bastante buena, aunque muy sacrificada. Si te gusta, el trato con mucha gente te da vida. Te da saber, te da muchísimas cosas.
La verdad es que no hago nada. Cuando cumplí 65 años, ya llevaba 50 años trabajando. Me dijeron que si seguiría un par de añitos más. Dije que no, que ya había terminado el ciclo de trabajo. Ahora quiero vivir por lo menos con tranquilidad, pero vivir otra vida diferente a la que he tenido.
Totalmente e interiormente. Soy incapaz de decirle nada al que me está sirviendo pese a que lo haga malamente. Lo de ser crítico se queda para mí. Es algo inevitable. El oficio se lleva, no se olvida nunca. Lo que pasa es que terminó mi ciclo al cabo 50 años. Bueno, 51 años en verdad.
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