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El jerezano Cristóbal Soto, media vida como agente del 091, perdió su brazo izquierdo en un accidente el pasado octubre. Ahora lucha para demostrar que puede seguir siendo válido para el Cuerpo policial.

Desde los nueve años ya soñaba con ser Policía por mucho que su madre le dijera que no si le ocurriera. No le hizo caso. Fue cumplir la mayoría de edad y entrar en la academia. Al jerezano Cristóbal Soto Viloita la pasión por su profesión le ha llevado hasta límites insospechados para muchos y a convertirse en un ejemplo de superación. El pasado mes de octubre sufrió un brutal accidente. Perdió el control de su Nissan Terrano por el agua acumulada en la calzada y acabó empotrándose contra un muro y dando varias vueltas de campana. La mala fortuna hizo que una de las puertas del coche le seccionara el brazo izquierdo. Lo único que recuerda de aquello es salir del turismo como buenamente pudo, coger su brazo del suelo y desplomarse a causa de sus heridas.

El suceso ocurrió en Lanzarote, donde Cristóbal trabaja desde 1995 como funcionario policial en la comisaría de la localidad de Arrecife, en los últimos tiempos ejerciendo funciones de operador de radio y jefe de sala del 091. Ahora, casi un año después de su fatal accidente está a la espera de que un tribunal médico certifique si está o no capacitado para seguir ejerciendo su profesión. Muchos, en un caso parecido, ya habrían incluso pedido la jubilación, pero él, a sus 56 años, todavía considera que tiene mucho que aportarle al Cuerpo. Sus superiores así lo atestiguan. De hecho, su comisario ha remitido un escrito a Madrid, a la división de personal, certificando que puede ejercer perfectamente sus funciones. “Si me dan la minusvalía total no podría trabajar. Ese es el miedo que tengo”, relata por teléfono a lavozdelsur.es.

Amenazado por ETA y ‘repatriado’ por Pacheco

Ser Policía conlleva una serie de responsabilidades y riesgos que Cristóbal tenía asumidos desde el primer minuto que se puso el uniforme. Su primer destino al salir de la academia fue Badajoz, pero en cuanto pudo solicitó el traslado voluntario a Bilbao. Eran los llamados años del plomo. “ETA ya mataba indiscriminadamente con bombas lapa. Día sí y día no había atentados”, recuerda el agente, que incluso afirma que estaba en las listas de la organización terrorista como objetivo. “Es algo que teníamos todos asumido. Era general y normal entre los funcionarios”. Si lo conocerían bien los asesinos que la que posteriormente sería su mujer vivía en el mismo bloque que un comando de la banda criminal. “Me tenían fichado perfectamente”.

En octubre de 1990 otro agente jerezano destinado en el País Vasco, Diego Zapata, sufre un atentado. ETA coloca una bomba en su domicilio de San Sebastián y el por entonces alcalde Pedro Pacheco, no sin cierto afán electoralista, promete a todos los policías jerezanos destinados por aquellos lares que tendrían un hueco en el Cuerpo de la Policía Local de Jerez si así lo deseaban. Cristóbal no estaba por la labor, pero presiones familiares le hacen regresar a su tierra. Sin embargo no sería por mucho tiempo.Tras una excedencia que no llegaría a los cuatro años, en 1995 solicita reincorporarse a la Policía Nacional. Junto a otros compañeros puede elegir plaza y se decanta por Lanzarote. Comienza en Seguridad Ciudadana y al poco se incorpora al que sería su puesto durante más de una década, en la frontera marítima, en extranjería. “Viví en primera persona el drama de las pateras”, señala. En la isla también es distinguido con una medalla al mérito por salvar la vida a una niña que se estaba ahogando en la playa. Los últimos años Cristóbal los ha pasado en la sala del 091, recibiendo las emergencias que entran por teléfono y transmitiendo y coordinando a sus compañeros. Una función que, considera, puede seguir ejerciendo perfectamente aun habiendo perdido un brazo. “Lo estoy demostrando actualmente. Este es un trabajo que requiere una capacidad mental fuerte porque de ti depende todo el mundo que está en la calle. Necesitas estar centrado y preparado para que los compañeros tengan una respuesta inmediata”.

Como ya se ha dicho, sus superiores le apoyan, aunque recibieran un toque de atención desde Madrid preguntándoles por qué había un agente con una minusvalía tan llamativa ejerciendo todavía sus funciones. Cristóbal, a la espera de lo que diga el tribunal médico, es optimista. “Yo ya he demostrado que puedo trabajar dándome de alta. Prefiero perder el dinero que me corresponde por el porcentaje de minusvalía a dejar de trabajar”. 

Ahora, el siguiente objetivo que se marca Cristóbal es poder hacerse con una prótesis. Un amigo le puso en contacto con una clínica malagueña, especialista en este tipo de piezas, si bien su precio, por el momento, se le escapa. La misma es una pieza bioeléctrica dividida en hombro, codo y mano cuyo precio se eleva a los 70.000 euros. “Si costara menos me entramparía”, afirma, pero reconoce que ahora mismo “no puedo embarcarme. Tengo dos hijas y todavía estamos pagando la hipoteca de la casa”. De momento, el agente ya cuenta con el apoyo de una asociación de magos e ilusionistas de Almería, que ha anunciado que va a organizar una gala benéfica para recaudar dinero para su prótesis.

Para colaborar con Cristóbal Soto hay una cuenta abierta en La Caixa: ES04 2100 4673 1202 0019 3390. 

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Jorge Miró

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