Un muchacho se dedica a mofarse con cámara oculta de viandantes para luego colgarlo en YouTube. En una de sus chanzas, da con un repartidor de mensajería que le da un enorme bofetón. Toda España opina sobre el caso ‘Caranchoa’ y el joven bromista llega a recibir amenazas de muerte en las redes sociales. Finalmente, cerró su cuenta, mientras que el repartidor ha sido condenado recientemente a pagarle 30 euros por la agresión. En enero pasado, a raíz de la muerte de Bimba Bosé, se propagaron multitud de tuits ofensivos contra la artista y su familia. Fiscalía se comprometió a estudiar los comentarios para emprender acciones penales. Eso sí, el ministro de Justicia, Rafael Catalá, especificaba que esas actuaciones solo podrían interponerse en el caso de los mensajes con alusiones a la homosexualidad, pues sus autores incurrirían en un delito de odio, tipificado en el artículo 510 del Código Penal. En España se registran unas 4.000 agresiones de odio cada año (y creciendo) y desde 1990, según publicaba en 2015 el estudio Crímenes de odio: memoria de 25 años de olvido se han producido casi 90 muertes. Los perfiles más acosados: los sin techo (aporofobia), negros (xenofobia), homosexuales y transexuales (homofobia y transfobia), musulmanes (islamofobia), aficionados al fútbol...

El odio está en auge. La intolerancia y la discriminación xenófoba y étnica se reproducen con virulencia, alentadas por los nuevos populismos y los enormes altavoces que suponen canales como Facebook y Twitter. Hasta quienes odian tienen hoy día una etiqueta. Los haters, que así se les conoce, inundan las redes sociales diariamente con su bilis para competir por ver quién odia más y mejor (es decir, qué mensaje cala en más audiencia). Sus post y sus tuits son alertados frecuentemente por otros usuarios a los administradores de las plataformas donde publican pero solo 28 de cada 100 de esas denuncias cibernéticas logran retirar los contenidos. Así lo puso de manifiesto a finales del año pasado un estudio de la Comisión Europea. No es fácil distinguir qué es un discurso intolerante de un discurso de odio tipificado como delito. Lo que sí queda cada vez más claro es que el mensaje tóxico que alegremente pueda lanzar un usuario de algunas de estas herramientas en la red, puede tener un reflejo más o menos grave en la vida real y, en paralelo, no quedar impune.

En España se registran unas 4.000 agresiones de odio cada año (y creciendo). Las plataformas sociales solo 'descuelgan' un 28% de alertas por contenidos inapropiados o directamente delictivos

Licenciado en Filología Románica y doctor en Filología Francesa, Juan Manuel López Muñoz es uno de los integrantes del Instituto de investigación en Lingüística Aplicada de la Universidad de Cádiz, dirigido por el catedrático Miguel Casas —junto con otros participantes de otras instituciones universitarias—, que analiza el fenómeno. Apenas llevan dos años escrutándolo y, al mismo tiempo, siguen buscando financiación. No obstante, ya han podido avanzar en la construcción de un “ambicioso proyecto” interdisciplinar —incluye el análisis desde el punto de vista del Derecho o el Periodismo— que, además, compare los discursos de odio en español con los de otras lenguas como el francés, el árabe y el portugués. “El debate sobre el discurso del odio está en todas partes, en la agenda de todos los países, en la discusión pública, y hay muchos conceptos en juego distintos, pero están relacionados: injurias, insultos, sexismo, la propaganda terrorista… Cualquiera de esos conceptos genera noticias sobre discurso de odio y se sigue usando mucho para manipular a la opinión pública, básicamente”, explica.

Recurrir al odio acelera muchos procesos de decisiones gubernamentales (la ley mordaza) o sirve en momentos críticos como períodos electorales o ataques terroristas. Ahí están los casos paradigmáticos de Marine Le Pen, en Francia; Donald Trump, en Estados Unidos; y la cada vez mayor islamofobia a raíz de los ataques del ISIS (por su siglas en inglés) y la tragedia humanitaria de los refugiados que escapan de las guerras en sus países de origen para llegar a Europa. ¿Por qué calan estos mensajes? “Es difícil que nos reconozcamos como sexistas o racistas pero todo el mundo ha experimentado la sensación de odiar alguna vez”, asegura al otro lado del teléfono López Muñoz, justo el día, 21 de marzo, en el que se conmemora la lucha mundial contra el discurso de odio xenófobo y la intolerancia racial. Definir las características lingüísticas de esos discursos, precisar los grupos sociales a los que más afectan y compararlos en diferentes lenguas, son algunos de los objetivos de la investigación.

