El Guadalete quiere ser lo que fue

Un paseo por el río de la mano de Diego Almodóvar, que nació junto a su ribera hace ya 78 años, nos descubre sus virtudes y carencias.

No entiende su vida sin el río. Nació en una choza de lata junto al Guadalete, y desde entonces ha hecho de todo en él. Se ha bañado, ha pescado, ha luchado por su "recuperación"… Junto a otros siete hermanos, y sus padres, vivieron en una modesta construcción a escasos metros de su ribera. Para (sobre)vivir, la pesca era una de las pocas salidas. Desde muy pequeño aprendió. No le quedaba otra. “Ten cuidado, que hay que saber montarse en la canoa”, advierte Diego Almodóvar al comenzar el reportaje. Él, que lleva toda su vida en torno al río, sabe de sobra, aunque ya se nota la edad. Eso sí, a sus 78 años, tiene una agilidad que muchos jóvenes ya quisieran. Quizás el secreto sean las dos horas diarias que pasa en el gimnasio. “Supongo que será ese”, dice entre risas.

“A mucha gente le cuesta creer que he cogido tantos peces como hay en el mar”, cuenta mientras navega en una pequeña barca río arriba. Sobre el terreno, como le gusta a Diego. Ahí va explicando todo lo que llegó a pescar en el Guadalete: langostinos, corvinas, palometas, boquerones, sábalos, coquinas, mejillones, barbos, róbalos, albures, anguilas… Casi medio centenar de familias de El Portal vivía de la pesca a mediados del siglo pasado. La mayoría usaban zarampañas: una red rectangular, amarrada a un extremo del río (a un árbol o poste), y al otro unos tornos levantaban la red cuando estaba llena. Luego, sólo había que colocar las barcas debajo para recoger la mercancía. Los puestos que ocupaba cada zarampaña –había una por cada familia que se dedicaba a la pesca–, se subastaban y estaban entre noviembre y marzo aproximadamente, según explican los hermanos García Lázaro en su blog entornoajerez.com.

Ahora, tras la construcción de los azudes –en La Corta, a principios del siglo XX, y en El Portal hace unos años–, la variedad de peces que habitan el Guadalete es mucho menor. “Aquí quedan lisas y carpas”, cuenta Miguel, un vecino de El Portal, de los pocos que aún se dedica a la pesca de la angula, que está prohibida desde hace cuatro años. Y quedan otros seis, al menos, según la moratoria decretada por la Junta. Pero Miguel, con otros cuantos vecinos, se arriesga. “Mientras no nos cojan y se venda, algo hay que buscar”, dice. “Hay veces que coges 80 gramos y otras medio kilo”, explica. Ahora, el kilo de angulas se vende a 150 euros aproximadamente, aunque Miguel asegura que ha llegado a estar por encima de 400. Como Diego, recuerda tiempos mejores: “Antes había barcos, zarampañas, la gente buscándose la vida… ahora nada; el río no se puede tocar”.

"A mi padre en los 60 le preocupaba el porvenir del Guadalete, y efectivamente llevaba toda la razón del mundo"

¿Cuándo comenzó el declive del río? En torno a mediados del siglo pasado. La construcción de la azucarera de El Portal, una de las artífices. A final de la década de los 60, los ecologistas ya denunciaban la contaminación de sus aguas por los vertidos de la azucarera. De hecho, actualmente el punto más contaminante del río está en El Portal. “A mi padre en los 60 le preocupaba el porvenir del Guadalete, y efectivamente llevaba toda la razón del mundo”, cuenta Diego Almodóvar. “Yo soy de los que digo que el problema lo ha creado la azucarera”, añade tajantemente. También cree que el azud ha tenido mucho que ver. “Dijimos que sería la muerte del Guadalete y, efectivamente, así ha sido”, cuenta un Almodóvar que mira al río con nostalgia. “Lo que le queda es el nombre, esto es una balsa de agua parada”, se lamenta. 

El paseo continúa río arriba. El agua está más clara de lo que creía Diego, algo que le sorprende. “Esperaba que estuviera peor”. La anchura del cauce del Guadalete también es considerable. A la altura de La Suara hay un corte. El río cambia de color. Los vertidos de la depuradora hacen que se note con total claridad la diferencia. Una vez pasado este tramo, en dirección a La Corta, la calidad del agua mejora. “Aquí los peces parece que están hasta más alegres”, apunta Diego, que lleva consigo un mapa del Guadalete que ha hecho él mismo, aunque no le hace falta para orientarse: “De La Cartuja para abajo me lo sé con los ojos cerrados”.

