El orgullo de recibir la educación que el franquismo les arrebató

Amparo Perdigones en una de las aulas del IES San Telmo, durante la entrevista. FOTO: MANU GARCÍA.
Amparo Perdigones en una de las aulas del IES San Telmo, durante la entrevista. FOTO: MANU GARCÍA.

"¿Qué te digo? Yo no me acuerdo ni el año en que nací", comparte, con una voz cálida e inocente Amparo Perdigones, una jerezana de 83 años que se crió en Reventón de Quintos, una barriada a las afueras de la ciudad. "Tú naciste en el 34", le recuerda su compañera de pupitre, María García, quien mal vivió en el campo junto a sus seis hermanos. Amparo, como María, no pudo ir al colegio, porque, como muchas otras mujeres que sufrieron el hambre de la posguerra, tuvo que ocupar el papel de madre cuando tan solo tenía 8 ó 10 años.

"Yo no fui ni a la guardería. Mi madre parió a 12 hijos. Yo soy la tercera, pero fui la primera de ocho hembras. Así que me lo cargaron todo. Cada día, mi madre se iba a las cinco de la mañana al Merca para vender la fruta y darnos de comer. A esa misma hora me levantaba para cuidar a mis hermanos y mandarlos al colegio. Aunque mi madre estaba viva gracias a Dios, para mis hermanos, yo era una segunda madre", relata Carmen Pan, una jerezana de 59 años de edad que creció en los antiguos barracones de San Telmo.

Conchi Alvarado, emocionada. FOTO: MANU GARCÍA.

"Yo tengo muchos recuerdos", incide Cochi Alvarado, de 64 años. "Cuando yo tenía 10, mi hermana ingresó en Cádiz y mi tía se vino a casa y era la que me mandaba a limpiar, a hacer los mandaos... Y por eso yo no fui al colegio. Y a mí eso me pesa. Yo quería saber, pero yo no sabía nada. Tampoco me sabía explicar, iba a arreglar un papel y no sabía", continúa entre sollozos. A todas ellas, la época, el franquismo, les arrebató las mañanas de pizarra y recreo, las tardes de lectura y las noches de sueños. "¿Ilusón? ninguna", indica Amparo, quien a los 7 años se agarraba del delantal de su madre para ir a rebuscar garbanzos, uva... "Hemos pasado mucha hambre, las zanahorias nos las comíamos como si fueran boniatos", sonríe.

"Yo sí llegué a ir al colegio, estuve en el Colegio Cañamero —donde se encuentra a día de hoy la parroquia de Madre de Dios—. Pero al ser la chica de nueve hermanos, me quedaba sola, mis hermanos se iban a trabajar y nadie me decía nada...", comparte María Peña, de 61 años de edad. "Antes no pude leerle cuentos a mis hijos, pero ahora sí se los leo a mis nietas", agrega. Y es que todas han tomado la iniciativa de volver al colegio para aprender a leer y a escribir. "Cuando te señalan y te dicen, Ella no sabe, es una analfabeta, es muy duro, te sientes como una mierda", comenta Conchi.

La maestra, Fátima Meneses, durante la entrevista a la clase. FOTO: MANU GARCÍA.

Según los últimos datos publicados en 2013 por el Instituto de Estadística y Cartografía de Andalucía, en Andalucía hay todavía más de 256.000 personas mayores de 16 años completamente analfabetas, siendo el porcentaje mayor entre las mujeres. Un problema que intenta erradicar el Centro Público de Educación de Personas Adultas (CEPER) Aljibe, con Fátima Meneses, jerezana de 56 años, como maestra. "Quedan marginados como personas cuando no saben leer y escribir. Sufren rechazo social, sufren ahora con la digitalización de todo, porque por ejemplo, Amparo no puede sacar dinero de su banco, porque todo está informatizado", señala Fátima.

"Nunca me decidí a venir. Pero estando en la carnicería, una persona más mayor que yo me preguntó que, con lo joven que yo era, cómo es que no sabía leer ni escribir. Eso me dolió tanto, que me vine aquí para aprender", cuenta Carmen Pan, al tiempo en que destaca: "Lo que yo corro para venir aquí a las cuatro..., ¡porque yo trabajo por las mañanas!". "Seguimos siendo madres, abuelas y trabajadoras, porque yo he estado toda mi vida trabajando", enlaza María Peña. Algunas de ellas llevan más de dos décadas en el CEPER Aljibe, otras, como Amparo, solo cinco. "Los contenidos de la Junta están muy cerrados. Y ellos no son personas que puedan terminar un contenido, sino que tiene que haber siempre un refuerzo, una reiteración del contenido",

En una clase repleta de mujeres mayores, destacan dos rostros masculinos: Diery, un senegalés que reside en Jerez desde hace casi nueve años, y Antonio Sarmiento, un vecino de San Telmo de 59 años que tuvo que dejar de ir al colegio para trabajar en la vendimia o recogiendo remolacha, algodón..., ya que era el primero de 14 hermanos. "Yo fui el único que no aprendió a leer y a escribir, los demás sí sabían", expresa con voz queda. Ahora, la mayoría se defiende e indican que "es muy bonito, un orgullo", el poder leer un libro, abrir una carta, poder pagar las facturas, o incluso chatear por WhatsApp. Este año la clase ha subido un peldaño y están trabajando los números con operaciones con decimales, sumas, restas...

Carmen Pan durante la entrevista, junto a sus compañeros de clase. FOTO: MANU GARCÍA.

Todos se sienten más autónomos, independientes. "Antes tenía que esperar a que viniera mi hermano el mayor, para que me leyera las cosas", indica Carmen. "Y ahora escribo yo la lista de los mandaos", sonríe. "Yo igual, ahora cojo mis cartas y las leo mejor que mi marido. Me las leo enteras", añade María Peña. "Yo me veo realizada... Y tengo muy buenas compañeras, las aprecio a todas", señala Conchi, al tiempo en que hace un barrido a la clase con la mirada. "Yo entré aquí sin saber nada. Pero ahora estoy como en otro mundo, porque antes no sabía ni en qué calle me encontraba y ahora sí", ríe María García. Orgullo, satisfacción, autoestima, confianza... Todas han ganado y es que, según Fátima, lo consiguen porque se lo trabajan, porque, en cierto modo todos guardan algo en común más allá de la época que les tocó vivir: todos asisten a clase porque quieren.

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Claudia González Romero

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