El flamenco de Jerez ha recibido esta noche con tristeza y pesar la muerte de uno de sus artistas más queridos: Andrés Cabrales Mesa, Andrés de Jerez. A los 61 años, nos deja para siempre este cantaor cuya eterna sonrisa se había convertido en uno de los emblemas jondos de 'El Chicle', el barrio que le vio nacer y al que ha estado vinculado hasta el último de sus suspiros.
Antes de la media noche, la propia familia comunicaba a través de las redes sociales del cantaor jerezano la noticia de su marcha, tras una larga temporada luchando contra un cáncer al que, muy a pesar de todos, no ha podido "ganarle la pelea".
Defensor a ultranza de la vertiente más clásica y ortodoxa del cante y de lo jondo, dentro de su particular visión del flamenco desarrolló una forma singular de llevar a su terreno a quienes le "herían el alma", como solía decir entre quienes gozaban de su cariño y amistad.
Entre ellos, ocupaban un lugar muy especial las dinastías plazueleras de Los Rubichi y Los Chalao, aunque por encima de todos tenía como tótem flamenco a Manuel de los Santos Pastor Agujetas de Jerez.
De hecho, durante toda su trayectoria profesional marcó una clara influencia por Agujetas, con un cante áspero, directo, sin concesiones ni ornamientos y jugando siempre "en el precipicio".
Tan es así, que incluso en esta última época llamó tanto la atención de la formación Califato ¾ que llegaron a subirlo a los escenarios en sus conciertos en varias ocasiones como artista invitado, para implementar su jondura dentro de la fusión de músicas andaluzas que realizan y que denominan folklore futurista.
Un cantaor comprometido con el flamenco sin aditivos
No obstante, aparte de esas licencias en los últimos años de su carrera profesional, Andrés de Jerez destacó por mostrarse como un cantaor duro y centrado en los palos más exigentes y viscerales como las tonás, siguiriyas, soleares o fandangos, donde encontraba su mejor expresión y de los que sentía pasión desde pequeño.
Tan es así, que solo cinco años después de llegar al mundo en el barrio de Federico Mayo — conocido en Jerez como El Chicle— en el año 1964, ya se fraguaba artísticamente entre tabancos, patios y fiestas familiares. Y con su abuelo como mentor, desde temprana edad fue interiorizando los códigos más ortodoxos y clásicos del cante flamenco.
De hecho, con 14 años le llegó el aldabonazo definitivo para dedicarse de forma definitiva a este mundo de lo jondo, consolidando una extensa trayectoria profesional que encuentra refrendo con el trabajo discográfico Arañando el alma, que grabase en 2017. Junto al guitarrista francés Samuel Rouesnel, y en el que dejaba constancia de su "compromiso con el flamenco sin aditivos".
Con el cante como "una forma de vida", nunca se alejó de Jerez, su gente o el barrio que le vio nacer. Y aunque por último estaba afincado en Burdeos, sus viajes a "la tierra prometida" eran constantes.
Alejado de modas y defendiendo siempre una trayectoria independiente "sin prisa, pero sin pausa", hoy el mundo flamenco le dice adiós a un artista honesto, que amaba el flamenco por encima de todas las cosas.
Se marcha para siempre un cantaor de verdad, que ofrecía siempre lo mejor que atesoraba independientemente de las circunstancias y que nunca perdía una sonrisa bajo la que cobijaba la dureza con la que a veces trata la vida a los artilleros de lo jondo. Esos artistas que convierten la humildad, la generosidad y la integridad en la más desarmante de las herramientas con la que poder expresarse.


