Entre la pasión y las matemáticas

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10 de mayo de 2015 a las 23:18h

El tradicional encendido del alumbrado en el Real del González Hontoria marca el arranque de siete días de pulso entre querer y no siempre poder. 

Hace unos años, alguien se empeñaba en querer contabilizar el número de visitantes totales que registraba la Feria del Caballo durante sus siete días y sus noches de duración. Más de un millón de personas se apuntaba que acudían cada año con menos precisión que el reloj de la Caja de Ahorros. La estimación era tan ridícula como intentar salir del parque González Hontoria sin los zapatos llenos de albero, olor a fino impregnado en la ropa y la cartera intacta. Haberlos haylos, pero este humilde cronista no conoce a nadie capaz de semejante hazaña. 

La Feria es un constante pulso entre la pasión y las matemáticas. Entre lo apolíneo y lo dionisíaco. El bien y el mal. El desfase y la responsabilidad. Y el domingo del encendido del alumbrado, el día de la (supuesta) vueltecita y pa' casa, el día del asombro infantil eterno ante los fuegos artificiales (por cutres que sean) y el estallido de luz, es la prueba de fuego. Uno siempre sabe cuando llega a la Feria pero no cuándo y cómo se va. Cuenta la leyenda que hay gente que ha entrado un domingo de alumbrado en el Real y ha permanecido en paradero desconocido hasta el siguiente domingo. Es este primer domingo de celebración cuando empieza el constante pulso entre lo que exigen las ganas y lo que dicta el sonido puntual del despertador a la mañana siguiente. Un querer constante y un no siempre poder. En una ciudad con más de 34.000 parados, parece surrealista tanta gente empeñada en pasarlo bien a la vez pagando precios desorbitados por un plato de pimientos fritos y tortilla. Pero es real. De nuevo, la pasión antes que la lógica matemática. 

El Real tiene 62.000 metros cuadrados y hay más de un millón de bombillas, el doble casi que hace una década, capaces de dar luz a una población de 20.000 habitantes. Hay 204 casetas entre malas, regulares, buenas y muy buenas, y está previsto un año más que se despachen más de 15.000 cajas de fino, entre medias botellas a pelo y medias botellas con refresco de lima-limón -lo que se conoce por rebujito-. La ciudad efímera es eterna. Nada cambia apenas de un año para otro y la magia sigue intacta. Allí están quienes bajan del autobús urbano que difícilmente es puntual el resto del año, los que llevan la media botella pegada a la mano con un velcro, el maquillaje y los maqueaos, las rumanas del tabaco de contrabando, las gitanas de los claveles, el de los globos de Dora la exploradora, el de la caña que repiquetea nerviosa evocando una enorme resaca, el niño porculero con los cacharritos, el tipo del Fotocolor con el caballo de cartón piedra de otra época, la sirena de los tropezones, la trompetita de las carreras de camellos, las nubes de algodón, el turrón del duro y las papas asás (una innovación más reciente), y todas las casetas míticas frente a tí encogiendo repetidamente el dedo índice como haciéndote efecto llamada. Uno puede estar más saborío que un rebujito sin yerbabuena y, en cambio, de repente, acabar dando giros como si no hubiera un mañana bailando la cuarta con una japonesa. La Feria hay que vivirla. Hay que entregarse para disfrutar. Olvidar los números y centrarse en el hedonismo caiga quien caiga, cueste lo que cueste.

Hace unos años el actual gobierno local decidió cargarse el domingo de alumbrado y su castillo de pirotecnia alegando austeridad y el experimento fue tan insano que al final tuvo que reinstaurarse por presión popular. A la gente le gusta su domingo noche de alumbrado. Y le gusta testar el González Hontoria. Que esté todo en orden, que las casetas estén a punto (este año ha habido casetas remolonas con andamios la misma hora del arranque oficial de la Feria), que las flores decoren los cruces de caminos del Real y que las luces machaconas de la calle del infierno estén a pleno rendimiento. Otro clásico son los pasodobles de la Banda Municipal de Música junto al templete del Ayuntamiento, con todo el aroma de aquel pueblo grande que un día pasó a ser gran ciudad. Lastimosamente en esta edición se han sustituido a los músicos en vivo y en directo por música enlatada como consecuencia del cese de la actividad de la institución tras 85 años de existencia ordenado recientemente por el gobierno de Pelayo. Salvo esa ausencia histórica e imperdonable, por no faltar, no han faltado ni las protestas. Esta vez han sido los jóvenes del Plan de Empleo, cuyas reivindicaciones han encontrado agilidad de los políticos no para resolver sus demandas sino para acelerar la inauguración y salir por piernas. 

Es Feria y, ya sabe, el corazón tiene razones que la razón no entiende. Dentro de tus posibilidades, tratando de mantener el equilibrio, el caso es que al final vas a disfrutarla a tope. ¡Y lo sabes! No hay nada que el ibuprofeno y el omeprazol no remedien estos días. Tres veces cada diez horas hay que repetir: que nos quiten lo 'bailao', un duchazo, una pasada con toallitas de Mercadona a los zapatos y vuelta a empezar. La Feria, en la manera en que cada uno quiera, sepa y pueda, es un maravilloso riesgo que hay correr una vez al año. Yo que usted no dejaría de vivirla con toda la pasión y las ganas que pueda. Ya habrá tiempo de hacer números.

Sobre el autor

Paco Sánchez Múgica

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