“El Guadalete debe vivir”. El lema, que reza en la camiseta que lleva Diego, lo llevan a gala los vecinos de El Portal desde hace muchos años. Aunque eso sí: “El río está mejor, tanto la calidad del agua como la calidad de la ribera ha mejorado”, dice Agustín García Lázaro, miembro de Ecologistas en Acción. “No es el río que queremos, pero ha ido a mejor”, matiza. Tiene deficiencias y muchas cosas que mejorar. La asociación hizo hace unos años un informe con los puntos débiles del Guadalete. A lo largo de su ribera se pueden encontrar escombreras, hay bombas de agua que extraen del río, vertidos –de la depuradora y de Las Calandrias– que contaminan sus aguas… Nada que no se sepa.

Ahora, para García Lázaro, falta que se apueste por el uso público del río. ¿Qué se sabe del proyecto que pretendía crear un sendero fluvial? Poco o nada. Estaba previsto que se construyeran nueve kilómetros, con una inversión de 3,5 millones de euros, dentro de un proyecto de adecuación ambiental llevado a cabo por Junta y Ayuntamiento. Dentro de ese proyecto también se creó el Centro de Interpretación del Guadalete, cercano a La Cartuja, que costó algo menos de 400.000 euros, y que hoy día es pasto del vandalismo. Una pena. “La ciudad ha estado de espaldas al río”, sentencia García Lázaro, que cree que Jerez se “olvidó” del Guadalete a mediados de los 60. Un "olvido" que lleva en su propio nombre, ya que Guada significa corriente de agua y Lete es un río de la mitología griega que hacía olvidar sus recuerdos a todo el que bebía su agua. Demasiada gente parece haber bebido de él de un tiempo a esta parte.

Poco o nada se sabe del proyecto que pretendía hacer un sendero fluvial y por el que se creó el Centro de Interpretación del Guadalete, que costó unos 400.000 euros, y hoy día es pasto del vandalismo

Antes se cuidaba el río. En la primera mitad del siglo pasado el baño estaba normalizado. Eran las “playas” de Jerez, fundamentalmente concentradas entre La Cartuja y El Portal. La temporada iba desde junio hasta septiembre, los días variaban según el año. A final del XIX hasta existían ordenanzas municipales para regular el baño en el Guadalete. “Para los baños al aire libre se señala el espacio que hay entre los sitios llamados Vado de los Hornos y Huerta de la Cartuja, reservándose a toda hora para las mujeres una cuarta parte del dicho sitio, a contar desde el primer punto”, recogía un extracto de esta ordenanza (1873) recopilado por entornoajerez.com. “El agua era maravillosa, servía para cocinar, mi madre no utilizaba otra… para lavar, para todo”, recuerda Diego Almodóvar, que al haber vivido tan de cerca esa época, se queja: “Siempre he criticado a los ciudadanos de Jerez porque no han visto nunca como suyo el Guadalete, no han terminado de asumir como suyo el problema que tiene”.

Para mejorar hay quien lo tiene claro: "Hay que dragarlo", dice Diego Almodóvar. “Los vecinos de El Portal creemos que es lo primero que hay que hacer, aunque si se draga y el azud sigue ahí, a los pocos años seguirá igual”. La infraestructura, cuya pared “es 30 centímetros más alta que la marea más alta del año”, hace que se acumule fango y ni las lluvias más fuertes limpian el cauce del río. Más optimista es Agustín García Lázaro: “Creo que irá a mejor, aunque nos queda por descubrir el uso social del río”, insiste.

Para eso, pone como ejemplos a otras poblaciones cercanas: “Que se lo digan a los pueblos de la Vía Verde, ¿quién iba a Montellano o a Coripe? Ahora hay empresas, alojamientos rurales... se le ha dado un valor añadido. Genera otros intangibles que no se ven pero que se verán”. García Lázaro mira con envidia a otros puntos del Guadalete. “De Jerez para arriba hay puntos en los que está bastante aceptable. En Bornos, en el reculaje, hay un sendero; en Arcos la parte trasera del pantano tiene su sendero natural con pasarelas de madera… Hay sitios donde se puede uno acercar al río de manera gratificante”. En Jerez, por el momento, no.

“Hay veces que me pongo a orillas del río y se me ponen los vellos de punta”, dice Almodóvar, al que le vienen a la cabeza miles de recuerdos nada más acercarse al Guadalete. Recuerdos que cada vez son más lejanos. El trayecto en barca, que dura casi cuatro horas, termina donde empezó: En El Portalillo. Allí espera el dueño de una de las barcas, que vive a escasos 15 metros del cauce. Él, que lleva tantos años viendo los pormenores del río, es rotundo al afirmar: “El Guadalete ya no volverá a ser lo que era”. Ojalá alguien se empeñe en llevarle la contraria.