En la web hatebase.org, se rastrean continuamente todos los mensajes que son lanzados a la red y que sus robots automatizados detectan como portadores y propagadores de odio. Como explica el doctor universitario, las alusiones, “sin contextualizar”, a la etnia es el criterio mayoritario, seguido de la nacionalidad, diferencias de clase, religión y género. “Es importante precisar esos grupos sociales y compararlos con distintas lenguas y países porque hay países, por ejemplo, que no consideran la orientación sexual como criterio para determinar un discurso de odio”. De forma pareja, “podemos asesorar y hacer informes periciales cuando se trata de identificar el delito, lo cual no siempre es fácil por la cantidad de perfiles anónimos que se manejan”.

¿Odiamos más que antes? "Pensamos que no", se apresura a responder el doctor universitario. Y abunda en la idea: "No hay nada nuevo en el discurso del odio, ni siquiera a nivel lingüístico hay una forma especialmente nueva. Las herramientas nuevas de comunicación sí dan más proyección a esos discursos, por ejemplo en Twitter (por la que me intereso más). Pero la realidad es que el que produce un discurso de odio en Twitter raras veces pretende dañar a otra persona, sino construir una identidad para que le acepten dentro de un grupo. Sobre todo en perfiles falsos, solo puedes construir tu identidad a partir de tu palabra, con clichés, construir por diferenciación y por semejanza con los que quieres que sean tu grupo". "La mayoría de usuarios de esta red hablan para sí mismos, pero a partir de la participación de los medios más tradicionales, al ser amplificado el mensaje, hay sensación de que hay más discurso de odio".

La comisaria europea de Justicia, Vera Jourová, subrayó hace unos meses que las plataformas sociales como Facebook o Twitter "deben asumir su parte de responsabilidad en relación con la radicalización en línea, el discurso del odio ilegal o las noticias falsas". En mayo del año pasado, ambas empresas, entre otras, sellaron su compromiso por perseguir estas prácticas con más ahínco, pero, claro, "chocan mucho con los límites de la libertad de expresión". Desear la muerte a un torero, pasear por España un autobús transfobo, o hacer chistes de mal gusto con el atentado terrorista a un político franquista. ¿Dónde están los límites? ¿Dónde empieza el discurso de odio y acaba la libertad de expresión? Juan Manuel López Muñoz, colaborador habitual de lavozdelsur.es, entiende que "el problema está más ahí que en el odio en sí mismo". "No pienso que la libertad de expresión se deba limitar, sino que hay que conocer mejor el fenómeno y atacar las diferencias estructurales que conforman el odio, que parte de problemas sociales. Si se atacan esos problemas los discursos descenderán. Contra las malas palabras, mejores palabras y mejores debates".

Es un error vetar el autobús de HazteOír.org: "Es amplificar más el discurso, cuando lo que hay que hacer es crear otros discursos paralelos que neutralicen eso"

A raíz de la polémica del autobús de HazteOír.org, considera que es un error vetarlo "porque eso es amplificar más el discurso, cuando lo que hay que hacer es crear otros discursos paralelos que neutralicen eso, dando protagonismo por ejemplo a los afectados por esos mensajes". Al fin y al cabo, reflexiona, "el problema no es tanto el discurso en sí mismo como el poder de influencia del medio o de esa persona que propaga esos discursos, aunque sea para denunciarlo". Y ahí entra la responsabilidad de los medios de comunicación, analógicos o digitales. "El papel de los medios de comunicación es bastante complicado porque hay mucha porosidad entre los medios y las redes sociales. Es difícil establecer los límites de la responsabilidad. Los medios tienen mucho poder al conformar opinión pública, pero es una responsabilidad compartida: usuario, plataforma de red social y medio de comunicación. Y por supuesto, al final los gobiernos son quienes deben encontrar soluciones a esos problemas estructurales que generan estas situaciones de discurso de odio".

En el fondo de todo, en la misma raíz, está, claro, la educación. "Habría que contribuir a una mayor sensibilización sobre el uso de las redes sociales, dar herramientas a los educadores para que se eduque en concienciación y responsabilidad en redes sociales. Porque lo que decimos ahí no queda en el círculo de amigos, sino que puede tener efectos indeseables en el mundo real y puede tener su castigo. Debería de haber toda una estrategia de sensibilización en el uso de las redes sociales, conocer qué tipo de interacción se da, hay que ser consciente de que tu mensaje puede que llegue a alguien que se vea amenazado, te denuncie y haya sanción penal y social".

Sobre el autor:

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Paco Sánchez Múgica

Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

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