Corría el verano del año 2000 en Jerez cuando Los Delinqüentes empezaron a dar forma a su estilo inconfundible, entre canciones propias y actuaciones que les llevaban de ferias locales a escenarios más ambiciosos. Migue y Canijo, con tan solo 17 y 18 años recién cumplidos, pasaban las tardes ensayando y compartiendo local con otras bandas emergentes como Palo Cortao, integrada por Diego y Davile –origen de La Banda del Ratón–, y con Los Inestables, liderada por el cantante José Crespo y el bajista Dani Bigfu.
Lejos de la imagen de dos chavales aislados, ambos artistas se integraron rápidamente en el ecosistema musical jerezano, rodeados de compañeros que reconocían en ellos un talento desbordante. “Eran como dos esponjitas que no paran de crecer a pasos agigantados”, recuerdan. La complicidad con otras bandas y la conexión entre generaciones fue clave para acelerar el despegue de su carrera.
Dobletes, festivales y una guitarra retenida como fianza
Ese verano, las actuaciones se sucedían sin descanso. Además de su participación televisada en la caseta de Feria de Jerez y en la gala de los Juegos Ecuestres, el grupo preparaba nuevos conciertos. En el calendario figuraban citas como Las Cabezas de San Juan (Sevilla) y Nueva Jarilla (Jerez), con especial atención al Festival Cigüeña Rock. Los Delinqüentes fueron los encargados de cerrar el cartel a petición expresa del público, coincidiendo con una jornada en la que también actuaban Palo Cortao en San José del Valle. “Es día de doblete”, rememoran desde el perfil en redes de la banda.
La efervescencia creativa convivía con anécdotas que hoy se recuerdan con una mezcla de ternura y humor. Diego Ratón evoca los días compartidos en el local de ensayo, ubicado en la calle Armas de Santiago. “En el local de al lado ensayaban Navajita Plateá y curiosamente estaba en la calle donde vivo ahora”, comenta.
Aquel local dejó más de una historia para la posteridad. Diego aún no ha olvidado una situación que, más de dos décadas después, le sigue haciendo reír: “El último mes de alquiler que se quedó por pagar fue porque el Canijo y el Migue se gastaron en la Feria el dinero que reunimos y les dimos… y la dueña del local se quedó con una guitarra mía como fianza y todavía hoy no la he recuperado ¡Increíble!”.
Un legado que sigue creciendo 25 años después
Veinticinco años después, aquella mezcla de juventud, instinto musical y espíritu callejero ha dejado huella en la historia del rock andaluz con esa fusión con el flamenco en su estilo más garrapatero. Lo que comenzó como un grupo de amigos compartiendo historias, ideas y guitarras en un local alquilado, derivó en una revolución musical que aún hoy se sigue celebrando. Las conexiones entre bandas, el compañerismo y la pasión por la música fueron los cimientos de una generación irrepetible.
Los Delinqüentes, al igual que otras formaciones surgidas en aquel entorno, encontraron en Jerez el lugar perfecto para desarrollar un sonido propio, lleno de identidad y descaro. La convivencia artística fue su escuela, y el verano del 2000, una lección inolvidable.
