"Educado", "trabajador" y "reservado". Así definen en su localidad a quien el pasado viernes se quitara la vida tras disparar a dos mujeres en San Miguel.

Poco menos de una hora en coche se tarda en recorrer los 51 kilómetros que separan Jerez de Algar. Se hace difícil, por no decir imposible, imaginar qué se le pasaría por la cabeza a Alejo B., volante en las manos, escopeta de cañones en el asiento de atrás de su Land Rover de color verde, mientras hacía ese trayecto el pasado viernes 5 de agosto, convencido ya de asesinar a Yolanda Núñez, de 33 años.

En el pequeño pueblo serrano entre San José del Valle y Arcos, de apenas 1.500 habitantes, se quiere empezar a olvidar el tremendo crimen que ya ha deparado dos muertes, la del propio Alejo y la de Pilar, la madre de Yolanda. En la peatonal calle Real, la arteria principal de la población, una quincena de vecinos toma el desayuno en las terrazas de dos bares mientras hablan de cosas triviales. Los abuelos juegan con sus nietos sentados en los bancos y las amas de casa hacen la compra en los comercios del entorno. A unos metros, calle arriba, en la fachada del Ayuntamiento las banderas de España, Andalucía y el municipio no ondean a media asta. No lo hacen por Alejo, y la propia alcaldesa, María José Villagrán, espera que no se tengan que ondear por Yolanda. Yoli, como se la conocía en Algar, era y es vecina del pueblo. Aquí sigue empadronada ya que apenas llevaba dos semanas residiendo en Jerez por motivos de trabajo.

El domingo, el pequeño cementerio de la localidad se quedaba pequeño para asistir al entierro de Alejo, cuyas exequias oficiaba el párroco, don Antonio. A pesar del terrible hecho que cometió, los vecinos querían así apoyar a una familia “destrozada” y a la que la alcaldesa pide que no se la condene. “Ellos no tienen culpa alguna de lo que pasó. Son todos queridos en el pueblo, aquí nos conocemos todos y esto es algo que nadie se podía imaginar en la vida. Es triste que Algar tenga que salir en las noticias por algo así”. Realmente nadie sabe qué pudo pasarle por la cabeza a una persona a la que sus vecinos definen como “educado”, “trabajador”  y “reservado” y del que no se le conocía una sola bronca, algo que corroboran incluso desde el cuartel de la Guardia Civil de la localidad.El padre de Alejo, que enviudó hace años, está totalmente consternado y se mantiene prácticamente recluido en casa. Sus ocho hermanos no están mejor. Una de ellas, Lluvia, era de las más afectadas. “Por qué lo has hecho, ‘Alejito’, por qué”, cuentan que eran las palabras, entre sollozos, que sólo atinaba a decir durante el entierro. Casi todos trabajan en el campo, en fincas del entorno. El propio Alejo lo hacía en una realizando diferentes tipos de labores. En sus ratos libres se iba al campo, a cazar. De hecho, el mismo viernes en que ocurrieron los hechos era el cumpleaños de Lluvia, a la que había prometido abatir cuatro conejos para que se cocinaran con motivo de su fiesta. “Aquí todos tenemos escopetas”, explica Manuel, vecino y parroquiano del bar La Peña, señalando la tradición cazadora del municipio. Él tampoco se explica lo ocurrido y reconoce que “si esto hubiera ocurrido en Algar, habría sido un trauma para todo el pueblo”.

Lluvia es de las pocas que no trabaja en el campo. Lo hace en el bar La Cueva, en la calle del mismo nombre, aunque en el momento que visitamos el negocio se encuentra en Arcos. Nos lo dice Mari Carmen, su nuera, a la que pillamos fregando el suelo. Se la ve abatida. “Esto ha sido muy duro”. Además se están diciendo cosas que no son”. Le preguntamos a qué se refiere. “Pues de que no seguían juntos. No es así. La familia no tenía constancia de eso, y es más, seguían siendo pareja”.

Mari Carmen explica que el propio Alejo ayudó económicamente a Yolanda para que pudiera pagar el alquiler de su vivienda en la calle Molino del Viento y que incluso días antes del crimen pasó la noche en Jerez con ella. “¿Si no fueran pareja, qué iba a hacer allí?”. El último día que se vieron, según ella, fue el pasado miércoles 3 de agosto. Yolanda, además de su trabajo en la gasolinera, era monitora de niños evangelistas de Jerez. Ese día los trajo a Algar, donde visitaron el complejo turístico del Tajo del Águila y aquella tarde coincidió con Alejo.Unas calles abajo del bar La Cueva, Silvia, hija de Mari Carmen y cuñada de otro hermano de Alejo, corrobora las palabras de su madre. Incide en esa excursión del miércoles y en el hecho de que se vieran aquella semana. Además afirma que Yolanda, que tenía las llaves del domicilio de Alejo, pasó por allí más tarde para ver si estaba. Al no encontrarlo, explica, lo llamó para decirle que se volvía a Jerez, porque trabajaba al día siguiente.

Parece que ese trabajo en la gasolinera no le gustó a Alejo. “Tuvieron una pequeña discusión a cuenta de eso hace dos meses, pero fue solo eso, una discusión. Él le decía que para qué tenía que irse a trabajar a Jerez, si con lo que ganaba ya tenían para los dos”. Pero Yolanda era muy independiente, algo que también confirman desde su propio entorno. “Una buscavidas, igual que Alejo”, dice Mari Carmen, que lamenta la muerte de Pilar –“una bellísima persona”- y el triste futuro que le depara a Yolanda. “Nunca debió ocurrir esto”.

Mientras tanto, a unos kilómetros de Algar, familiares y amigos de Pilar y Yolanda asistían al entierro de la primera, fallecida en la madrugada del pasado lunes. La segunda, mientras tanto, sigue debatiéndose entre la vida y la muerte. Desde que se la operara de urgencia el viernes e ingresara en la UCI del hospital de Jerez no había dejado de empeorar. Desde el Servicio Andaluz de Salud afirman que este martes, al menos, su salud no se había agravado y que se mantenía estable dentro de la gravedad. Desgraciadamente, sanitarios y familiares siguen viendo extremadamente difícil su recuperación. 

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Jorge Miró

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